En la página web de “Melchor
y Sagrario”, donde Manuel Díaz-Pinés Fernández-Prieto viene recogiendo los
diferentes artículos que sobre Manzanares y su comarca escribió su padre, Melchor
Díaz-Pinés Pinés, a lo largo de su dilatada trayectoria como corresponsal
fotográfico y literario de varias publicaciones, aparece bajo el epígrafe “El ejercicio de la caridad en Manzanares, a
través de los tiempos, por el Padre Bernardo María Jiménez” un documento
escaneado referente a la Casa de Caridad y Asilo de Pobres de Manzanares.
A pesar de no estar firmado, lo atribuye al Padre
Bernardo María Jiménez, capellán que fue del Convento de Religiosas
Franciscanas de Clausura hacia 1920. El documento tiene 21 páginas
mecanografiadas en tinta azul, un tanto desvaída por el paso del tiempo, y
pretende ser una Memoria de las instituciones de beneficencia que tuvo
Manzanares desde su fundación, y muy concretamente la del Hospital Asilo que
estuvo en la calle Alfonso Mellado, hoy convertido en Residencia de Ancianos y
Colegio de Primera Enseñanza.
Con toda probabilidad esta Memoria fue escrita en el
verano de 1922, y no entre 1926 y 1930 como se apunta en la web de Melchor, ya
que al referirse a la muerte de Dª Dolores García-Noblejas Díaz-Pinés, una de
las principales protectoras de la Casa, la cita como “recientemente fallecida”,
y el óbito de tan distinguida señora ocurrió el 8 de mayo de 1922.
Curiosamente, durante las investigaciones que realicé
en el Archivo Municipal para la elaboración de mi libro “Manzanares bajo el reinado de
Alfonso XIII (1902-1931)”, encontré otro documento sobre el mismo tema
pero firmado por el sacerdote Alfonso Pedrero García-Noblejas, chantre
en la Iglesia Prioral y Basílica de Santa María del Prado, y fechado en Ciudad
Real el 15 de noviembre de 1923.
Estudiando detenidamente ambos documentos se pone de
manifiesto que Alfonso Pedrero utilizó el documento atribuido al padre Bernardo
y, tras introducir algunas correcciones semánticas y de puntuación, lo firmó
como suyo. Únicamente modificó un dato histórico, en donde se había equivocado
el primer autor, referente a la fecha en que llegaron al pueblo las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl. En el documento original aparece octubre de
1917 y en la copia se cambia el año por
1915, fecha en que realmente tuvo lugar el relevo de las Siervas de María
al frente de la Institución.
A
continuación ofrezco a los lectores una transcripción inteligente, que no
literal, del documento original
atribuido al Padre Bernardo, en la que me he tomado cierta libertad de alterar
algunos signos de puntuación y cambiar el orden de algunas palabras para
facilitar su comprensión.
Antonio Bermúdez García-Moreno
MEMORIA ATRIBUÍDA AL PADRE BERNARDO MARÍA JIMÉNEZ
SUMARIO
Introducción
I.- Primer hospital de Manzanares y su
denominación.- Otras fundaciones.- Su desaparición.
II.- Primera reconstrucción: sus vicisitudes.-
Donación del infante D. Carlos de Borbón; sus rentas y su extinción.
III.- Iniciativas del Ayuntamiento.- Decadencia.
IV.- Proyecto de restauración.- El Exmo. Sr. Obispo
Carrascosa.- D. Alfonso González Mellado.- Juntas y su saludable actuación.-
Obras de ampliación.
V.- Razón del proyecto de encomendar la
administración a un Instituto de Caridad.- Epidemia colérica.- Entrada de las
Siervas de María.- Inauguración de los nuevos pabellones.- Dª Rosalía Quesada.
VI.- Construcción y bendición de la nueva Iglesia de
San Ildefonso.- Incremento de la institución.- Real Orden de creación del
Patronato.- Legado de Dª Apolonia García.- Otros legados.
VII.- Proyecto de demolición del antiguo edificio y
construcción de otro nuevo.- Los Sres. D. Tomás Jarava y sus hermanos D.
Antonio y D. Ramón García-Noblejas.- Nuevo Presidente, D. Dimas López.- La
caridad de Dª Dolores García-Noblejas.- Salida de las Siervas de María.-
Entrada de las Hijas de la Caridad de San Vicente.- Terminación de las obras.-
Escuela de niñas.
VIII.- Legado importante de D. Mariano Giménez:
constitución de capital.- Gestión de D. Dimas López.- Estado actual.- Epílogo
MEMORIA
CASA DE
CARIDAD Y ASILO DE POBRES DE MANZANARES
La compasión ante el dolor y necesidad ajena es y ha
sido en todos los tiempos y civilizaciones patrimonio de espíritus grandes: el
sentimentalismo es una pasión no excitada al contemplar la desgracia donde
quiera que se aposente, es connatural a la racionalidad: mas, si elevando el
hombre su mirada a regiones supraterrenas, en que se teje la corona que es
recompensa del mérito las más veces desconocido y muy pocas equitativamente
remunerado, cuando no despreciado, en esta vida, presta su auxilio y ayuda a un
semejante condoliéndose de su desgracia que remedia, de su pesadumbre que
mitiga, de sus lágrimas que enjuga y de sus heridas que unge con el bálsamo de
su condolencia, esa noble pasión del humanitarismo natural se dignifica y eleva
a honores de virtud divina que se llama caridad cristiana, flor de fragancia
sobrehumana que, teniendo su origen en el cielo, nace en el corazón humano en
el que vive regada por la sangre de un Dios y da frutos de salud que lenifica
endulzando las amarguras del humano vivir. De esta verdad es testimonio el
proceder y conducta seguida en todo tiempo por los hijos de esta noble, hidalga
y fidelísima ciudad de Manzanares, descendiente de aquellos cruzados que fueron
sus fundadores: los Sagasti (1), habían de sentirse siempre inclinados a
prestar su auxilio y favor al desvalido.
I.- Al pie de la fortaleza y Castillo de
Pilas-Horras, a cuya sombra protectora se agruparon y construyeron sus
viviendas los primeros pobladores, allí edificaron el primer Hospital y Casa de
Caridad que pusieron bajo la protección de Ntra. Sra. De Alta Gracia, la Virgen
Inmaculada que, siendo patrona de la ínclita Orden de Calatrava, de quien la
naciente villa era feudo, fue la Titular de su primer Templo Parroquial y había
de ser igualmente la Abogada bajo cuya tutela y advocación pusieran la primera
institución benéfica que fundó el Comendador de Calatrava Alonso de Ávila al
mediar el siglo XV dotándola con algunos capitales de censo. Este hospital,
cuya memoria sólo queda en los archivos, desapareció, ignorándose la fecha de
su demolición y las causas.
