ARTÍCULOS SOBRE LA HISTORIA DE MANZANARES

17 de septiembre de 2022

 DON Íñigo de la Cruz, XI Conde de Aguilar de Inestrillas, comendador de Manzanares

Don Íñigo de la Cruz Manrique de Lara y Ramírez de Arellano nació en Madrid el 3 de mayo de 1673 en el seno de una familia noble dedicada a la milicia. Era hijo de don Rodrigo Manrique de Lara y Távora, II conde de Frigiliana y caballero de la orden de Calatrava. Su madre, María de Valvanera Antonia Ramírez de Arellano y Mendoza, era dama de compañía de la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, y acumulaba varios títulos nobiliarios: X condesa de Aguilar de Inestrillas, Grande de España, IV marquesa de la Hinojosa, III condesa de Villamor y señora de los Cameros.

Por influencia del padre, teniente coronel del Regimiento de la Guardia Real, Iñigo se vio impulsado a seguir la carrera militar. Con apenas once años ingresó en la compañía de infantería de Marina del almirante Nicolás de Gregorio. Paralelamente cursaba estudios en el colegio de la Compañía de Jesús de Cádiz, donde destacó por su extraordinaria capacidad para las Matemáticas y para la Arquitectura Militar.

Por disposición paterna, a los dieciséis años contrajo matrimonio con doña Rosalía María Pignatelli de Aragón y Pimentel, hija de los duques de Monteleone. Del matrimonio nacería una única hija.

Su carrera en la milicia fue espectacular. Con 18 años ya era capitán y combatió en Cataluña al frente de dos compañías de caballería cuando los franceses intentaron tomar la ciudadela de Rosas (Gerona). En la ruptura del sitio don Íñigo se comportó con especial bravura al frente de sus tropas. En reconocimiento a sus méritos, tres años más tarde sería nombrado Maestre de Campo del Tercio Viejo de Lombardía, una de las unidades más prestigiosas del ejército.

En el marco de la guerra de sucesión de Mantua, las fuerzas mandadas por don Íñigo pusieron sitio a la imponente fortaleza de Casale Monferrato, en el ducado de Milán, consiguiendo la rendición de los franceses tras ímprobos esfuerzos. Por esa victoria se le otorgó el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro.

La muerte del rey Carlos II sin haber tenido descendencia provocó una guerra de sucesión entre Felipe V, apoyado ahora por Francia, y los partidarios del archiduque Carlos de Austria. En mayo de 1701 el Milanesado fue invadido por los austriacos. El ejército imperial, al mando de Eugenio de Saboya, venció en las batallas de Carpi y Chiari a la coalición de tropas francesas, saboyanas y españolas, entre las que se encontraba el Tercio mandado por el conde de Aguilar. (1)

El 23 de febrero de 1702 don Íñigo fue nombrado general de la Caballería extranjera del Estado de Milán, formada por napolitanos y valones, participando al frente de su regimiento en el socorro de Mantua, batalla de Luzzara y reconquista de Guastalla. En octubre de 1703 las fuerzas de caballería bajo su mando derrotaron a los jinetes austriacos del general Visconti junto al río Staffora. Con esta serie de operaciones victoriosas los imperiales se vieron forzados a abandonar Lombardía.

A finales de 1703 se le otorgó el grado de coronel de un nuevo Regimiento de Reales Guardias de Infantería española, con el encargo de organizarlo. Con esa misión regresó a España y comenzó la leva en la Corte.

En febrero de 1704 el archiduque Carlos de Austria desembarcó en Lisboa con un potente ejército anglo holandés con la intención de invadir España por el Oeste. Para hacer frente a la amenaza, Felipe V salió desde Madrid apoyado por tropas francesas bajo el mando del duque de Berwich. El 5 de mayo se incorporó en Alcántara el nuevo regimiento creado por el Conde de Aguilar. Cuando Felipe V hizo públicas las recompensas por los servicios prestados durante aquella campaña, el conde recibió su ascenso a teniente general de los Reales Ejércitos, conservando además la coronelía del nuevo Regimiento de Reales Guardias Españolas. En la primavera de 1705 don Íñigo abordó la reorganización del Regimiento de Reales Guardias, que pasó a contar con cuatro batallones en lugar de los dos que eran habituales hasta entonces.

