ARTÍCULOS SOBRE LA HISTORIA DE MANZANARES

15 de septiembre de 2021

ACTO DE DONACIÓN DEL CUADRO DE RAFAEL BOTÍ

 Manzanares, 8 de septiembre 2021 

Rafael Botí Gaitán

Señoras y señores, buenos días. Nos encontramos aquí reunidos para ser testigos de un extraordinario acto de generosidad: la donación a la Colección de Arte de Manzanares de un cuadro muy especial pintado por un destacadísimo pintor cordobés del siglo XX.

Explicaré en primer lugar la secuencia de los hechos que nos han conducido hasta este momento.

Durante el proceso de revisión y ampliación de la versión digital de mi libro República y Guerra Civil, aparecía como profesor del primer instituto de Enseñanza Secundaria de Manzanares un señor llamado Rafael Botí. Yo no tenía ni idea de quién se trataba, pero en Córdoba existía una fundación de arte contemporáneo con ese mismo nombre.

Por si pudiera existir algún vínculo, antes del verano me presenté en la sede de dicha fundación tratando de aclarar mis dudas. Allí nadie sabía nada, pero me indicaron que el pintor tenía un hijo residente en Madrid y logré contactar con don Rafael Botí Torres, aquí presente.

Durante nuestra conversación telefónica, Rafael confirmó la presencia de su familia en Manzanares durante la guerra civil como refugiados. Entre otras muchas cosas me contó que durante la estancia en nuestro pueblo su padre había pintado un solo cuadro, titulado “Patio manchego”. La noticia estimuló mi curiosidad y quise saber en qué colección o museo se encontraba. Rafael me contestó que el pequeño óleo tenía para él una especial significación al evocar los tiempos de su infancia, que nunca quiso desprenderse de él y que permanecía colgado en su domicilio particular.

Sin apenas conocernos de nada, tuve la osadía de sugerirle que lo donase a nuestra ciudad. Le pedí que el cuadro, después de 83 años, volviese al lugar donde se creó para formar parte de nuestra colección de Arte.

Para convencer a Rafael tuve que asegurarle que la obra sería dignamente expuesta, custodiada y debidamente conservada, tras lo cual me dio la gran alegría de aceptar mi propuesta.

Los documentos formales de donación y aceptación por parte del equipo de gobierno ya fueron  firmados, y hoy asistimos a la entrega física del cuadro.

Antes trataré de exponer con la brevedad que se me ha pedido algunos retazos biográficos sobre el autor.

MANZANARES, REFUGIO PARA UN ARTISTA

Nuestro pintor vino al mundo en Córdoba un 8 de agosto de 1900 y tenía que llamarse Rafael. Era hijo de Santiago Botí Company, músico natural de Alcoy que formaba parte de la Real Sociedad Filarmónica Cordobesa Eduardo Lucena. La madre, Margarita Gaitán Gavilán, procedía del Carpio, una pequeña villa situada en plena campiña del Guadalquivir.

Rafael Botí Gaitán nació en el seno de una familia culta que transmitió a su único hijo el amor por la música y por la pintura. Su niñez y adolescencia las vivió en la antigua capital del califato alternando el Conservatorio con la Escuela de Artes y Oficios, donde tuvo el privilegio de ser alumno predilecto de Julio Romero de Torres.

Con solo 17 años marchó a Madrid para completar sus estudios musicales en el Real Conservatorio, especializándose en el manejo de la viola. Dos años más tarde ingresaba en el estudio-academia del  pintor Daniel Vázquez Díaz. Con su maestro y amigo continuó aprendiendo técnicas pictóricas y desarrollando su sensibilidad artística.

Como la pintura no era todavía oficio rentable tuvo que ganarse la vida con la música. En 1919 ingresaba en la Orquesta Filarmónica de la capital de España como profesor interino. Con las necesidades básicas cubiertas, Botí pudo ya concentrarse en la pintura. En 1923 conseguía mostrar al público una primera exposición individual, de marcado carácter impresionista, en el selecto Círculo de la Amistad de su Córdoba natal.

La década de los veinte constituye un periodo fecundo de creación. Pinta numerosos cuadros y se va perfilando como un buen paisajista. En este periodo presenta sus trabajos en las principales ciudades del país: Madrid, Bilbao, Salamanca, Barcelona, Sevilla, Granada y otras.

En 1924 contrajo matrimonio con otra cordobesa residente en Madrid, Isidra Torres Lerma, con quien tendría a su único hijo.