Estaba situado al final de la calle del Carmen,
esquina a la plaza del Castillo y sobre sus ruinas, la Cofradía de San Blas,
cuya erección canónica se remonta a fines del siglo XVI y que todavía existe,
trató de levantar otra Casa de Caridad y al efecto recaudó limosnas y obtuvo
subsidios que sin duda no fueron suficientes para lograr su intento, por lo que
hubo de desistir de su propósito abandonando las comenzadas obras, cuyas
murallas sin techar ha conocido el autor de esta Memoria, y cuyo ruinoso solar
fue adquirido por la Casa Salinas incluyéndolo en el plano de sus bodegas de
reciente construcción propiedad de la dicha Casa.
Mas no se dio por satisfecha la hidalga generosidad
de los vecinos para con el indigente, ni se resignaron éstos a carecer de casa
donde se albergase y remediase su angustiosa situación el desvalido y ya era la
iniciativa particular de Dª María de Quesada, que fundó una casa de
misericordia cuya existencia debió ser de corta duración pues no quedan de ella
vestigios, ya eran las colectividades de carácter piadoso y cultual las que afrontaron el
remedio de tal necesidad, como fueron las Cofradías de San Juan y de Santiago,
de las que aún existe la primera, fundando dos Hospitales que llevaban su
respectivo nombre. El primero estaba situado junto a la ermita de San Juan,
iglesia que después se convirtió en escuela pública; el segundo en el número
uno de la calle Morago, llamado vulgarmente “el Hospitalillo” que servía de
morada a mujeres pobres. De estos dos Hospitales se hace mención en la Memoria
descriptiva de esta villa mandada formar en toda la nación por Real Cédula de 7
de Agosto de 1578, siendo sostenidos solo de limosnas recaudadas y
administradas por las Cofradías de que se ha hecho mérito, y no debieron sus
productos tener garantía sólida cuando solamente perdura su recuerdo en los
archivos y en la tradición.
La guerra de la Independencia acabó con todas las
Instituciones benéficas y con la Casa de la Caridad de Manzanares, que tuvo que
soportar durante tres años (14 de Diciembre de 1809-24 de Junio de 1812) la
tiranía del invasor, que estableció su hospital de sangre en el Convento de PP
Carmelitas, situado a la derecha de la calle del Carmen, en la plaza del
Castillo de cuyo convento aun existen
claustros y salas que modificadas en la actualidad ocupa la Comunidad de
Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza. A este hospital de sangre llevaron
las pocas camas y escaso mobiliario de los otros hospitales para socorrer y
atender a los heridos de guerra, cuya permanencia en esta villa dio margen a
los luctuosos sucesos y heroicos acontecimientos que se desarrollaron y de que
fue principal protagonista el Rector y Cura propio a la sazón de la parroquia,
el ven. Frey D. Pedro Álvarez de Sotomayor y Rubio que escribió en la historia
de esta villa una página gloriosa que jamás se borrará de la memoria de sus
habitantes. Con la refusión de los hospitales en el de sangre y la demolición
de éste por las tropas francesa desaparecieron los centros benéficos que
impulsados por su caridad fundaran y sostuvieran los hijos de Manzanares y que
parecían destinados a pasto de la voracidad de manos demoledoras, puesto que de
todos ellos solo queda el recuerdo. Una cosa permanece, sí, el empeño, tesón y
propósito decidido de los moradores de que, a pesar de tantas vicisitudes, y de
persecución y contrariedades tantas, tiene la virtud de la caridad raíces tan
hondas en el pecho de estos nobles vecinos, (que) antes dejaran asolarse sus
moradas que permitir que entre ellas falte la destinada a refugio del
necesitado y a remedio del doliente.
II.- La situación topográfica de la entonces villa,
cruzada por la carretera real de Madrid a Cádiz, hacía que fuese frecuentemente
visitada por transeúntes que tenían su alojamiento en las numerosas posadas y
mesones de los que bastantes existen hoy; el servicio de diligencias de
transporte y que facilitaban la comunicación de la Capital de la nación con
Andalucía, tenía su escala forzada en Manzanares; y los numerosos viandantes
que careciendo de medios ni podían utilizar las diligencias ni aposentarse en
los mesones que no podían satisfacer las estancias no tenían lugar donde
guarecerse y reposar después de una larga jornada dada la distancia que media
con los pueblos limítrofes, Villarta de San Juan al N y Valdepeñas al M, y por tanto
se hacía sentir cada vez más la apremiante necesidad de un refugio para los
caminantes pobres y de un asilo donde los naturales sin hogar pudieran acogerse
sanos para su descanso y enfermos para su curación. Al efecto de remediar estos
males se concibió el proyecto de una nueva fundación benéfica.
La providencia se encargó de su principio. Paseando
por las inmediaciones de la población una tarde de mayo de 1817 D. Estanislao
Fontés, D. Francisco Quesada, D. Pedro Joaquín Álvarez, D. Juan Merino y D. Pedro
Antonio Carrascosa, se encontraron una moneda de plata sobre cuyo destino se
entablo discusión, inspirándose todos en el pensamiento de crear con la hallada
moneda, que consideraban como primera partida de ingresos, un hospital y casa
de caridad para cuya edificación pedirían limosnas a domicilio. Esta idea
acogida con entusiasmo llevaba vías de realizarse, faltando sólo el local donde
había de erigirse el establecimiento proyectado. Al efecto dirigieron un
mensaje al Sermo. Sr. Infante de España D. Carlos de Borbón, hermano del rey D.
Fernando VII, solicitando que les cediese una casa de su propiedad en la calle
de la Estación de la entonces villa y de que S.A. generosamente hizo donación
para tan benéfico objeto. Realizose así la fundación, que se sostenía con
limosnas voluntarias y las rentas de algunos capitales de censo que del
extinguido hospital de Alta Gracia se le agregaron y de los cuales unos se
hallan hoy redimidos por el Estado y extinguidos y totalmente perdidos los
demás. Este hospital se creó bajo el patronato del Infante que se reservó el
derecho de admisión de sus criados y dependientes y para ellos señaló, a más de
los censos y limosnas mencionadas, algunas rentas de su patrimonio. Mas,
desterrado D. Carlos en Portugal el año 1827 y perdidos los bienes con que
atendía al sostenimiento de su Patronato faltaron las rentas y, como
consecuencia de la guerra civil, escasearon los brazos, ocupados en manejar las
armas, notándose la falta de cosechas, enseñoreándose la miseria de esta
región, y sus consecuencias por tanto habían de sentirse en una institución
benéfica que, como la que nos ocupa, vivía de la caridad y carecía ya de
capital sólido y permanente. Llegó a tal estado de decadencia que ya sólo
quedaba una sala para enfermos de ambos sexos y algunas habitaciones separadas,
ocupadas indistintamente por acogidos naturales y transeúntes.