El 28 de junio el general portugués Antonio Luís de Sousa, partidario del archiduque Carlos, consiguió ocupar Madrid y proclamó rey de España al pretendiente austriaco. La corona de Felipe V estaba a punto de caer, pero el conde de Aguilar jugó un papel decisivo a la hora de definir la estrategia para recuperar la capital de la monarquía, oponiéndose al parecer de otros generales que proponían retroceder hacia Navarra. Una retirada hacia la protectora seguridad de Francia, habría sido interpretada por aliados y partidarios como una huida, lo que hubiese tenido consecuencias imprevisibles. El conde logró convencer al rey de que debía quedarse y dar ejemplo, recomendándole arengar personalmente a sus tropas para infundirles moral de victoria. Felipe V siguió su consejo y logró enderezar la situación. Don Íñigo al frente de su caballería adoptó la táctica de atacar sistemáticamente los convoyes de bagajes y alimentos de los austracistas. El ejército enemigo, privado de subsistencias, tuvo que evacuar Castilla, siendo perseguido y acosado hasta el reino de Valencia.

  

El rey Felipe V. Oleo de Jean Ranc. Año 1723. Museo del Prado

 
El conde de Aguilar se mostraba tan eficaz en el campo de batalla como en reclutar, equipar, armar e instruir a nuevos regimientos en zonas de retaguardia. En la parte normativa, redactó un reglamento para el servicio de la Infantería que el rey ordenó extender a todo el ejército.

En consideración a sus relevantes servicios a la corona, por cédula secreta expedida el 7 de octubre de 1706, Felipe V otorgaba la encomienda de Manzanares al conde de Aguilar cuando quedara vacante, ya que en ese momento la disfrutaba Melchor Francisco Guzmán Dávila Osorio, marqués de Astorga. (2)

La extraordinaria capacidad estratégica de don Íñigo resultó determinante para que el duque de Berwich pudiera ganar la batalla de Almansa el 25 de abril de 1707, acción que abrió las puertas del reino de Valencia para el ejército borbónico. Aprovechando la desmoralización del adversario, don Iñigo de la Cruz, al frente de las milicias provinciales castellanas, penetró en tierras salmantinas y dirigió la reconquista de Ciudad Rodrigo, ganándola por asalto el 4 de agosto del mismo año.

 

 Don Íñigo de la Cruz Manrique de Lara. Descarga de internet. Procedencia desconocida

En la primavera de 1709 el conde de Aguilar descubrió la connivencia del duque de Orleans, jefe del ejército francés que apoyaba a Felipe V, con el enemigo. Al parecer, Luis XIV deseaba un acuerdo unilateral de paz con Inglaterra y decidió retirar las fuerzas expedicionarias que apoyaban a su nieto. La intervención personal de la reina de España, María Gabriela de Saboya, logró que la retirada fuera gradual para evitar el colapso del ejército español. Luis XIV impuso como comandante en jefe de la coalición franco española al mariscal Jacques Bazín, marqués de Bezons, un pésimo estratega con quien el conde de Aguilar tuvo continuas fricciones y desencuentros. Don Íñigo advirtió a Felipe V de un posible desastre militar si se le mantenía en el cargo ya que imponía su autoridad sin atender las observaciones y consejos de oficiales españoles, mejores conocedores del terreno y de sus pobladores. El rey envió al marqués una dura carta desde Guadalajara en la que censuraba su conducta; sin embargo, cuando visitó el frente de batalla cambió de talante y tras entrevistarse con Bazín le concedió el collar del Toisón de Oro. Tal determinación indignó al conde de Aguilar de forma extraordinaria sin ponderar los condicionantes políticos de Felipe V y la necesidad de acatar las instrucciones de su abuelo. El rey, tratando de aplacar la ira de don Íñigo, le entregó el 22 de abril de 1710 el usufructo de la encomienda de Manzanares, ya vacante. Por causa de la guerra el conde no pudo acudir en ese momento a su nuevo feudo y se limitó a nombrar como administrador a don Luís Vaca de Guzmán, caballero de la Orden de Calatrava. La toma de posesión efectiva habría de esperar varios meses ya que tuvo lugar el 22 de enero de 1711. (3)

