ARTÍCULOS HISTÓRICOS

27 de enero de 2023

EL VINO Y LA QUÍMICA


El vino es un producto conocido desde tiempos remotos obtenido por transformación espontánea del zumo de las uvas. Los elementales procedimientos de vinificación aplicados desde el Neolítico se extendieron por toda la cuenca mediterránea gracias a la influencia de fenicios, griegos y romanos. Durante siglos la elaboración se realizó siguiendo métodos intuitivos, sin ningún conocimiento de los procesos biológicos o físico-químicos que intervienen en la conversión del mosto en vino; menos aún de las causas que provocan las diferentes enfermedades que afectan a los caldos durante el almacenamiento o el transporte.
Indudablemente en el inmenso imperio romano se hacían buenos vinos que, dado su alto precio, solo estaban al alcance de las élites patricias. El común de los ciudadanos bebía productos de calidad mediocre. Los consumidores de aquel tiempo tampoco eran demasiado exigentes. Para nada importaba que el vino se expendiera turbio, ya que apenas podía percibirse la transparencia al utilizar recipientes de piel, madera, metal o cerámica. El avinagrado y los sabores extraños se disimulaban cuando, según la costumbre, antes de tomarlo se mezclaba con agua mitad por mitad.
Las formas tradicionales de elaboración fueron evolucionando lentamente. Los romanos mejoraron técnicamente sus bodegas con la introducción de prensas de viga. Nos consta que ya utilizaban azufre y yeso, pues sabían
 por experiencia que aquellos productos resultaban beneficiosos al aportar color y estabilidad. (1)

Mosaico de la Casa del Anfiteatro. Mérida. 

En el marco del clima mediterráneo, y en cultivos de secano, las uvas solían presentar un alto grado de maduración. Dada la elevada concentración de azúcares en el mosto eran frecuentes las fermentaciones incompletas. Como consecuencia los vinos obtenidos eran inestables, escasos de acidez y proclives a todo tipo de enfermedades. 
Las altas temperaturas alcanzadas durante la fermentación evaporaban gran parte de los aromas. La mayoría de los vinos no olían más que a alcohol y presentaban cierto efecto laxante por el hábito ancestral de añadir al mosto generosas cantidades de yeso en polvo sin cocer. 
Tratando de garantizar la conservación, los romanos solían dar un hervor al vino antes de guardarlo durante años en ánforas de barro bien tapadas. Sin saberlo hacían una especie de pasterización, aunque perdiendo aromas y productos volátiles. 
Los vinos que habían iniciado el proceso de avinagrado se solían consumir disimulando el mal sabor mediante la adición de cierta cantidad de miel o arrope. 
Al objeto de mitigar la falta de aromas, aquellos antiguos bodegueros agregaban a los caldos todo tipo de hierbas, especias o frutas que algo mejoraban el producto y aportaban color en el caso de los tintos.
Durante la Edad Media poco cambió. Los monasterios cistercienses mejoraron algo las elaboraciones y sistematizaron el envejecimiento en barricas de madera siguiendo viejas costumbres de los galos.

El obispo bendice el barril de vino para que salga bueno. Relieve del tímpano de una de los pórticos de la catedral de Rennes (Francia)

Durante miles de años se estuvo haciendo vino de forma rutinaria aprovechando la espontaneidad de la transformación del mosto, pero sin saber qué estaba pasando ni cómo se podía influir en el proceso.
En la segunda mitad del siglo XIX algunos libros de Enología 
todavía recomendaban a los vinicultores prácticas que hoy nos parecen auténticas herejías. Una de ellas era aguar el mosto si contenía demasiados azúcares a fin de procurar la fermentación completa. Con esta práctica se reducía el extracto seco y quedaban los vinos un tanto insípidos. La solución pasaba por aportar a la mezcla un 10 % de casca sin despalillar al objeto de aportar taninos y materia colorante. Asimismo, los supuestos “expertos” aconsejaban a los elaboradores añadir sal, a razón de un cuarto de kilo por cada diez arrobas de mosto, y yeso crudo en proporción de un kilo para el mismo volumen (lo que equivalía a incorporar 6 g/l de sulfatos expresados en sulfato potásico). Entendían que el yeso y la sal fortalecían los vinos y ayudaban a extraer el color. Los caldos obtenidos siguiendo estas prácticas eran ásperos, peleones y subidos de color.
 