III.- En vista de esto y del lamentable estado a que
había quedado reducida la Casa de Caridad, habiendo desaparecido el Patronato
del Infante sin que por nadie se hubieran reclamado los derechos a él, ni
dispensase su protector a tan santa obra, el Ayuntamiento de esta villa se
constituyó en 1840 en Patrono de la Casa, subvencionando y socorriendo a los
menesterosos allí acogidos, y de no ser así hubiera desaparecido del todo la
casa de los pobres siguiendo la suerte de los otros hospitales, pasando su
memoria a los archivos. De esta circunstancia sin duda tomo origen la
denominación de “hospital Municipal” con que por largo espacio se le ha
conocido, pero que realmente las funciones del Municipio no corresponden al
calificativo de Patrono, toda vez que nunca se le señalaron rentas fijas
satisfechas con la normalidad requerida por tal clase de fundaciones benéficas;
no, la misión principal quedaba reducida a fiscalizar la conducta moral de los
acogidos a los que socorría individualmente según la mayor o menor protección
con que por parte de los municipios contaba el necesitado, el cual había de
proporcionarse el necesario sustento postulando para la alimentación y vestido
que le facilitaba la caridad aislada de los vecinos, quedando reducido el
Establecimiento a una mera casa de refugio más que un hospital de enfermos o
asilo de desamparados sin hogar puesto que carecía hasta de camas, no tenía ni
botiquín ni despensa, ni tenía personal facultativo ni administrativo y sólo
estaba al cuidado de algún piadoso y caritativo encargado del Ayuntamiento,
facultado por la Alcaldía para ejercer por caridad, y sin retribución alguna
que se sepa, funciones inspectoras, siendo como un visitador de pobres e
informador y asesor del Alcalde que era quien autorizaba el ingreso y estancia
en la Casa y señalaba el socorro que creía prudencial, en relación con los
fondos disponibles del capítulo de Beneficencia municipal. El último visitador
que ejerció este cargo por muchos años fue el piadoso anciano D. Cristóbal
Muñoz y Sánchez.
La libertad que gozaban los asilados, escasísimos a
veces, la falta de orden y de vigilancia que se ejerciera por personal idóneo
que inspeccionase no solo la conducta sino el estado sanitario de los acogidos,
causas fueron de que se considerase un deshonor el ocupar la Casa, cuya
permanencia se hacía repulsiva para los que en realidad necesitaban el benéfico
hogar a falta de otro, solo dirigido por una pobre y honesta viuda que ejercía
funciones de portera y estaba encargada al propio tiempo de asistir y vigilar
el torno de niños expósitos, ofreciéndose el desolador contraste de escucharse
en la Casa de Caridad los tiernos vagidos de criaturas que venían a la vida
abandonadas por sus progenitores mezclados con los ayes y lamentos de ancianos
abandonados por sus hijos y deudos, acuciados por la falta de resignación
cristiana en su miseria, ayunos de dirección religiosa que les inculcara la
necesaria conformidad en el ocaso de su vida y expuestos siempre al bochornoso
espectáculo de las blasfemias e imprecaciones en que prorrumpen de ordinario
los desgraciados seres indocumentados y desconocidos transeúntes. Estas causas
eran las que contribuían a que el referido centro benéfico ni fuera hospital
donde el doliente mitigase sus males y encontrase la salud perdida, ni asilo
donde el desheredado hallase su hogar, ni refugio donde el pobre transeúnte
pudiese reanimar sus ateridos miembros con el ansiado descanso, sino que
aquella casa era la verdadera mansión de la miseria e indigencia más repulsiva
y en la que enseñoreábase en fatídica amalgama la pobreza más abyecta con la
más descarada inmoralidad, engendrando el escándalo y constituyendo un
constante peligro para los moradores de las casas próximas que, de grado o por
fuerza, habían de verse precisados a presenciar espectáculos unas veces
desedificantes, desgarradores otras y siempre desagradables.
IV.- ¿Había de continuar indiferente a tanta
abyección y a miseria tanta el noble corazón de los hijos de esta ciudad, cuya
prosperidad, de día en día creciente, era fruto de la ingénita y natural
laboriosidad de sus honrados vecinos? ¿Continuarían éstos impasibles ante el
nada honroso espectáculo que diariamente se ofrecía ante sus ojos?
Hagamos justicia, que nunca será cabal el elogio
para quien tanto mereció, a la memoria del esclarecido hijo de Manzanares el
Excmo. E Ilmo. Señor D. Pedro José Carrascosa y Carrión, Obispo de Zoara, in
partibus, Dimisionario de Ávila, que fundó en esta ciudad las Conferencias de
Señoras y Caballeros de San Vicente de Paúl. Cuando este bondadoso Prelado, de
corazón magnánimo y cuya característica personal era la compasión al indigente
y cuyo singular placer consistía en remediar con mano pródiga al necesitado,
dejo sentir el beneficioso influjo de su residencia en el pueblo en que vio la
primera luz, donde vino a ocupar su casa solariega al renunciar a su Sede
episcopal. Desde entonces con la visita y el socorro domiciliario de los Caballeros
y Señoras de las Conferencias, por él constantemente presididas y alentadas en
el espíritu de caridad cristiana que las informa, se remedió bastante el
lamentable estado de los acogidos en la Casa de los pobres. Mas esto no
bastaba; era preciso emprender la magna obra de reparación del vetusto
edificio; era preciso construir salar para enfermos y acogidos, dotarlas de
camas y mobiliario decoroso, y sobre todo esto se imponía instalar en él una
Comunidad religiosa dedicada al ejercicio de la caridad que exclusivamente se
ocupase del cuidado y asistencia de los pobres y administrase el
Establecimiento. Otro hijo de Manzanares, el benemérito D. Alfonso
González-Mellado y Buenamañana fue el instrumento de que se valió la
Providencia para afrontar con valentía, generosidad, constancia y actividad,
dotes que le eran peculiares, la magna empresa de restaurar el Hospital, y
desde entonces puede asegurarse que comenzó la nueva era de prosperidad y
florecimiento actual, evitando la total ruina de una institución que si hasta
entonces había sido baldón e ignominia en su decadencia, en el porvenir sería,
como hoy lo es, honor y timbre de gloria para Manzanares.
El 2 de mayo de 1884, a instancias del mencionado
Sr. Mellado, se convocó en las Casas Consistoriales una asamblea por el
entonces digno alcalde Don Francisco González-Elipe Guisasola, a la que
concurrieron los mayores contribuyentes presididos por el Excmo. Señor Obispo
antecitado. En ella el Sr. Mellado expuso su plan y los medios más conducentes
a su realización, proyecto que unánimes todos acogieron con entusiasmo,
quedando en el acto nombradas las comisiones siguientes: Una de Caballeros,
presidida por el Excmo. Sr. Obispo y formada por los señores D. Gregorio
Almagro y Rivas, Cura Vicario de la Parroquia a la sazón; D. Ramón Álvarez y
Lodares, abogado y propietario; D. Pedro Antonio España y Carrascosa, abogado y
Presidente de la Conferencia de Señores; el Excmo. Sr. D. Antonio
García-Noblejas, Senador; D. Vicente Criado, Ayudante de Obras Públicas y D. Antonio
Collado y Ramos, industrial. Otra de Señoras, presidida por Doña Juana
Sánchez-Cantalejo, viuda de García, Presidenta de la Conferencia de Señoras de
San Vicente; Dª Josefa Carrascosa y Carrión, viuda de González Calero; Dª
Matilde Quevedo y Rodríguez, de García-Noblejas; Dª Antonia Enríquez de
Salamanca y S. Blanco de Álvarez; y Dª María Mira y Carrión de Peláez. Éstas
comisiones, con una actividad y celo dignas del mayor encomio, realizaron una
cuestación a domicilio y reunieron cuantiosas sumas en metálico con las que
adquirieron un solar contiguo al viejo caserón que donara el ya referido Sr.