A lo largo de ese año el conde de Aguilar siguió haciendo gala de su inagotable capacidad para reclutar y organizar nuevos batallones con los que completar los regimientos de Infantería española. Asimismo, repatrió desde Flandes quince regimientos valones. Con tales disposiciones intentaba fortalecer la armada borbónica, debilitada por la deserción francesa. Sin embargo, aquel ejército hubo de pelear en inferioridad de condiciones contra un enemigo muy reforzado, siendo derrotado en la batalla de Almenara, librada el 27 de julio de 1710, y en la del monte Torrero de Zaragoza, el 20 de agosto del mismo año. Don Íñigo no estuvo presente en aquellos reveses ya que se encontraba ocupado en organizar tropas de refresco en Andalucía. Finalmente, pudo Aguilar reunirse con Felipe V en Valladolid a primeros de septiembre. Al llegar se enteró del nombramiento de Luís José de Borbón, marqués de Vendôme, como nuevo jefe del ejército franco español. A fin de igualar sus rangos militares, Felipe V despachó al conde de Aguilar el nombramiento de capitán general de sus Reales Ejércitos, aunque subordinado a Vendôme. Pocos días más tarde Madrid caía por segunda vez en manos del archiduque Carlos. El conde de Aguilar, ayudado del marqués de Castelar, logró reunir 22.000 hombres, vistiéndolos y armándolos a expensas de Castilla y Andalucía. Con este ejército pudo librarse la memorable batalla de Villaviciosa de Tajuña el 10 de diciembre de 1710.

En aquella jornada memorable el conde de Aguilar mandó el ala izquierda del ejército, compuesta exclusivamente por caballería. Su primera carga fue rechazada por los imperiales, que hicieron lo mismo con los ataques del centro y la derecha borbónica. Vendôme ya daba la batalla por perdida, pero el conde logró evitar la dispersión de sus tropas. Formándolas de nuevo se lanzó contra la caballería portuguesa y logró descomponer la primera y segunda líneas del flanco derecho enemigo. Aquella acción fue decisiva y permitió reaccionar a la caballería del ala derecha felipista, al mando del marqués de Valdecañas, que apoyada por un grueso destacamento de infantería logró vencer la última resistencia de Guido von Stahrenberg. El jefe de la coalición austracista pudo replegarse con los supervivientes hacia un bosque cercano y retirarse del campo aprovechando el anochecer. Quiso el conde de Aguilar perseguir al enemigo y cortar su retirada, pero se opuso a ello Vendôme permitiendo así que el derrotado ejército archiducal se refugiase en Aragón y Cataluña. (4)

 

 Teatro de operaciones en la batalla de Villaviciosa. Tomado de: http://www.altorres.synology.me/guerras/1702_sucesion/1710_villaviciosa.htm

En lo sucesivo, las discrepancias entre los dos generales de Felipe V alcanzarían un punto de imposible entendimiento. En el verano siguiente, Vendôme, contra el parecer del conde de Aguilar, prefirió tomar Prats de Rey en lugar de Cardona, objetivo propuesto por don Íñigo por tener mayor importancia estratégica. El ejército marchó sobre Prats el 16 de septiembre, pero Vendôme, torpe táctico y deficiente estratega, sufrió la hábil maniobra de Stahrenberg que supo aprovechar la ventaja del terreno a pesar de la inferioridad de sus fuerzas. El orgulloso conde de Aguilar, no pudiendo sufrir por más tiempo la incapacidad de Vendôme, al que estaba subordinado por meras razones políticas, pidió licencia a Felipe V para abandonar el ejército y pasar a la Corte. El rey aceptó su renuncia, pero, un tanto molesto con su decisión, vetó su permanencia en Madrid. Así pues, el conde salió de la capital el 23 de diciembre de 1711 y pasó a residir en Manzanares.

De todos los miembros de la nobleza que gozaron la rica encomienda manchega, don Íñigo de la Cruz fue el único que residió habitualmente en ella como era preceptivo según las disposiciones de la Orden de Calatrava a fin de atender a la defensa y administración del territorio. No obstante, el castillo, sede natural del comendador, no reunía las condiciones de habitabilidad que exigía la nobleza de su familia y séquito. Por ello fijó su residencia en una casa solariega arrendada, ubicada en calle Empedrada, esquina a la actual calle Sotomayor, donde habitó en compañía de su esposa e hija junto a un nutrido séquito de sirvientes. (5)


Mansión de la familia Morales arrendada al comendador

 Al tomar posesión de su feudo se ocupó durante un tiempo en la restauración de los edificios propios de la encomienda. De hecho, realizó mejoras en los depósitos de grano y bodega del castillo, adecentando también las edificaciones de la dehesa de Siles, donde llegó a construir una pequeña plaza de toros.