En la elaboración de tintos manchegos se recomendaba tener la uva amontonada en el lagar durante varios días antes de pisarla al objeto de ablandar los hollejos, luego se añadía habitualmente al mosto entre el 20 y el 30% de casca sin despalillar.
Si los vinos blancos no tenían el intenso color que el público demandaba se les ponía azúcar tostada; si estaban pasados se recurría al carbón adsorbente. En el caso de los tintos se llegaron a utilizar colorantes artificiales derivados de la anilina, con el riesgo que ello implicaba para la salud de los consumidores. (2)
Hasta el siglo XX muchos vinos no conseguían superar sin volverse la primavera siguiente a la campaña de elaboración. Eran habituales los caldos con alta acidez volátil, aceptándose contenidos de hasta 2 g/l expresados en ácido acético.
Por fin, en 1857 el insigne investigador francés Louis Pasteur descubrió que la fermentación del mosto era debida a la acción de microorganismos y que enfermedades tan habituales como el avinagrado también estaban causadas por microbios. A partir de ese momento se comenzaron a estudiar los factores que afectaban a levaduras y bacterias, tales como la temperatura o los niveles de acidez, y se pudo actuar en consecuencia. Había nacido la Enología como ciencia.
Del avance en los conocimientos científicos derivó la necesidad de controlar al máximo el proceso de la fermentación como la mejor garantía de elaborar buenos vinos y preservarlos de posibles oxidaciones durante la conservación. Las grandes bodegas comenzaron a utilizar levaduras seleccionadas y se incorporaron de forma habitual a las elaboraciones productos químicos como el dióxido de azufre, el ácido tartárico, el fosfato amónico y los taninos solubles.
El dióxido de azufre o gas sulfuroso garantizaba la desinfección de envases, mantenía un ambiente reductor, ayudaba a extraer la materia colorante de los hollejos y facilitaba el trabajo de las levaduras impidiendo el desarrollo de las bacterias. Se utilizaba en forma de disoluciones acuosas o se sustituía por pirosulfito potásico en polvo (metabisulfito).
La adición de ácido tartárico a mostos de escasa acidez facilitaba el trabajo de las levaduras, daba estabilidad a los vinos y permitía reducir la adición de yeso.
El fosfato amónico aportaba fósforo y nitrógeno, nutrientes básicos para las levaduras, mientras los taninos daban cuerpo al aumentar el extracto seco, aunque aportaban aspereza si no estaban bien dosificados.
Tratando de evitar las fermentaciones secundarias y el avinagrado los bodegueros utilizaron antifermentos como el benzoato potásico y el peligroso nitrotriclorometano o cloropicrina, producto nocivo, altamente irritante e imposible de detectar analíticamente en aquel tiempo.
A mediados del siglo XIX cambió la forma de beber vino. Vasos y copas de vidrio habían sido hasta entonces artículos de lujo reservados a las elegantes mesas de la aristocracia, pero la aparición de máquinas que permitían la producción en serie generalizó su uso y fueron desplazando a las vajillas de barro vidriado propias de las clases populares. Los bebedores comenzaron a apreciar propiedades organolépticas como el color, la transparencia y brillantez de los caldos, de modo que los vinicultores tuvieron que adaptarse y filtrar o clarificar los vinos antes de su comercialización. Con ello se introdujeron en las bodegas las albúminas, las gelatinas, las bentonitas, las 
tierras de diatomeas e incluso el peligroso amianto en polvo. 
Los franceses fueron los primeros en fabricar y comercializar productos químicos para bodegas. Uno de los pioneros fue el químico y enólogo Albert Garnier, con una imponente factoría en la calle Popincourt de París.

Albert Garnier, emprendedor industrial francés.