Infante D. Carlos y que venía sirviendo de hospital como hemos dicho y al que
tomando del solar adquirido añadieron el terreno necesario para construir un nuevo
pabellón que consta de planta baja y principal con cuatro amplias y hermosas
salas para aposento y dormitorio aislado según los sexos, espaciosas galerías
encristaladas y soleadas, despensa, cocina, recibidor y oratorio. Además se
hicieron notabilísimas mejoras y reparaciones en la parte antigua del edificio,
cuya planta principal se dedicó a morada y clausura de las Religiosas
encargadas de la custodia y asistencia de los acogidos, obras todas ellas que
dirigió con gran acierto D. Vicente Criado en nombre de la Junta y que realizó
con la pericia y economía el laboriosísimo y acreditado maestro de obras D.
Jerónimo Pedrero y Labián, hijo de esta ciudad.
Pedro José Sánchez-Carrascosa Carrión, Obispo de Ávila |
V.- En tanto que, durante la primavera y verano de
1885 se realizaron las obras de construcción y reparación del Hospital-Asilo,
D. Alfonso mellado se ocupaba con su infatigable actividad en gestionar las
autorizaciones competentes y realizar las gestiones necesarias a fin de lograr
que un Instituto religioso de caridad se encargase de la asistencia y cuidado
de los asilados y enfermos. Este proyecto era fundamental; todos los generosos
esfuerzos hubiéranse esterilizado al no contar con una Institución Religiosa a
cuyo cargo corriesen la administración y cuidado del desvalido que en el
proyectado centro benéfico tuviesen su morada. La caridad oficial y privada se
encargaría del edificio y de su dotación y asistencia económica, mas, ¿qué
conseguiría al formar un cuerpo sin alma? El alma y vida de los
establecimientos benéficos se constituye por el ejercicio de la caridad
cristiana practicada por amor de Dios y del prójimo, por vocación religiosa,
por votos religiosos, por vínculos sagrados que unen al alma caritativa con el
desvalido de los que no se espera recompensa en la Tierra. ¿Quién recompensa
condignamente los desvelos, sacrificios y privaciones que impone el ejercicio
de la caridad con un anciano abandonado, con un enfermo miserable y pobre?.
Esta es la razón de ser de los Institutos religiosos que se ocupan de la
heroica misión de practicar la caridad. Por carecer de ese elemento
constitutivo desaparecieron los hospitales de Manzanares; esa y no otra es la
causa de que los esfuerzos económicos y puramente altruistas, ayunos de ese
espíritu de caridad cristiana que debe informarlos, pasaran a los archivos. Por
eso, desde que se pensó en serio el realizar las aspiraciones nobles y
generosas de esos vecinos asesorados por un eminente Ministro de Dios, por un
Prelado insigne, alentado por el vivificante espíritu de caridad que inspiraba
y ennoblecía el acendrado cariño que hacia su pueblo natal sentía. El espíritu
cristiano informó aquellas iniciativas y el primer paso, paso decisivo dado en
el camino de la regeneración de su extinguido hospital, fue colocar al frente
de él a las Religiosas que habían de ser su ángel tutelar, que le habrían de
prestar calor y vida, elementos indispensables para su ordenado funcionamiento.
La labor comenzada y con perseverante actividad continuada por las Juntas, tan
dignamente presididas y tan a maravilla secundada por el Sr. Mellado, tuvo
digno remate y coronamiento.
La epidemia colérica se había adueñado de la nación.
Sus estragos fueron incontables en algunas ciudades y en ésta que nos ocupa
dejo sentir su deletérea influencia con menos intensidad que en otras de la
comarca por una protección especial de N.P. Jesús del Perdón y, justo es
confesarlo, por la diligente y nunca bastantemente alabada actividad desplegada
por las Autoridades locales oportunamente dirigidas por el Alcalde que empuñaba
a la sazón providencialmente la vara aquel perfecto y noble caballero, médico
notabilísimo Don Juan Sánchez-Cantalejo, que en tan luctuosos días ni descansó
ni regateó medios para lograr la inmunidad de su pueblo. La labor, por mil
conceptos laudabilísima por él realizada, digna de gratitud perpetua, impidió
que la epidemia se cebase en este vecindario que en los barrios extremos,
apiñado en reducidas viviendas, estaba como destinado a ser pasto de la
voracidad de tan terrible huésped, y justo es hacer honorífica mención de aquel
honorable Señor que Dios nos deparó de Alcalde.
En esos días, pues, hicieron entrada en esta ciudad
las Hermanas de la Caridad; entrada que se festejó y solemnizó como merecían
aquellas que, como heraldos del cielo, eran portadoras del bienestar que los
asilados y enfermos necesitaban y con ansia esperaban.
Al mediodía del 7 de Septiembre de 1885, con
asistencia de las Autoridades civiles y eclesiásticas y una muchedumbre inmensa
ávida de convencerse de la realidad en que se convertía una añeja y general
aspiración, hicieron su entrada solemne cinco Siervas de María. Desde la
estación ferroviaria fueron al Templo Parroquial donde se entonó un Te Deum en
acción de gracias al Todopoderoso por el beneficio que nos otorgaba, y después
de pasar por la Iglesia de N.P. Jesús, Patrono de la ciudad, a pedirle su bendición
y rendirle tributo de pleitesía, llegaron al Hospital donde fueron recibidas
por el Excmo. Sr. Obispo antecitado y por la Junta de Señoras que habían sido
las encargadas de amueblar de su particular peculio cada una una celda de las
destinadas a las Religiosas. Ande que fueran ocupadas por sus moradoras y se
cerrase la clausura, se permitió la entada del público en ellas y pudo
admirarse la esplendidez de las Señoras que las dotaron y el exquisito gusto
que, en armonía con la modestia, reinaba en todos los servicios a los que con
peculiar diligencia atendió la mencionada Junta de Señoras a quien muy justo es
testimoniar un aplauso y consignar la gratitud de que su acertada labor se hizo
merecedora.
El día 8 de Septiembre, y por el tantas veces
repetido Señor Obispo, se bendijeron las salas y dependencias del restaurado
edificio, celebrándose por S.E. la primera misa en el Oratorio erigido en el
piso principal, dirigiendo después su elocuentísima y autorizada palabra con el
fervor característico de S.E. quedando desde aquel momento constituido y
reorganizado el Hospital de Nuestra Señora de la Asunción, denominación que se
le dio entonces en honor de la Titular de la Parroquia, Patrona de la ciudad, y
rememorando el antiguo y primitivo título de Hospital de Nª Sra. de Alta Gracia
que los fundadores de ella dieron a su primera institución benéfica como al
principio se consignó.