A sus 38 años, y acostumbrado a una frenética actividad, don Íñigo no se podía limitar a percibir las rentas que le correspondían como comendador y a atender los escasos requerimientos de su cargo. Lejos de amoldarse a una vida inactiva decidió convertirse en un activo terrateniente. Adquirió terrenos rústicos y levantó la conocida Casa del Conde, a unos seis kilómetros al oeste de la villa, centro de una importante explotación agraria con zona residencial. Para transformar las tierras de secano en regadío diseñó y mandó construir un canal de 1.750 metros (conocido como Caz del Conde) que tomaba agua del caz de los molinos poco antes de que vertiera en el río Azuel.

 


Ubicación de la Casa y Caz del Conde al oeste de la villa

El 8 de diciembre de 1716 fue un día especial para Manzanares. En la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción contrajo matrimonio la joven María Nicolasa, marquesa de la Hinojosa y única hija del comendador, con su primo Juan Crisóstomo Fernández Manrique de Lara, conde de Montehermoso y Fuensaldaña. Asistieron a la ceremonia varios caballeros de las órdenes de Santiago y Calatrava, el alcalde mayor de la villa, alcaldes y regidores del concejo, el visitador general de Ciudad Real y miembros del cabildo. La presencia de tanta gente principal debió impresionar a los sencillos labradores que formaban el común de la villa. No fue muy afortunada la marquesa, pues al poco tiempo quedó viuda y volvió a la casa paterna sin haber tenido descendencia.

En 1719, de forma muy tardía, el Papa Clemente XI canonizó a Raimundo de Fitero, fundador de la Orden de Calatrava. El conde de Aguilar, como testimonio de su fervoroso celo y devoción al abad cisterciense, solicitó al rey el correspondiente permiso para erigir a su costa en la iglesia parroquial de la encomienda un retablo con la imagen del Santo. El 27 de julio de 1723 se recibía la autorización real, después de haber consultado y obtenido el beneplácito del cura rector frey Alonso de Ibarra Rincón. (6)

Para la inauguración y bendición de la imagen, don Íñigo organizó un solemne octavario que habría de celebrarse del 7 al 15 de febrero de 1724. Semanas antes la villa entró en un estado de general agitación ante la expectativa de un evento nunca antes visto por los lugareños.

Una vez cursadas las invitaciones correspondientes se iniciaron los preparativos de los actos religiosos y lúdicos, así como la adaptación de la casa solariega para atender a un centenar de personajes de distinta condición durante dos semanas. Ello implicó, entre otras cosas, la contratación de numerosos criados, así como una abundante adquisición de viandas con que suministrar las cocinas.

Los sesenta invitados comenzaron a llegar la tarde del viernes 4 de febrero. Uno de los primeros fue frey Cristóbal de Salazar Treviño, Prior del Sacro Convento de Calatrava, acompañado de un séquito formado por varios pajes, freires profesos y novicios de la Orden. (7)

A la comitiva del Sacro Convento se sumaron caballeros de las ordenes de Santiago y Calatrava, algún representante de las de Montesa y Hospital de San Juan, predicadores, canónigos, párrocos de las villas del Campo de Calatrava y algunos del Campo de Montiel. En la residencia de los condes se organizó un acto de recepción donde el Prior saludó a los invitados, miembros del concejo y vecinos principales de la villa. Después hubo que organizar dos turnos de comidas y cenas para atender a tantas bocas. El Prior y algunos de los personajes más relevantes se alojaron en la mansión del comendador, siendo el resto repartidos entre las principales casas de hidalgos y miembros del cabildo.

El fin de semana previo al octavario estuvo dedicado a la oración, aunque hubo también lugar para el ocio. El sábado se representó la comedia “El lindo don Diego” a cargo de un grupo de actores locales. Más tarde unos músicos interpretaron piezas al violín y oboe mientras los religiosos se entretenían con juegos de naipes.

El domingo por la tarde tuvo lugar una ceremonia religiosa, precedida de vibrante repique de campanas, donde se leyó la concesión de ochenta días de indulgencia, dictada por don Diego de Astorga y Céspedes, arzobispo de Toledo, por cada vez que los fieles rezasen un padre nuestro y un avemaría delante de la imagen de San Raymundo. Por la noche hubo un grandioso espectáculo de pólvora en la plaza que sorprendió a invitados y habitantes de la villa.