Desde 1908 la casa “Porras y Saldaña” ya vendía en Manzanares algunos productos de uso enológico en su sección de droguería. También lo hacía la “Droguería Moderna” de Pedro Fernández-Pacheco López-Mateos en calle Empedrada 22. 
La sociedad “Porras y Saldaña” se disolvió en abril de 1915, pero hacia 1920 surgieron otras dos firmas locales respaldadas por empresas francesas. La primera, propiedad de Edouard Picq, contrató como representante a José Roncero Rodríguez. Tenía depósitos y oficinas en Paseo de la Estación 30. (3)

José Roncero Rodríguez


Poco más tarde apareció la sociedad “Gijón y Sánchez-Gil” formada por Ramón Gijón González-Elipe y Vicente Sánchez-Gil Sánchez de Lugarnuevo. Esta firma representaba en España a la Sociedad Anónima DAEAG (D´Ancien Établissements Albert Garnier). La sede social de Manzanares estuvo en calle San Juan 13 y tenían almacén en calle Toledo 36. (4) En 1925 ofrecían un amplio catálogo de productos de uso enológico que incluía ácidos tartárico y cítrico, metabisulfito potásico cristalizado y en disolución, negro animal, fosfato amónico, filtrolina, tanino “Garnier”, antifermentos “Naftol” y “Sterisol”, albúmina de huevo, cola de pescado, azúcar caramelizada, gelatina “Garnier”, sangre en polvo, levadura “Garnier” en pastillas y mecha de azufre sublimado. (5) 
Eran tiempos heroicos en los que las ofertas se realizaban a través del correo postal y las visitas comerciales exigían tediosos desplazamientos en tren o en lentos autobuses de línea.

Ramón Gijón                                                                        Vicente Sánchez-Gil


Anuncio en el programa de Ferias de 1929

En el último tercio del siglo XIX ya se habían desarrollado instrumentos y métodos analíticos que permitían medir con exactitud el grado alcohólico, la densidad, el grado Baumé, la acidez total y volátil, el extracto seco o los contenidos en sulfatos y taninos. En la fabricación y comercialización de equipos para análisis de vinos siempre ocupó una posición preeminente la firma francesa Dujardín-Sallerón. (6)

Jules Dujardín (izquierda) junto a un ayudante verificando sus equipos de análisis del grado de los vinos.

Disponiendo de las herramientas apropiadas, los enólogos pudieron diagnosticar de forma objetiva el estado de mostos o vinos, así como diseñar estrategias de corrección y tratamiento. Pese a todo, Vicente Rodríguez Medina, químico de Larios, denunciaba en julio de 1925 la falta de profesionales en el sector vinícola local por desidia de las autoridades y falta de centros de enseñanza especializados. Se quejaba de que las principales bodegas de la localidad tenían al frente capataces y bodegueros sin los conocimientos adecuados y como consecuencia abundaban los vinos defectuosos de escasa calidad. (7)
Las grandes bodegas de Manzanares pronto contaron con un químico al frente de la dirección técnica y un laboratorio de control dotado con la instrumentación más moderna de la época. En otros casos fueron los propios exportadores quienes decidieron adquirir la formaron necesaria recibiendo cursos en el extranjero. No obstante, la mayoría de bodegas locales carecían de personal y medios adecuados para conocer el estado de sus caldos y sintieron la necesidad de contar con algún laboratorio independiente que diera servicio a pequeños y medianos cosecheros aportando el asesoramiento técnico correspondiente.

Laboratorio de la bodega “La Montaña” donde ejerce como técnico su propietario Domingo Díaz de Lope Díaz González-Calero

PRIMEROS LABORATORIOS ENOLÓGICOS DE MANZANARES

LABORATORIO RUTIS
Advertido por un amigo de la demanda existente en el sector, en 1925 llegó a Manzanares Ernesto Rutís Meier, un joven suizo que estudió en su país la carrera de Comercio y hablaba con soltura varios idiomas. De forma autodidacta había adquirido bastantes conocimientos de enología y análisis químico durante su trabajo en una bodega de Reus (Tarragona) y se aventuró a abrir un laboratorio en un pueblo que desconocía.
Vino a instalarse en un local ubicado en calle Toledo 12 donde realizaba gratuitamente análisis de vinos para después vender los productos químicos que requerían los tratamientos. Comerciaba con reactivos y material de laboratorio y representaba a varias empresas fabricantes de maquinaria para bodegas: bombas, motores y prensas; entre ellas las famosas prensas continuas de la marca “Pera” que supusieron en aquellos años toda una innovación en el sector vinícola. (8)
Algo debió fallar en las previsiones del Sr. Rutís y el negocio no tuvo la aceptación que esperaba. Tal vez los elaboradores desconfiaron de un forastero que ni siquiera era químico. El caso es que apenas estuvo un año en Manzanares y terminó vendiéndolo todo antes de marcharse a Alcázar de San Juan.