Se abrieron las listas de suscriptores donantes con
cuya limosna mensual habría de sostenerse el Establecimiento y por el Ayuntamiento
se tomó el acuerdo de subvencionar perpetuamente y con dotación fija a las
Hermanas de la Caridad por la asistencia y cuidado de los asilados, quedando ya
de un modo permanente, si bien pendiente siempre de la voluntad de los
suscriptores, resuelto el problema económico del Hospital-Asilo. Se creó una
Junta de Patronos protectores que interviniera las donaciones procedentes tanto
de la suscripción como de las eventuales destinadas al sostenimiento de los
pobres, sin que las subvenciones del Municipio a las Hermanas quedasen afectas
a esta intervención patronal, deslindándose así las funciones administrativas
de tal modo que la Superiora solo tuviera que dar cuenta a la Junta de los
gastos e ingresos que tuviera el Hospital en lo referente a los pobres y
formular ante ella las peticiones que estimase oportunas para el buen estado y
mejor asistencia de los asilados y enfermos, siendo la referida Superiora la
única encargada de la administración de acuerdo con la Junta en lo que estimase
necesario.
Desde este primer día la piadosísima y caritativa
dama Doña Rosalía Casado, esposa de D. Ramón García-Noblejas, vecinos de
Madrid, dejó sentir su influencia benéfica de su caridad con largueza,
sufragando la Misa diaria que en calidad de Capellán sin subvención celebraba
el Pbro. D. Sebastián Sánchez-Blanco y Díaz-Pinés, donando ornamentos y menaje
para el Oratorio, dando limosnas cuantiosas para el abastecimiento de la
despensa y ropero de los pobres y prodigando en suma los favores que
espontáneos brotaban de su bondadoso corazón y que no se extinguieron sino con
su vida, toda llena de buenas obras, que después continuadas por su Sr. Esposo
y buenísimos hijos en su nombre, dan a entender que tan altos ejemplos de
caridad no caen en la fría región del olvido, siendo de justicia el consignarlo
así para que perdure el nombre de bienhechora tan preclara de esta Casa de
Caridad.
Realizada pues la aspiración de D. Alfonso Mellado,
que sintetizó y en cierto modo personalizó a todo el vecindario, aumentaron las
solicitudes de ingreso hasta el punto que fue preciso que la Junta tomase
acuerdos conducentes a la depuración de la necesidad de los aspirantes,
viéndose de este modo confirmado el ventajosísimo resultado del favorable
desarrollo de la institución, así como el interés, de día en día creciente, de
los bienhechores de aumentar el patrimonio y en mejorar los medios de
subsistencia de este benéfico centro.
VI.- En vista del imponderable incremento que iba
tomando este Establecimiento en el que imperaba el orden, unido a la más
exquisita y esmerada limpieza, y desaparecida la repulsión que causaba el
prístino estado del Hospital antes de encargarse de él las Religiosas, era tal
la concurrencia de fieles a los piadosos cultos que se celebraban en su
reducido Oratorio que no era ya suficiente la amplia galería que a él daba
acceso, sintiéndose la necesidad de erigir una Iglesia capaz, en la que los
asilados y el público asistiesen con desahogo y comodidad a los actos
religiosos. A esta necesidad hubo de subvenir el tantas veces citado Sr.
Mellado, construyendo a sus expensas, ayudado por la inagotable caridad
generosa de algunos vecinos, una hermosa Iglesia con Sacristía, emplazadas en
el segundo patio del Establecimiento, con acceso a los fieles desde la vía
pública, dedicándose este templo a San Ildefonso como Titular, cuya imagen se
colocó en el retablo mayor en un hermoso lienzo, copia del de Murillo existente
en el Museo del Prado, reproducido a maravilla por el hábil pincel de D. Miguel
Jadraque, profesor de la Escuela nacional de Pintura y pintor de Cámara de
S.M., estando la dirección de las obras de la Iglesia a cargo del arquitecto de
la R. Academia de S. Fernando, D. Antonio de Torremocha y bendiciéndose por el
Pbro. D. Ruperto Díaz Pavón, Ecónomo de la Parroquia, por delegación y licencia
del Excmo. e Ilmo. Sr. D. José María Rances y Villanueva, Obispo Prior de las
Órdenes Militares, el 8 de septiembre de 1894, celebrándose una solemnísima
función inaugural con asistencia del I. Ayuntamiento y demás Autoridades de la
ciudad.
Puerta de acceso a la nueva capilla en la calle Alfonso Mellado |
San Ildefonso de Murillo, cuya copia realizada por Miguel de los Santos Jadraque decoró el altar mayor de la Capilla de la Casa de Caridad y Asilo de Pobres. |
La construcción de la nueva Iglesia y el carácter
religioso de la Institución, y ora sea por la diligencia de las Hermanas, ora
porque el proverbial desprendimiento de los hijos de esta ciudad alentase más y
más su confianza en la buena administración de la Casa, ora porque el constante
repicar de las campanas del nuevo templo les incitase a frecuentarlo y
contemplar con sus propios ojos el satisfactorio estado de los asilados, sin
duda alguna concausas fueron todas que influyeron poderosamente en el prestigio
del Centro, en el acrecentamiento de los donativos y desde entonces tal
incremento y pujanza tomo la institución que fue preciso que las Autoridades
civiles y eclesiásticas y los mayores contribuyentes fijasen más y más su
atención en tan importante obra benéfica, imponiéndose la constitución legal de
una Junta permanente que tomase a su cargo la defensa, protección y tutela de la
Casa de Caridad y al efecto en 3 de mayo de 1900 se dictó una Real Orden de
Gobernación reconociendo la personalidad jurídica del Hospital, denominándosele
“Casa de caridad y Asilo de Pobres”, nombre que, si bien estaba en consonancia
con sus orígenes y sus fines, no era el que correspondía a la verdadera
denominación adoptada desde su restauración en septiembre de 1885 y que tuvo su
confirmación en la lápida que en esa fecha se puso sobre su puerta principal,
hoy desaparecida.
En virtud de la mencionada R.O. se constituyó y creó
un Patronato compuesto de nueve vocales, siendo de ellos natos los Sres.
Alcalde, Párroco y Concejal-Síndico, y los otros seis restantes habían de ser
nombrados de entre los mayores contribuyentes vecinos de la localidad, quedando
por el acta de 30 de Junio de 1900 constituida la Junta de Patronos en la forma
siguiente: D. Pedro Antonio G-Calero y Carrascosa, Alcalde; D. Ruperto Díaz
Pabón, Cura Ecónomo; D. Matías Ruiz-Escribano, Regidor Síndico; D. Tomás Jarava
y Merino; D. Antonio Elipe y Elípe; D. Ramón Álvarez y Lodares; D. Joaquín
Sánchez-Cantalejo; D. Manuel García y Sánchez-Cantalejo y D. Diego Martín
Quevedo.
