ARTÍCULOS SOBRE LA HISTORIA DE MANZANARES

24 de mayo de 2025

 ANTONIO CANO MÁRQUEZ, UN EMPRENDEDOR EN TIEMPOS CONVULSOS

Antonio Cano nació en Manzanares el 25 de enero de 1898. Era hijo de Gabriel Cano González-Román y Juana Márquez Guijarro. El joven no quiso ser campesino como su padre y hermanos. Con apenas quince años marchó a Ricla, pequeña e industriosa localidad de Zaragoza, donde el hermano de su madre explotaba un molino harinero. Gracias a su privilegiada inteligencia aprendió contabilidad y pronto se familiarizó con los pormenores del comercio de cereales.


Cuando cumplió 30 años decidió volver a su pueblo natal con la firme intención de fundar una fábrica de chocolate. Gracias a los ahorros que había ido acumulando, y al crédito concedido por el Banco Hispano Americano, pudo comprar un local en la calle General Aguilera 4. En el recinto, convenientemente habilitado, instaló la maquinaria más moderna del momento para la elaboración de tan apreciado producto: horno de torrefacción, molino de rodillos, descascarilladora, refinadora y cámara frigorífica. El suministro  de energía eléctrica, más o menos estable en esta época, permitió utilizar un potente motor para mover el eje de poleas que transmitía la fuerza motriz a las diferentes máquinas mediante un sistema de correas.


Sala de trabajo. Puede apreciarse el molino y el horno de torrefacción.


Máquina de descascarillar

La plantilla de la empresa estaba formada por el propietario, un maestro chocolatero contratado en Barcelona y una docena de empleados locales, la mitad mujeres.
La industria que tenía Manzanares a principios del siglo XX estaba dedicada fundamentalmente a transformar los productos agrícolas y ganaderos. Hubo mataderos, fábricas de jabón, molinos de cereales, fábrica de harinas, almazaras y bodegas, pero una fábrica de chocolate era algo exótico que sorprendió al vecindario.
La empresa fue todo un éxito desde su fundación en 1929 y pronto fabricó también pasta para sopa (fideos). Tuvo un rápido desarrollo y expandió la venta de sus chocolates marca “Superkaez” por distintas provincias gracias a la concienzuda labor comercial de sus dos representantes, Manuel Fernández-Pacheco Mazarro y Antonio Naranjo.


El maestro chocolatero posa junto al propietario de la empresa


Sala de envoltura y envasado del chocolate

El 30 de octubre de 1931, ya en plena República, Antonio contrajo matrimonio con Teresa Úbeda González-Elipe, diez años más joven que él. La pareja tuvo dos hijos mientras estuvo en Manzanares; Gabriel, que nació el 8 de enero de 1933, y Juana que vino al mundo el 5 de febrero de 1934.
La excelente acogida que los fabricados de Antonio Cano tuvieron en el mercado, especialmente en la zona levantina, precisó la apertura de un almacén de distribución en Alicante. En septiembre de 1931 abrió también una tienda de coloniales en calle Empedrada 6, situada en los bajos del edificio donde tenía su residencia habitual, a fin de comercializar en Manzanares sus propios productos junto con otros comestibles.
Siguiendo el ejemplo de algunos fabricantes, incluía en las tabletas cromos publicitarios con historias variadas de Pulgarcito, Don Quijote y otros curiosos personajes que incentivaban el consumo al atraer la atención de los niños.