Anuncio publicado en el Anuario del Comercio y de la Industria de 1925
 
LABORATORIO ROFE
El material del laboratorio Rutis lo compró Isidro Fernández, un avispado empresario que, junto con su esposa Isabel, eran propietarios de una de las mejores pastelerías de la localidad. Su intuición para los negocios le llevó a crear en febrero de 1927 la empresa denominada “Laboratorios Químico-Enológicos Rofe”, en sociedad con Manuel Rossique Obradors, perito agrícola especializado en Enología que figuró como director técnico. (9) Tuvieron la sede social y el laboratorio en calle Ancha 12 (actual Jesús del Perdón) y los almacenes en calle Virgen de la Soledad.
 

Isidro Fernández (izquierda) y Manuel Rossique

La colaboración de los socios fue altamente exitosa. Manuel era un experto enólogo con gran iniciativa y capacidad innovadora. Isidro tenía una extraordinaria facilidad para las relaciones comerciales, utilizando hábilmente la publicidad al objeto de difundir los productos y servicios que la empresa ofrecía. Sus actividades abarcaban desde el análisis químico de vinos, tierras, abonos y productos para la agricultura hasta la dirección técnica de elaboraciones, pasando por la venta de material y reactivos de laboratorio y productos químicos de uso en vinicultura. Pero no se limitaron a ejercer de intermediarios, sino que elaboraron sus propias fórmulas magistrales como el Enotanizol, el Ranciovín, el Bonanciol o la Neutracidolina. Entre sus preparados más exitosos estaba el Fermentovín que presentaban como la panacea de la vinificación, garantizando la más alta graduación en los vinos, aumento de la acidez fija y extracto seco, disminución de la acidez volátil, una clarificación y brillantez absolutas y un mejor bouquet.



Los laboratorios ROFE fueron conocidos en toda España y reconocida la capacidad de su director técnico que resolvió problemas seculares que afectaban a comarcas enteras como la sierra de Francia (Salamanca) depreciando el valor de sus caldos.
La empresa marchaba viento en popa; no obstante, el trabajo era agotador: viajes, visitas, tratamientos, análisis, preparación de fórmulas, contabilidad, etc. Para colmo, en 1929 Manuel había aceptado la oferta de dirigir la sección enológica del recién creado laboratorio municipal.
Por decreto del 8 de septiembre de 1932 el gobierno de la II República aprobó el Estatuto del Vino. Por primera vez se regulaba el anárquico sector vinícola en España fijando la naturaleza y nombre de los distintos productos y subproductos. La nueva reglamentación establecía las prácticas y productos químicos permitidos y prohibidos en el ámbito bodeguero. Contemplaba además severas medidas para combatir el fraude.
El punto 11 del artículo 9º especificaba que no podía fabricarse, anunciarse ni comercializarse ningún producto o mezcla para uso enológico que no indicase claramente en su etiqueta la composición cuantitativa. Tal normativa supuso un duro golpe para los laboratorios ROFE. La empresa tuvo que retirar sus rentables fórmulas magistrales o hacer pública la composición y permitir que fueran copiadas por la competencia. (10)


El mismo Estatuto del Vino establecía en su artículo 50 la creación de un Servicio de Represión de Fraudes, dentro del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, que se ocuparía de la inspección, vigilancia y cumplimiento de todo lo relacionado con la producción, consumo y circulación de vinos, mistelas y demás bebidas alcohólicas.  En la primavera de 1933 se convocaron las primeras oposiciones al Cuerpo de Veedores. Manuel Rossique se presentó y obtuvo plaza como funcionario en la Delegación de Huelva. Aquella decisión implicó la disolución de la sociedad que mantenía con Isidro Fernández y el cierre de la empresa cuando apenas llevaba cinco años de actividad. (11)
Manuel se trasladó más tarde a Sevilla donde desarrolló su labor profesional como funcionario del Ministerio de Agricultura hasta la jubilación. Su trabajo oficial lo compatibilizaba con una intensa actividad privada. Dada su reputada competencia era solicitado por grandes bodegas de Córdoba, Cádiz, Málaga o Huelva cuando precisaban resolver problemas de elaboración o asesoramiento técnico sobre nuevos vinos. (12)
 
