La revista Defensa Nacional
fue
una publicación mensual editada durante la guerra civil de 1936 por el Estado Mayor del
Ministerio de Defensa de la República. Su director era el coronel Carlos Romero
Giménez y se imprimía en Madrid en el taller tipográfico de la 4ª Brigada
Mixta. Únicamente aparecieron siete números de ella: seis en 1937 y el número
siete a principios de 1938. En éste
último se dedica una página a Manzanares que transcribo y reproduzco como
curiosidad histórica.
Destaca la cita de más de 200 caídos en combate, teniendo en cuenta que todavía quedaba más de un año de guerra y no se había producido la terrible batalla del Ebro. Ello induce a pensar que el número de jóvenes manzanareños muertos en los distintos frentes debió superar ampliamente los tres centenares.
Destaca la cita de más de 200 caídos en combate, teniendo en cuenta que todavía quedaba más de un año de guerra y no se había producido la terrible batalla del Ebro. Ello induce a pensar que el número de jóvenes manzanareños muertos en los distintos frentes debió superar ampliamente los tres centenares.
MANZANARES
LA APORTACIÓN DE UN PUEBLO A LA CAUSA DE LA GUERRA
Al
cruzar las calles de este hermoso pueblo de Manzanares; al observar el ritmo
acelerado y seguro de su vida; al ver desfilar a sus campesinos y sus obreros;
al aposentar nuestra planta en su magnífico Ayuntamiento, no se nos ha ocurrido
escribir: Componen la Corporación municipal...; la cultura de sus regidores...;
el aumento del superávit de su presupuesto...
Nada de eso. En los momentos actuales no importa quiénes sean las personas que ocupen los puestos; basta saber si, como en el caso que nos ocupa, son la genuina representación del pueblo antifascista. No interesan las cualidades personales de quienes tienen cargos representativos; es bastante conocer la labor realizada por el pueblo que representan. No debe preocuparnos la gestión aislada de un organismo cualquiera, sino la eficacia de esa gestión, en relación íntima y coordinada con cuantas tienden al mejoramiento de la obra común emprendida por nuestro país.
En las horas graves y solemnes que vive nuestra España, traicionada por quienes tenía al servicio de su defensa y hollada por la planta del invasor, un solo imperativo se nos impone a todos: obedecer. Obedecer las órdenes de los organismos rectores de la vida nacional—los Gobiernos del Frente Popular, en este caso—, no con la ciega sumisión del esclavo, sino con la plena confianza y seguridad de quien, sintiéndose interpretado por los que mandan, coopera a la realización de la obra común cumpliendo lo mandado. Y en la medida que cada pueblo haya sabido interpretar ese imperativo, estará la medida de su acierto en la labor que le está encomendada para lograr la próxima y definitiva victoria sobre el fascismo.
¿Qué ha hecho Manzanares en ese aspecto? Pongamos de relieve su obra y sometámosle, como a todos los demás pueblos, al fallo inexorable de la conciencia antifascista mundial.
La guerra necesitó hombres que la hicieran. Manzanares die, los que pudo, los que debía dar. Los secos lugareños de este plantel manchego, mezcla magnífica y asombrosa de los espíritus de Don Quijote y Sancho, prácticos y soñadores a la vez, tomaron las armas y salieron a defender en los distintos frentes de lucha a los demás hermanos españoles. La sangre generosa de los antifascistas manzanareños regó la cálida tierra andaluza, la estepa maravillosa de Extremadura, los vergeles del Tajo toledano, las cercanías del Madrid heroico, la campiña franca y feraz de las provincias aragonesas. Dan testimonio de ello más de doscientos hijos de este pueblo que ofrendaron sus vidas en defensa de la libertad y más de dos mil combatientes manzanareños que pueden hallarse en las trincheras, inexpugnables al fin, de la España leal.