El retablo se colocó en el frontal del brazo del crucero situado al lado de la epístola, dando a la plaza. Mientras duró el octavario, la imagen del santo permaneció sobre unas ricas andas de plata en el lado del evangelio, junto al altar.

En lugar privilegiado se reservó un sitial con dosel y cortinas, a fin de que el maestre de la Orden estuviera presente en efigie. En él se colocó un retrato de Luis I, rey de España en ese momento y administrador perpetuo de las órdenes militares.

El lunes 7 comenzó el octavario con sus cánticos, misas y prédicas, que se prolongaron hasta el lunes siguiente. Las ceremonias religiosas matinales y las funciones celebradas después de la comida del mediodía se repitieron en cuanto al protocolo conventual, pero los distintos oradores compitieron en el tono y contenido de sus intervenciones, siendo los más brillantes fervorosamente aplaudidos por los asistentes.

Nunca se había conocido una muchedumbre tan grande en el interior de la parroquia. Hombres y mujeres se disputaban el sitio para asistir a las funciones y adorar una supuesta reliquia del santo que don Íñigo se había encargado de adquirir.

El último día se invitó al cabildo eclesiástico de la villa, alcalde mayor y autoridades civiles del concejo. Tras la función tuvo lugar una solemne procesión por el interior del templo. Mientras se entonaba un Te Deum la imagen se llevó en andas, acompañada por caballeros que portaban velas encendidas. Cerraba el cortejo el prior de Calatrava. Finalmente, San Raimundo quedó colocado en su retablo y se repitieron tres veces los nombres de los patriarcas San Benito, San Bernando y San Raimundo.

Finalizado el octavario el prior y personas de la Orden acordaron dedicar los días 16 y 17 a honrar a los maestres y caballeros difuntos. A tal fin se formó en el interior del templo parroquial un túmulo en forma de pirámide con doce escalones. Estaba revestido de bayeta negra y cercado de frontales del mismo color. En la parte superior aparecía un féretro cubierto de terciopelo negro orlado con la cruz de Calatrava sobre el que destacaba una corona de laurel. En los vértices resaltaban cuatro pequeñas estatuas que representaban la Fama, la Religión, la Fe y la Fortaleza. Los frontales de los escalones del túmulo contenían pliegos de versos en castellano y latín que exaltaban las virtudes de los freires, y sobre ellos ardían 236 cirios. Mientras duraron las solemnes exequias no dejaron de doblar las campanas del templo con toque de difuntos. (8)

En la mañana del día 17 las campanas anunciaron la entrada en el templo del prior y su comitiva. Se iniciaron a continuación las ceremonias fúnebres con solemnes cánticos y misa de difuntos. La tarde del último día se dedicó a actividades lúdicas en la plaza de la villa. Los caballeros celebraron juegos de sortija y estafermo; después tornearon e hicieron carreras por parejas, actividades que divirtieron mucho a forasteros y vecinos.

El evento finalizó con la despedida del Prior de Calatrava, que marchó a la villa de La Solana, de donde era natural, para saludar a sus familiares. Al día siguiente se marcharon los demás invitados. Fueron dos semanas plenas de actos piadosos perfectamente planificados por el conde, quien recibió los parabienes y felicitación general de los participantes.

En aquellos gozosos días no podía imaginar el comendador que solo tres años más tarde una gran tragedia iba a golpear a su familia. Su única hija, María Nicolasa, fallecía en Manzanares el 14 de enero de 1727 con poco más de treinta años. Probablemente una enfermedad respiratoria, de las que en invierno hacían estragos entre la población, acabó con su vida.

 
A partir de ese momento don Íñigo se volvió más introvertido, mitigando su dolor con el despliegue de una intensa actividad literaria.  En esta etapa de su vida acentuó su oposición intelectual al centralismo borbónico por entender que vulneraba los antiguos privilegios de las órdenes de Caballería. Como reivindicación de los derechos amenazados escribió en su residencia manzanareña la voluminosa obra “Defensorio de la religiosidad de los caballeros militares”, publicada en Madrid el año 1731. En ella justificaba el carácter religioso de los caballeros freires con profundos y razonados argumentos. En su libro recogía también las bulas papales y privilegios reales que la Orden de Calatrava fue acumulando a través de los siglos marcando su funcionamiento como institución.