Rafael e Isidra

Cinco años más tarde consigue ser pensionado por la Diputación Provincial de Córdoba para ampliar estudios de pintura en París. En la capital del arte se consagra definitivamente como pintor, conoce nuevas tendencias como el cubismo, surrealismo, expresionismo o posimpresionismo y recibe influencias de grandes maestros: Picasso,  Matisse, Cezanne, Modigliani y tantos otros con los que convivió en el bohemio barrio de Montmartre a la sombra de la basílica del Sacre Coeur.

Los años treinta suponen para Rafael un periodo de maduración personal y artística que ha de alternar con el ejercicio de la paternidad. En 1930 logra consolidar su situación laboral ganando plaza en propiedad en la Filarmónica de Madrid. La música sigue siendo una profesión que desarrolla con virtuosismo y soltura, pero la pintura se ha convertido en su gran pasión. Rafael lleva en el corazón a su ciudad natal; sus pinceles, evocando recuerdos, recogen en lienzos inundados de luz y cromatismo la vida de los patios, jardines, fuentes, monumentos y callejas cordobesas. Participa en numerosas exposiciones colectivas y en julio de 1931, recién inaugurada la Segunda República, ofrece a Córdoba su segunda exposición individual.

En 1936 estalla la guerra. La sensible humanidad de Rafael quedó profundamente herida por las noticias que llegaban desde la zona controlada por los militares sublevados. Varios de sus amigos y conocidos de los círculos culturales cordobeses habían sido asesinados. Durante una semana lloró la muerte del escultor Enrique Moreno Rodríguez “El Fenómeno”, íntimo amigo y compañero de la Escuela de Artes y Oficios fusilado el 9 de septiembre. Aquellas tragedias sumieron a Rafael en un estado de tristeza tan profundo que llegó a paralizar su creatividad.

La familia residía entonces en una vivienda alquilada en la calle Gobernador 22, junto al hotel Savoy, muy cerca del exuberante Jardín Botánico donde solía montar su caballete en los luminosos días de primavera.

En noviembre eran ya habituales los bombardeos sobre la capital de la República. En uno de esos días aciagos en que sonó la sirena de alarma, la familia Botí se protegió en el refugio más cercano. Cuando pasado el peligro pudieron salir a la calle, contemplaron con espanto como ardía su casa alcanzada por una bomba incendiaria. El objetivo  había sido el Savoy donde se alojaban numerosos asesores militares soviéticos.

Arriesgando la vida, sin atender a los gritos de su esposa, Rafael hizo varias entradas al edificio. Luchando desesperadamente contra las llamas y el humo logró salvar su violín, su viola y nueve oleos. Tras aquella desgracia, la mayor parte de la obra realizada hasta ese momento quedó convertida en cenizas junto con todo su patrimonio mobiliario.

La gitana Amalia. Uno de los cuadros salvados del incendio.

 Como la orquesta Filarmónica había cesado sus actividades, la familia  decidió abandonar Madrid y buscar algo de seguridad en una zona de retaguardia. Isidra tenía en Manzanares unos parientes lejanos que les ayudaron a instalarse en nuestro pueblo. Fijaron su  residencia en una vivienda alquilada situada en el  nº 38 de la calle Estación (actual número 60 de la calle Virgen de la Paz).

Rafael era hombre culto y no tuvo demasiadas dificultades para encontrar trabajo. Lo hizo como profesor sustituto del catedrático de Dibujo en el Instituto de Enseñanza Secundaria que entonces se encontraba en la antigua mansión de los marqueses de Salinas, incautada por el Comité Local del Frente Popular. El 1 de abril de 1937 era contratado formalmente como profesor interino, encargándose además de la organización y control de la biblioteca del centro. 

 Las horribles secuelas de la guerra que asolaba el país pesaban demasiado sobre los espíritus sensibles. Fue una época oscura, nada propicia para la creación artística. Durante los dos años y medio de estancia en Manzanares Rafael pintó un solo cuadro titulado “Patio manchego”, una obra llena de luz y color que gracias a la generosidad de su hijo Rafael formará parte de nuestra Colección de Arte a partir de hoy.

Rafael ejerció también como agente de la Junta de Protección del Patrimonio Artístico. Su misión consistía en recorrer los pueblos de la comarca buscando obras de arte que pudieran correr peligro de destrucción o de saqueo. 