LABORATORIO MUNICIPAL
Por iniciativa del alcalde Enrique Ochoa de Quesada, a finales de 1927 quedó aprobado el arbitrio sobre reconocimiento sanitario de los vinos procedentes de pueblos comarcanos que las grandes bodegas importaban para venderlos después como elaborados en Manzanares. Se trataba de una medida proteccionista que pretendía dar salida preferente a los caldos obtenidos por cosecheros locales y se esgrimía como argumento la conveniencia de proteger el buen nombre de los vinos de la localidad controlando la calidad de los que llegaban desde fuera. Para ello, toda partida introducida en el pueblo por comerciantes o exportadores debía someterse a una serie de análisis y abonar una tasa de 1,50 pesetas por hectólitro en concepto de derechos de reconocimiento. Las condiciones exigidas para su aceptación eran: (13)
1.- El grado alcohólico no podía ser inferior a 12,5
2.- El extracto seco de blancos elaborados sin casca debía ser superior a 15 g/l y si se añadía casca 17 g/l. En los tintos no podía bajar de 19.
3.- En cuanto a su acidez volátil no debían rebasar los 0,83 g/l expresados en ácido sulfúrico.
4.- La acidez total debía estar por encima de los 2 g/l expresados en sulfúrico.
Si los caldos no superaban el control analítico se desnaturalizaban y se destinaban a la destilación. Los vinos de procedencia local destinados a consumo directo también debían responder a las mismas especificaciones.
  
Enrique Ochoa de Quesada

A fin de poder aplicar la normativa y llevar a cabo los análisis de los vinos fue necesario instalar un laboratorio de carácter municipal dotado de los medios apropiados. Se ubicó en la parte trasera del nuevo edificio dedicado a Casa Consistorial y en septiembre de 1928 ya se había completado la instalación. Parte del material se adquirió de segunda mano a Isidro Fernández Muñoz y se completó con instrumental comprado en Madrid a una casa especializada. (14)
El laboratorio municipal constaba de tres secciones. La primera, dedicada a efectuar análisis clínicos, daba servicio a la Casa de Socorro abierta en los bajos del edificio.  Además de análisis de sangre, orina y otros fluidos orgánicos se dedicaba a preparar vacunas.
Otra sección se dedicaba al control de calidad de alimentos y bebidas: agua, leche, aceite, carnes, etc. Y la tercera era la dedicada al análisis de vinos.
En enero de 1929 se nombró como director del laboratorio y jefe de la sección de análisis clínicos al doctor Matías Camacho Ruiz-Escribano. El veterinario Miguel Herreros Marchán fue el encargado de los análisis bromatológicos. Para atender el servicio de reconocimiento de vinos se contrató al enólogo Manuel Rossique Obradors. (15)
 
LABORATORIO DE DON CARLOS MÉNDEZ
En los primeros meses de 1936 abrió sus puertas en calle Pérez Galdós 8 el laboratorio enológico de don Carlos Méndez León, Matemático y Químico natural del Viso del Alcor (Sevilla), que llegó a Manzanares como profesor de Física y Química en el instituto de Enseñanza Secundaria. Su tiempo de funcionamiento fue muy corto ya que debió cerrar al comenzar la guerra civil. (16)

Anuncio publicado en la revista Rumbos nº 2 del 18 de julio 1936
 
Don Carlos se trasladó desde Baracaldo a Manzanares antes de comenzar el curso 1935/36. Fue un destacado científico e inventor que pasó casi toda la guerra civil en el pueblo. Durante su estancia trabajó en el desarrollo de varios equipos tecnológicos, entre ellos una máquina traductora del idioma alemán al castellano.
Junto a su esposa, Blanca Cuesta Vélez-Bracho, residió en una vivienda alquilada en calle Pérez Galdós.
 