En 19 de Agosto de 1900 el Patronato tuvo
conocimiento, por escrito presentado por D. Mariano Giménez y Giménez de que su
Sra. esposa, Dª Apolonia García y Torres, fallecida el 11 de Mayo de dicho año,
había otorgado su testamento bajo cuya disposición murió y en él dejaba como
nudo propietario y heredero universal de todos sus bienes al Hospital, quedando
como usufructuario vitalicio el Señor exponente. En vista de esta declaración
escrita designose por el patronato al vocal D. Manuel García y
Sánchez-Cantalejo como poderhabiente de la Junta, para que en unión del Sr.
Usufructuario interviniese las operaciones de inventario y evaluación de los
referidos bienes, nombrándose Contador de los mismos al respetable abogado D.
Pedro Antonio España y Carrascosa, quien verificó la participación y
liquidación de esta testamentaría a plena satisfacción del Patronato,
protocolizándose la escritura en la Notaría de D. José de Equizabal y Alonso de
León.
Del mismo modo D. Alfonso Alberca, Dª Teresa Jarava
y Merino, Dª Juana Camarena y González-Elipe y Dª Natalia García legaron
limosnas para el sostenimiento de este Centro que en su creciente prosperidad
manifestaba cuan oportuna y acertadamente había sido restaurado, organizado,
reglamentado y puesto bajo la dirección de las Religiosas, que de acuerdo con
la Junta de Patronos honorabilísimamente constituida, habían venido a remediar
una necesidad tan apremiantemente sentida y tan acertadamente subvenida, siendo
tal el número de instancias presentadas para ocupar plazas que, a fin de no
crear una situación forzada que hipotecase en el futuro el haber de los pobres
y crease una situación difícil comprometiendo la solvencia de la tesorería de la Junta, fue
preciso restringir la admisión.
VII.- En el año 1907 se presentó a la Junta de
Patronos una exposición suscrita por los muy respetables señores D. Tomás
Jarava y Merino y sus hermanos, el Excmo. Sr. D. Antonio y D. Ramón
García-Noblejas, en la que manifestaban que, deseosos de dotar al
Establecimiento de elementos de que carecía, proyectaban construir a sus
expensas un pabellón destinado a enfermos infecciosos y pedían la autorización
competente para realizar a sus expensas las obras, demostrándose con esto, una
vez más, lo que en el curso de esta Memoria viene afirmándose, y es que el
desprendimiento generoso y la caridad que en el corazón hidalgo de los hijos de
Manzanares tiene su asiento no necesita aliento ni incentivos, siendo su oferta
espontánea, y de ahí la razón especial de su mérito.
No pudo realizarse tal proyecto por imposiciones muy
razonables de la Inspección Provincial de Sanidad que, fija siempre en el
cumplimiento de la Ley vigente, prohibió que un departamento destinado a esta
clase de enfermos se edificase dentro del casco urbano de la población. Mas no
fue baldía ni estéril tal oferta formulada por tan espléndidos donantes. La
sesión de 24 de Agosto de 1913 constituirá siempre una página de gloria para
esta ciudad y sus vecinos. Recíbese la infausta noticia de que la parte antigua
del edificio, que era la mayor edificación del mismo, amenazaba inminente ruina
y quedaba por tanto denunciada, habiendo de desalojarse cuanto antes para
evitar una catástrofe que siempre sería sensible. En este caso lo era mucho más
por tratarse de los pobres desamparados que acogidos a la sombra bendita de la
caridad corrían el peligro de hallar la muerte donde buscaban los medios de
defender su vida. Era pues una empresa de magnitud imponente la que habría de
afrontarse. El Presidente recuerda las ofertas formuladas por los Sres. que
habían retirado los fondos con que habían de contribuir a la erección del Gran
Teatro. Es cierto, y hagamos historia, que en tan floreciente ciudad se dejaba
notar la necesidad de un centro recreativo adecuado a su ya numerosísimo
vecindario. Igualmente es cierto que para todo lo que signifique mejora y signo
de prosperidad y cultura no regatean subsidios los amantes del engrandecimiento
de su pueblo, mas cuando con una plausible unanimidad estaban todos los
elementos pudientes dispuestos a la realización de las obras del Teatro se
vieron desagradablemente sorprendidos, la mayor parte de ellos, con la nueva de
ser decidido propósito que el solar donde había de emplazarse, había de ser el
cementerio clausurado el año 1880. ¡Un cementerio convertido en Teatro!..
exclamaron muchos. De aquí nació aquel noble gesto del vocal de la Junta de
Patronos, el malogrado joven jurisconsulto D. Alfonso González-Calero y
Carrascosa, confesando que él también había retirado sus fondos y estaba
dispuesto a invertirlos en las obras de reedificación del Hospital, y la misma
afirmación hizo D. Agatino Chacón-Salinas y Castelli y otros muchos según
aparece en los anales de la sesión mencionada.
Ante la inminente ruina de la Casa de caridad no se
amedrentó la generosidad de Manzanares que si tenía sus cajas abiertas para
edificar centros de recreo no las había de cerrar para construir albergue para
los pobres. Era, pues, viable afrontar la magna obra de la demolición del
hospital antiguo desde sus cimientos y la construcción de otro nuevo que
llenase a satisfacción las exigencias del momento presenta. ¿Sería el fracaso
el resultado de tan nobles intentos?, dudar del éxito era ofender los
sentimientos de Manzanares. En efecto, los tres señores antecitados y el nuevo
Presidente de la Junta se lanzan a la empresa de allegar recursos empezando la
cuestación domiciliaria, cuestación que ofrecía los mejores auspicios cuando
hubo de suspenderse a causa del delicado estado de salud de los Sres.
encargados de ella y por la crudeza del tiempo; era la última quincena de
Noviembre. La Junta de Patronos, presidida por el benemérito hijo de Manzanares
D. Dimas López y González-Calero, a la sazón Cura Ecónomo de la Parroquia,
logró a cambio de de incesantes desvelos e imponderables trabajos ver
adelantadas las obras de reconstrucción, ampliándose los planos presentados y
aprobados en los que se incluían salas de operaciones quirúrgicas, pabellón
independiente para operados, un nuevo y amplio departamento para clausura de
las Religiosas, refectorio, cocinas, salas de estancia para los asilados y todo
cuanto pueda exigir el facultativo más delicado en el ejercicio de su
salutífera misión.
Justísimo es hacer mención de la egregia dama que
personificaba la caridad y más extremada generosidad, y para quien no había
tasa ni medida en atender al socorro del pobre, que tanto animó y contribuyó a
estas obras. Como en frase gráfica y sencilla decía: “antes me visita la ruina
que dejar yo a los pobres sin casa”. Aquella virtuosísima Señora, recientemente
fallecida, a quien nunca se recordará bastante; y que a su gran talento y vasta
cultura unía una virtud acrisolada, fruto de un corazón magnánimo; y a la que
Dios premiaba con grandes aumentos en su cuantiosa fortuna, pues como ella
solía afirmar “cuanto más doy, más me da Dios”. Esa Señora que voluntaria y
espontáneamente se impuso la obligación de atender diariamente al abastecimiento
de la despensa de los pobres asilados durante bastantes años, hasta su muerte,
y que tenía por su principal placer almacenar ropas hechas y equipos completos
para tener mucho que dar al necesitado y al desnudo; que lo mismo daba terrenos
al Ayuntamiento para el ensanche de los paseos públicos que donaba una hermosa
finca para que en ella se alumbrase el abastecimiento de aguas para cuya
empresa aportaba además cuantiosa suma, y cuya mano santamente pródiga se
multiplicaba en dádivas cuantiosas para el culto del Señor, como para el
mejoramiento de la clase obrera, como para el embellecimiento de su pueblo. Esa
Señora ante cuya mirada huía despavorida la miseria que remediaba, el llanto
que enjugaba, la pena y aflicción que consolaba, el frío que abrigaba, y el
dolor y tristeza del preso que alegraba con importantes dádivas; esa Señora, en
fin, cuyo mejor elogio se sintetiza con decir que nació y vivió para hacer el
bien, lo mismo a los propios que a los extraños, lo mismo a los amigos que a
los enemigos, si algunos tenía, y que al hablarla y tratarla dejaban de serlo.