 

El 7 de marzo de 1730, estando el conde al frente de la encomienda, se conoció la sentencia dada por el bachiller Juan Fernández Calvete, alcalde mayor que fue de la villa de Almagro, declarando la jurisdicción del término de Aberturas a favor de los señores comendadores de la villa de Manzanares. Ello vino a incrementar la riqueza del titular al percibir los diezmos de los quiñoneros y ganaderos que desarrollaban sus actividades en el territorio situado entre Manzanares y Valdepeñas. (9)

La muerte sorprendió a don Íñigo durante un viaje a sus señoríos en Andalucía. Falleció en la villa de Santa Fe (Granada) el 9 de febrero de 1733 cuando contaba 59 años de edad. Su cuerpo fue enterrado provisionalmente en la bóveda de la parroquia de la Encarnación hasta que transcurriera el tiempo requerido para la pudrición. Luego, según sus disposiciones testamentarias, habría de ser trasladado al panteón familiar en el convento de San Antonio de la villa de Nalda en La Rioja. (10)

 

 

Restos del convento de San Antonio suprimido por decreto del 8 de marzo de 1836 dado por el gobierno de Juan Álvarez Mendizabal.

 

Panteón de los condes de Aguilar

A partir de la muerte de don Íñigo, la rica encomienda de Manzanares estuvo siempre en manos de la familia real. El primer beneficiado fue el infante Felipe de Borbón, cuarto hijo de Felipe V y de la parmesana Isabel de Farnesio, su segunda esposa. En este caso el comendador, de apenas 13 años, delegó todas sus funciones en un alcaide-administrador, cargo que recayó sobre el caballero Manuel Francisco de Vivanco Angulo y Ballesteros. Como Felipe de Borbón no era caballero de Calatrava, hubo que pedir licencia al Papa para que pudiera ser comendador. El problema se resolvió convirtiendo la encomienda de Manzanares en una mayordomía de la Orden de San Juan, que sí podía detentar el infante al poseer el título de Gran Prior de San Juan de Jerusalén en Castilla y León. (11)

 NOTAS Y FUENTES

1.- El condado de Aguilar de Inestrillas fue un título nobiliario creado en 1475 por los Reyes católicos a favor de Alonso Ramírez de Arellano y Enríquez de Castilla.

2.- GIJÓN GRANADOS, Juan de Ávila. Arqueología Moderna en el Castillo de Manzanares. La Nobleza, la Casa de Borbón y las Órdenes Militares. Imprenta Santo Tomás. Villanueva de los Infantes. Año 2003.

3.- Documento antiguo y semidestruido del Archivo Municipal de Manzanares sobre recuperación de bienes mostrencos, fechado el 7 de diciembre de 1721. En él se cita la toma de posesión de la encomienda de Manzanares por parte del conde de Aguilar.

4.- Biografía de don Íñigo de la Cruz redactada por don Alfonso de Ceballos-Escalera Gila, vizconde de Ayala, para la Real Academia de la Historia.

https://dbe.rah.es/biografias/5452/inigo-de-la-cruz-manrique-de-lara-arellano-y-mendoza

5.- La casa pertenecía a Francisco Ignacio Morales Contreras, administrador judicial de los propios y rentas del concejo. El inmueble debió arrendarlo al comendador, ya que cuando finalizó su función volvió a poder de la familia Morales.

6.- Relación de las ceremonias y celebraciones que vivió la villa de Manzanares con motivo de la colocación del retablo de San Raimundo. Últimas 75 páginas del libro nº 17 de Nacimientos del Archivo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Redactada por los presbíteros Juan Rodríguez Manzanares y Alfonso Márquez Núñez de Alises, coadjutores de la misma.

7.- El prior del Sacro Convento estaba revestido de dignidad episcopal. Su ministerio no estaba sujeto a ningún arzobispo y dependía directamente del Papa a través del abad de Morimond.

8.- El homenaje a los difuntos debía estar ya previsto por don Íñigo, pues de la noche a la mañana se levantó el túmulo funerario con sus adornos y telas.

9.- Relación de papeles y documentos que se hallan en el archivo de la encomienda de Manzanares correspondientes a los diezmos y jurisdicción del término llamado Aberturas.

10.- Archivo Parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación de Santa Fe (Granada).

11.- GIJÓN GRANADOS, Juan de Ávila. Arqueología Moderna en el Castillo de Manzanares. La Nobleza, la Casa de Borbón y las Órdenes Militares. Página 119. Imprenta Santo Tomás. Villanueva de los Infantes. Año 2003.

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