Carlos Méndez León



NOTAS
1.- Columela, en su libro De Re Rustica, tratado de Agricultura escrito en el siglo I, ya informa del uso del yeso en las elaboraciones.
2.- LÓPEZ CAMUÑAS, José. La Perla Vinícola. 1876.
3.- Edouard Picq había trabajado como agente comercial para Albert Garnier, Hacia 1910 decidió independizarse e hizo la competencia a su anterior empresa.
4.- Ramón Gijón González-Elipe nació el 6 de febrero de 1889. Hijo de Simón y María. Contrajo matrimonio con Manuela Maeso Ramos. Tuvo tres hijos: Ramón, María y Mercedes.
Vicente Sánchez-Gil Sánchez de Lugarnuevo nació el 15 de diciembre de 1897. Era hijo de Tomás y Vicenta. Contrajo matrimonio en 1924 con Catalina Serrano Mascaraque. Tuvo tres hijos: Tomás, Vicenta y Juana.
Ramón y Vicente trabajaban como oficinistas en la casa de Banca de José Díaz de Lope Díaz Casero. Durante la visita comercial de un ejecutivo de la fábrica Albert Garnier a la bodega “La Montaña” recibieron la propuesta para hacerse cargo de la representación de la firma en España, reto que aceptaron al contar con el total respaldo económico de la casa matriz que pretendía contrarrestar la influencia comercial de Edouard Picq.
La sociedad prolongó sus actividades hasta finales de los años 90 del pasado siglo gestionada por Ramón Gijón Maeso, licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Granada, y Tomás Sánchez-Gil Serrano.
5.- El único producto para bodegas que se elaboraba en Manzanares eran las mechas de azufre. Hacia finales del siglo XX las fabricaban Francisco Maeso Taravilla y Francisco González-Calero Carrascosa. Más tarde se incorporaron también Federico Ripoll Viñolo y José María Rodríguez Medina.
6.- El investigador e inventor francés Jules Sallerón, discípulo de Pasteur, creó hacia 1850 en París una fábrica de instrumentos de precisión, desarrollando varios equipos destinados a analizar el grado del vino, acidez volátil, etc. En 1880 se incorporó a la empresa Jules Edouard Dujardín quien trabajó con Sallerón hasta su muerte en 1897. Dujardín continuó con la empresa perfeccionando los equipos y extendiendo su comercialización bajo la marca Dujardín-Sallerón.
7.- Documento suelto del Archivo Municipal fechado el 20 de julio de 1925 y firmado por Vicente Rodríguez.
8.- Periódico El Pueblo Manchego del 25 de mayo de 1925. Ciudad Real.
9.- Isidro Fernández Muñoz nació en Manzanares el 14 de abril de 1892. Sus padres fueron José Fernández, natural de Guillón (Asturias) y Josefa Muñoz Cortés. Se casó con Isabel Lampaya Estella, natural de Zaragoza, con quien tuvo dos hijos Ruperto y José.
Manuel Rossique Obradors nació en Manzanares el 17 de octubre de 1898. Era hijo de Francisco Rossique Andulla y de Antonia Obradors Abril, ambos naturales de Cartagena. Y sobrino nieto de Francisco González-Elipe Guisasola, hijo del senador Francisco González-Elipe Camacho. Contrajo matrimonio en Murcia el 19 de enero de 1925 con Elena Albaladejo. No tuvo descendencia. Falleció en la residencia de Lora del Río (Sevilla) el 15 de mayo de 1979.
10.- Gaceta de Madrid nº 257 del 13 de septiembre de 1932.
11.- Revista quincenal El Progreso Agrícola del 31 de mayo de 1933.
12.- Resulta sorprendente que Manuel Rossique, perteneciendo a una de las familias de la alta burguesía, se afiliara al Partido Socialista. Y no fue un militante cualquiera, sino que representó a la Agrupación de Manzanares en el Congreso Extraordinario del PSOE celebrado en Madrid en julio de 1931, donde se definió la postura del partido respecto al nuevo régimen republicano, y en el XIII Congreso celebrado también en Madrid en octubre de 1932.
13.- Ordenanza municipal nº 1 incluida en el presupuesto municipal de 1928 publicado como folleto en la imprenta de Antonio Rodríguez Medina. AMM.
14.- Manuel Rossique fue delegado por el alcalde para comprobar el buen funcionamiento de los equipos comprados a Isidro Fernández y fue el encargado de adquirir otros en la casa “Industrias Sanitarias” de Madrid. Libro de Actas nº 27. Sesión del 28 de diciembre de 1927. Archivo Municipal de Manzanares.
15.- BERMÚDEZ GARCÍA-MORENO, Antonio. Manzanares bajo el reinado de Alfonso XIII (1902-1931). Versión digital, páginas 400 y 401.
 https://publicacionesantoniobermudez.blogspot.com/
16.- Una máquina expendedora de aceite, creación suya, se fabricó en empresas locales (fundición de Rafael Merina y talleres Craviotto, instalándose en la tienda de comestibles de Melchor Díaz-Pinés.

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