Esa Señora era la nunca bastante elogiada y llorada Doña Dolores
García-Noblejas y Díaz-Pinés, viuda de Jarava. Esta virtuosa dama en unión con
su hermano D. Ramón, ya mencionado, y de D. Mariano Jiménez, tres bienhechores
de la Casa de Caridad que justamente se ganaron el nombre de insignes,
iniciaron la suscripción para las obras, y estos propósitos, que se expusieron
con ánimos de realizarlos, dieron margen a discusiones movidas y discusiones
varias que tuvieron por resultado la designación de nuevo Presidente, el Sr.
Cura mencionado, D. Dimas López, cuya gestión comienza rodeada de
escabrosidades y dificultades que con gran constancia, vigilante celo y
exquisita prudencia logró vencer y consiguió ver convertida en realidad
venturosa lo que siempre había sido primordial y casi única aspiración: la
edificación total del nuevo Establecimiento y la dotación al mismo de todos los
elementos de una verdadera Casa de Salud.
Mas, antes de terminarse las obras, surge un nuevo e
importante contratiempo cuya solución era preciso afrontar con urgencia. Las
Siervas de María, ministras de los enfermos, reciben de sus superiores la orden
de abandonar este Hospital porque su permanencia en él no está conforme con el
fin primordial de su Instituto que es la asistencia domiciliaria a los
enfermos. En virtud, pues, de estos mandatos hubieron las Siervas de
trasladarse a otras residencias quedando los enfermos y asilados al cargo de
caritativas damas enfermera, situación que duró muy pocos días, pues la
diligente actividad del nuevo Presidente D. Dimas obtuvo las órdenes y decretos
competentes para que el Institución de Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl se hiciera cargo del Hospital, como así sucedió en octubre de 1917 (2) sin
que las obras estuvieran aún terminadas, teniendo que alojarse provisionalmente
las Hermanas, cuyo pabellón de clausura estaba en construcción, en los
departamentos destinados a sala de operaciones y despacho de médicos que ya estaban
habitables.
Dimas López González-Calero, cura Ecónomo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción |
Sea por la asiduidad de las nuevas religiosas, que
siempre encontraron propicia a la Junta de Patronos, generosamente secundada
por los inolvidables hermanos Dª Dolores y D. Ramón García-Noblejas, y ayudados
por el Ayuntamiento que facilitó subsidios extraordinarios en relación con los
medios de que podía contar, y por las limosnas de algunos vecinos; es lo cierto
que durante el primer año que las Monjas de la Caridad tomaron a su cargo esta
Casa, fue tanto el impulso e incremento que se imprimió a sus obras que
lograron verlas terminadas completamente, pareciendo su realización como obra
milagrosa, quedando pagadas religiosamente todas las cuentas de materiales
empleados y mano de obra, pudiendo afirmarse que Manzanares cuenta con un centro
benéfico modelo de los de su clase, siendo tan amplio y desahogado que, con
absoluta independencia y separación del Hospital-Asilo, cuenta con salas
espaciosas en la planta baja del nuevo edificio dedicadas a escuelas de niñas,
donde reciben instrucción y esmeradísima educación algunos centenares de niñas,
en su mayoría pobres, que con su aprovechamiento enaltecen y acreditan la
competencia de las Hijas de la Caridad como maestras preclaras, habiendo sido
necesario aumentar el número de éstas que se dedique exclusivamente y con
entera libertad a la enseñanza, actuación beneficiosísima de la Junta de
Patronos que con el nuevo y flamante edificio ha resuelto el problema de
atender al indigente con relativa holgura y a la reforma de las costumbres con
la enseñanza de las que en día no lejano han de ser los ángeles del hogar.
VIII.- La sesión celebrada por la Junta el 6 de
julio de 1920 abre una nueva era a nuestra benéfica Institución, la Junta de
Patronos pierde a uno de los vocales que siempre se había distinguido por su
acendrado cariño a tan santa obra y de quien ya hemos hecho mención en el curso
de esta Memoria: D. Mariano Jiménez Jiménez. Sus frecuentes visitas al
Establecimiento, el trato constante con los asilados y la compenetración que
con la situación económica del mismo tenía, la admiración que le causaban los
prodigios económicos realizados por las beneméritas religiosas, causas fueron
que influyeron poderosamente en su ánimo, de cuya magnanimidad tantas pruebas
había dado, que, al traspasar los umbrales de esta vida, quiso dejar una estela
de su paso por ella declarando heredero universal de todos sus bienes al
Hospital que había sido su principal ocupación. Como daba la circunstancia que
dicho Señor había sido el usufructuario de los bienes de su difunta esposa Dª
Apolonia García, la defunción y última disposición del Sr. Jiménez llevaba
aparejada alguna complejidad en la ejecución de su disposición testamentaria.
La Junta de Patronos en su calidad de administradora legal de la Casa de
Caridad, universal heredera de cuanto en la casa morada del Sr. Testador
existiese, en nombre y representación del Establecimiento depositó toda su
confianza y dio comisión con amplios poderes al dignísimo Presidente, D. Dimas
López, para que adoptase cuantas medidas estimase convenientes hasta la
liquidación y adjudicación definitiva a favor del Hospital, no solo de los
bienes que constituían el patrimonio del señor testador, sino también del
caudal de que había sido usufructuario.
Ardua labor la que el Presidente impuso sobre sus
hombros, ya agobiado por el peso de la cura de almas y de la administración
espiritual de una feligresía
numerosa que reclama toda la atención de que es capaz el más esforzado espíritu
sacerdotal. En unión, pues, del vocal Síndico D. Antonio Infante, de actividad
y competencia reconocidas, inició la complicada tarea de intervenir las
cosechas de cereales que a la sazón se estaban recolectando, se procedió a la
tasación e inventario de los efectos muebles, ganado y aperos de labor,
liquidación de las cuentas, abono de los gastos consecutivos a la enfermedad y
fallecimiento del Sr. Jiménez, liquidación e inscripción a nombre del Patronato
de todos los inmuebles, operaciones todas que reclamaban gran atención,
delicadeza y pericia.