Almanaques con publicidad. Colección de Ángel Camacho


Publicidad en el programa de Ferias de 1930

La guerra civil llegó cuando la empresa se encontraba en plena expansión comercial. Las instalaciones, bases de elaboración y productos terminados fueron requisados a su propietario y pasaron a estar controlados por los Servicios de Intendencia Militar del Ejército Popular. La actividad continuó algunos meses hasta que se agotaron las existencias de cacao en los almacenes, ya que resultó imposible seguir importando materia prima.
Antonio Cano tuvo que abandonar el pueblo y se trasladó a Alicante donde pasó a gestionar el almacén de distribución que abriera años atrás. Ignoramos cómo pudo salir adelante soportando las penurias derivadas del conflicto bélico.
Terminado el enfrentamiento fratricida, la fábrica se encontraba desmantelada después de tres años de abandono. En tan difíciles circunstancias resultaba imposible reanudar la producción. Cuando se reactivó la deuda que  tenía con el Banco no pudo pagar las letras y le fueron embargados todos sus bienes. Si la guerra le privó del usufructo de la fábrica, la paz supuso la completa pérdida de su patrimonio.
Hacia 1940 Antonio Cano emprendió una nueva vida fuera de Manzanares. Dada su capacidad y conocimiento del comercio de cereales pronto encontró trabajo como contable en la fábrica de harinas de Colmenar Viejo. Tener empleo fijo en los durísimos tiempos de posguerra era todo un privilegio, pero el salario que percibía no alcanzaba para sostener dignamente a la familia, especialmente cuando llegó Francisco, su tercer hijo, nacido el 24 de junio de 1942. Salieron por esos años oposiciones para inspectores del Servicio Nacional del Trigo. Antonio se presentó y aprobó con bastante facilidad, siendo nombrado jefe de los almacenes de trigo que el Estado tenía en El Escorial (Madrid).
Antes de perder a un empleado tan valioso, los propietarios de la harinera recapacitaron y le ofrecieron el puesto de gerente con unas condiciones económicas mucho mejores que las que podría alcanzar como funcionario. Ante el prometedor horizonte Antonio renunció a su plaza y regresó a Colmenar Viejo donde asumió la responsabilidad del funcionamiento de la industria. Lamentablemente la felicidad apenas duró unos pocos años, pues un infarto fulminante acabó con su vida el 24 de diciembre de 1946 cuando solo contaba 48 años de edad. La viuda, con sus tres hijos, permaneció un tiempo en Colmenar, pero en 1951 decidió regresar a Manzanares buscando el calor de la familia. Gabriel entró de botones en el Banco Español de Crédito. Con el tiempo llegaría a ser director de sucursal. Francisco trabajó en la bodega de vinagre de Antonio González-Elipe, primo de su madre, y se convirtió en un apreciado contable.


Publicidad en el programa de Ferias de 1931


Publicidad en el programa de Ferias de 1934


FUENTES

Archivo familiar de Javier Cano.
Archivo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
RODRÍGUEZ MAZARRO, Manuel. Manzanares fue un gran productor de chocolate. Revista Siembra nº 


PROCESO DE FABRICACIÓN DEL CHOCOLATE

El cacao fue cultivado por las civilizaciones maya, olmeca y azteca. Con él preparaban una bebida espesa y amarga llamada “chocolatl”. Tras la conquista de México llegó a la península y pronto se elaboró un chocolate a la taza, pero su uso no se extendió hasta el siglo XVIII cuando se mezcló la pasta de cacao con azúcar y canela creando un producto maravilloso que se ha perfeccionado y convertido en una delicia para el paladar.
En el siglo XIX, la producción artesanal “a brazo” de chocolate experimentó una revolución gracias a la invención de la máquina de vapor. Ya en el siglo XX se aplicaron al proceso de producción nuevas máquinas movidas mediante motores eléctricos.


Frutos del árbol Theobroma cacao.

Los sacos con haba de cacao, fermentada y seca, procedían de Guinea Ecuatorial, entonces colonia española. La primera operación por la que pasaban los granos era el tostado o torrefacción. Sometidos a temperaturas entre 120 y 150ºC durante unos 20 minutos desarrollaban un aroma, sabor y color característicos. El delicado proceso era controlado hábilmente por el maestro chocolatero.
A continuación, se procedía a la pretrituración de los granos tostados y separación del pericarpio o cascarilla aplicando una corriente de aire que la arrastraba por su menor peso.
Seguidamente se procedía al molido en caliente mediante molinos de rodillos. En esta fase se retiraba parte de la grasa o manteca de cacao.
La pasta de cacao se mezclaba con azúcar y harina de trigo en proporciones determinadas por la fórmula de fabricación. En esta fase se podía añadir vainilla o canela como aromatizantes.
La masa de chocolate se refinaba pasándola entre cilindros de acero calientes. De esta forma se reducía el tamaño de las partículas consiguiendo una gran finura y homogeneidad.
Con el chocolate refinado se iban llenando los moldes de las tabletas. Siguiendo la tradición anglosajona, pesaban media libra (226 gramos) y estaban divididas en onzas.
Los moldes rellenos pasaban a una cámara fría donde las pastillas solidificaban. Una vez extraídas del molde eran envueltas en papel y envasadas para su distribución.
Más tarde vendría la adición de leche en polvo y frutos secos. En tiempos de penurias el fraude era muy habitual. Bajaba la proporción de cacao, se utilizaban grasas vegetales y se sustituía la harina de trigo por otras más baratas como la harina de algarroba.

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