La semilla que Botí plantó entre sus alumnos del Instituto fructificó en Francisco Clemente Maeso, quien años más tarde se convertiría en reconocido pintor, desarrollando un estilo muy personal con influencias del arte rupestre.

Terminada la contienda, vuelve la familia a Madrid. Una ciudad castigada por las bombas, donde imperaba el terror y escaseaban los alimentos.  Por suerte, en abril de 1940 inició su andadura la Orquesta Nacional de España y Botí pudo recuperar su trabajo después de superar el exhaustivo examen de sus actividades durante la guerra por parte de una Comisión de Depuración. En el opresivo ambiente de los años cuarenta, rodeado de miseria material y moral, Rafael cae en un periodo de introspección que se prolongará durante años. Aunque sigue pintando no realiza ninguna exposición individual y apenas participa en alguna colectiva. Además, su pintura modernista para nada encajaba con el academicismo tradicionalista del momento.

Tuvieron que transcurrir veinte años para que Botí saliera del letargo. En 1959 despierta por fin el artista y presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid su primera exposición individual de posguerra, a la que seguirán otras en Córdoba y Salamanca. Se inicia así una larga singladura coronada por éxitos y reconocimientos. Botí es un pintor prolífico y abierto. Su creatividad no está limitada por ningún estilo ni motivo; constantemente experimenta e innova. A partir de los años sesenta amplía sus horizontes y alterna los paisajes cordobeses con los de otras regiones españolas. Madrid y La Mancha fueron dos de sus fuentes de inspiración. 

 

Nocturno manchego

Pintar es para Botí algo más que una afición, es una necesidad espiritual para reencontrarse con sus orígenes y plasmar la belleza en espacios bidimensionales. Casi todos los años participa en exposiciones colectivas en diferentes galerías de Madrid.

La pintura de Rafael Botí tiene un estilo personal, ecléctico, desvinculado de movimientos vanguardistas, de difícil encuadre en corrientes o estilos pictóricos definidos. En sus cuadros hay matices impresionistas, postcubistas e incluso naif. Su obra se caracteriza por la sencillez, la alegría y cierta ingenuidad, reflejos de la propia personalidad del artista. Aunque pintó retratos, marinas y bodegones, Botí tiene predilección por el paisaje. Le atrae particularmente la grandiosidad de la Naturaleza, pero también el intimismo del paisaje urbano.

Muchas de sus obras inspiran alegría. No en vano, afirmaba su colega, el onubense José Caballero, que siempre cantaba un pájaro en sus lienzos. Y con ese motivo nuestro paisano Manuel Clemente le hizo una graciosa caricatura. 

 
La fecunda trayectoria de creación pictórica de Rafael Botí se prolongó casi hasta su muerte, ocurrida en Madrid el 4 de enero de 1995. Actualmente sus cuadros son muy cotizados y pueden contemplarse en las mejores pinacotecas del país, instituciones privadas y colecciones particulares de todo el mundo.

La Diputación Provincial de Córdoba, ciudad que le vio nacer, creó en 1998 la Fundación provincial de Artes Plásticas Rafael Botí dedicada a promover y divulgar el arte contemporáneo a través de sus cuadros. En dicha institución Rafael sigue vivo en su obra gracias a la exposición permanente donde se custodian oleos, fotografías y documentos que muestran su trayectoria vital.

 

Nocturo del Cristo de los Faroles

DESCRIPCIÓN DEL CUADRO DONADO

El cuadro entregado a la Colección de Arte de Manzanares representa la quietud del patio de una casa humilde de nuestro pueblo. La luz lo invade todo y refulge en la blancura azulada de las paredes encaladas. A la izquierda, en primer plano, un árbol de tronco robusto cuyas hojas verdes aportan el tono de color. A la derecha, equilibrando la composición cromática, un oasis de macetas que abraza a otro árbol menos frondoso.

El apacible picoteo de la gallina sobre el suelo empedrado aporta un toque de vida y de sosiego. A nuestra vista se ofrece un remanso de paz, de tranquilidad,  que contrasta fuertemente con la desolación que está ocurriendo más allá de los muros de la casa donde la población vive crispada, atormentada por dramas familiares, carencias y privaciones de todo tipo.

Ese patio constituye, en definitiva, un auténtico refugio donde el alma del artista intenta evadirse de la tragedia que le rodea, derivada de la guerra fratricida que enlutaba la España de 1938.

 

Patio Manchego. Oleo sobre cartón. Año 1938.


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