A fin de que tan
importante legado, en cuya adjudicación y afianzamiento legal había de cifrarse
el porvenir económico del Hospital, en considerable parte resuelto con tal
donación, quedase a cubierto y revestido de toda la legalidad que reclaman las
disposiciones vigentes en la notaría, el Patronato designó al ilustre
jurisconsulto y notario público de esta ciudad D. José de Eguizabal y Alonso de
León, para que con el acierto y capacidad en el peculiares dirigiese todas
cuantas operaciones fueren necesarias hasta finalizar las subastas de todos los
inmuebles pertenecientes a los Sres. Cónyuges, Jiménez y Sra. García. Se
publicaron los oportunos edictos en el Boletín Oficial de la Provincia, se
verificaron las subastas, se constituyeron los depósitos, se recibieron los valores
de los distintos remates y se otorgaron las escrituras de adjudicación a los
licitadores, siendo los resultados obtenidos tan lisonjeros y tan hábil,
concienzuda, competente y escrupulosamente realizada la gestión que se ha
logrado no solo dar estabilidad y firmeza a la venta de todas las fincas, sino
que el capital global ha superado en su cuantía
a cuanto se podía suponer y esperar, invirtiéndose el importe en títulos
de la Deuda perpetua Interior al 4 % que ha de canjearse por una lámina
intransferible a tenor de lo dispuesto en la Instrucción de Beneficencia
vigente, con cuyos intereses se atienda a las necesidades del Establecimiento,
que si con ellos no están totalmente cubiertas es muy cierto que se ha dado un
paso decisivo para su vida económica.
Es tributo que
de justicia ha de pagarse el hacer constar en esta Memoria la gratitud que
merecen todos los bienhechores de la Casa de Caridad que en noble pugilato han
luchado siempre generosos por su prosperidad y pujanza. Y entre todos los
nombres consignados han de señalarse con caracteres distinguidos e indelebles
los de D. Mariano Jiménez Jiménez y Dª Apolonia García y Torres, que si bien
han sido los últimos en orden, han sido los primeros en cuantía. Por último, la
Casa de Caridad y Asilo de Pobres debe gratitud eterna a todos los Sres. que han
formado sus Juntas de Patronos en las distintas épocas, algunas auténticamente
calamitosas, en las que la constancia y caridad de los vocales ha impedido la
total ruina y desaparición de la Casa. Igual testimonio merecen las dignísimas
Autoridades Civiles y Eclesiásticas, y los mayores contribuyentes, que no han
abandonado su honorífico puesto hasta que han pagado el tributo a la muerte. Y
muy especial mención merece la actual Junta por el esmero, delicadeza, constancia,
fidelidad, actividad y celo, por ninguna otra superado, con que han realizado
la nunca bastantemente ponderada labor de terminar las obras y encargar la
administración de la Casa a la Hijas de la Caridad de S. Vicente, de entre las
que se destaca como figura de gran relieve la Reverenda Sra. Superiora Sor
Benita Sainz, que siendo la primera que de su Instituto se encargó de la Casa,
aún continúa con gran acierto, discreción y caridad al frente de ella.
Finalmente la Junta ha conseguido dar cima y satisfactorio cumplimiento a los
caritativos deseos de los Sres. Testadores, donantes del último e
importantísimo legado.
EPÍLOGO
He concluido. Creo haber demostrado en el curso de
esta Memoria dos cosas que intentaba llevar al convencimiento del lector: La
primera que la noble y fidelísima ciudad de Manzanares jamás ha olvidado al
indigente, ni los impulsos del corazón generoso de sus hijos han hecho caso
omiso del necesitado, y que a pesar de que en su afanosa y característica
laboriosidad han procurado siempre el engrandecimiento y prosperidad económica
individual y colectiva jamás han olvidado al menesteroso sin más alientos que
su generosidad nativa, teniendo de hecho en la memoria aquella frase del Santo
Obispo manchego, Padre de los pobres, Sto. Tomás de Villanueva, “quien da al
pobre, presta a Dios”. La segunda, que las distintas fundaciones benéficas que
han vivido en esta ciudad han tenido una existencia efímera y pasajera, dejando
solo señales de su existencia en infolios y pergaminos, habiendo pasado a la
Historia. Y que la prosperidad de la Casa de Caridad y Asilo de Pobres, única
entidad benéfica actual, comenzó y sigue su actuación con gran pujanza y brío,
desempeñando a maravilla su saludable influencia en la sociedad, desde el
momento en que el espíritu cristiano y evangélico que socorre y atiende al
pobre por amor de Dios, sin otra paga ni recompensa en la Tierra, empezó a
informarla. Y desde que el perfume de la caridad cristiana practicada por las
Hijas de S. Vicente extendió su fragancia, la Casa de Caridad vive con nueva
vida que la inmuniza de infecciones pasionales terrenas, infiltrándole vida
celestial y supraterrena que no se acaba.
Sólo resta exhortar a los que lean esta Memoria, mal
pergeñada, sí, pero que lleva en cada letra envuelto un tributo de afecto y
acendrado cariño al pueblo en que la luz alumbró mis ojos, que no olvidan
aquella Casa edificada por nuestros mayores y a la que tenemos el deber de
sostener en pie fomentando su prosperidad para que el título de bienhechores hoy
nos de derecho para ser asilados en ella mañana si la desgracia nos empuja
hacia sus puertas y tuviéramos que llamar allí pidiendo albergue Y si este
móvil, tan posible como interesado disminuye el mérito de nuestro auxilio, sea
otro más elevado el aliciente que nos anime a socorrerla, el de ayudar a
nuestros hermanos por amor de Dios que es la lección que nuestros antepasados
nos han dejado con su ejemplo, recordando lo que en nuestra infancia aprendimos
en la escuela cuando se nos enseña el admirable e insustituible código social
cristiano, el Catecismo, cuando dice: “Bienaventurados los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia”.
NOTAS
(1)
Apellido vasco que en castellano significa
“manzanar” y de aquí los tres manzanos que aparecen en el primer cuartel del
escudo y sello de Manzanares.
(2) La fecha correcta es el 5 de octubre de 1915.
NOTAS
COMPLEMENTARIAS
1.-
Tomás Jarava Merino, natural de La Solana, falleció el 12 de diciembre de 1912 a los 74 años.
Estaba casado con Dolores
García-Noblejas Díaz-Pinés. No tuvo descendencia.
2.-
Dolores García-Noblejas Díaz-Pinés. Falleció el 6 de mayo de 1922. Era viuda de
Tomás Jarava. Tenía 78 años. Residía en la calle del Carmen, en la antigua casa
de los Merino, hoy Centro Cultural “Ciega de Manzanares”.
3.- Apolonia
García Torres. Falleció el 11 de mayo de 1900 a los 56 años. Estaba casada con
el farmacéutico D. Mariano Jiménez-Fructuoso Jiménez. No tuvo hijos.
4.- D.
Mariano Jiménez-Fructuoso Jiménez. Falleció el 6 de julio de 1920 a los 70
años. No tuvo descendencia.
5.- Rosalía
Quesada estaba casada con Ramón García-Noblejas Díaz-Pinés
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