Nada de eso. En los momentos actuales no importa quiénes sean las personas que ocupen los puestos; basta saber si, como en el caso que nos ocupa, son la genuina representación del pueblo antifascista. No interesan las cualidades personales de quienes tienen cargos representativos; es bastante conocer la labor realizada por el pueblo que representan. No debe preocuparnos la gestión aislada de un organismo cualquiera, sino la eficacia de esa gestión, en relación íntima y coordinada con cuantas tienden al mejoramiento de la obra común emprendida por nuestro país.
En las horas graves y solemnes que vive nuestra España, traicionada por quienes tenía al servicio de su defensa y hollada por la planta del invasor, un solo imperativo se nos impone a todos: obedecer. Obedecer las órdenes de los organismos rectores de la vida nacional—los Gobiernos del Frente Popular, en este caso—, no con la ciega sumisión del esclavo, sino con la plena confianza y seguridad de quien, sintiéndose interpretado por los que mandan, coopera a la realización de la obra común cumpliendo lo mandado. Y en la medida que cada pueblo haya sabido interpretar ese imperativo, estará la medida de su acierto en la labor que le está encomendada para lograr la próxima y definitiva victoria sobre el fascismo.
¿Qué ha hecho Manzanares en ese aspecto? Pongamos de relieve su obra y sometámosle, como a todos los demás pueblos, al fallo inexorable de la conciencia antifascista mundial.
La guerra necesitó hombres que la hicieran. Manzanares die, los que pudo, los que debía dar. Los secos lugareños de este plantel manchego, mezcla magnífica y asombrosa de los espíritus de Don Quijote y Sancho, prácticos y soñadores a la vez, tomaron las armas y salieron a defender en los distintos frentes de lucha a los demás hermanos españoles. La sangre generosa de los antifascistas manzanareños regó la cálida tierra andaluza, la estepa maravillosa de Extremadura, los vergeles del Tajo toledano, las cercanías del Madrid heroico, la campiña franca y feraz de las provincias aragonesas. Dan testimonio de ello más de doscientos hijos de este pueblo que ofrendaron sus vidas en defensa de la libertad y más de dos mil combatientes manzanareños que pueden hallarse en las trincheras, inexpugnables al fin, de la España leal.
La
guerra precisaba ayuda. Manzanares la prestó. Unos días salieron de ese pueblo
caravanas de camiones, trenes enteros cargados de productos; y esos productos
fueron ofrecidos a los combatientes de Madrid, de Andalucía o de Extremadura.
Otro día se abrieron las puertas de unos locales habilitados para hospitales de
sangre, y en ellos encontraron acomodo y cariño quienes habían tropezado con
las balas enemigas. Varias veces llegaron a este pueblo caravanas de
antifascistas que se habían visto obligados a abandonar sus hogares, a dejar
sus modestas viviendas. Manzanares abrió generoso sus brazos y los acogió con
paternal cariño, proporcionándoles, como pudo, albergue, abrigo, enseres y pan.
Y así, este modesto pueblo ha duplicado casi su población, llegando a tener
dentro de él 8.771 evacuados de diferentes lugares de España.
La guerra necesita, ante todo y, sobre todo, que estos pueblos de la retaguardia se conviertan en la vanguardia de la producción. ¿Cómo ha respondido Manzanares a esta necesidad? Construyendo sin destruir. Apenas nada de lo que tenía un valor positivo en la localidad ha sido destruido. Todas las obras conducentes a un fin práctico han sido reconstruidas y mejoradas.
Al estallar el movimiento subversivo de los militares traidores a quienes apoya el fascismo internacional, una gran parte de las industrias de la población quedaron abandonadas por sus dueños o empresas. A nadie se le ocurrió entrar al saqueo en ellas. Los obreros que las trabajaban, con un elevado espíritu de comprensión, con una capacidad directiva verdaderamente insospechada, se hicieron cargo provisionalmente de las mismas; dedicaron sus mejores esfuerzos a rehacerlas; procuraron, a trueque de todos los sacrificios, darles una vida próspera y fecunda. Así continúan viviendo un sinnúmero de espaciosas bodegas, de fábricas de alcohol; una de las mejores fábricas de harinas de la España leal, la Central de energía eléctrica, la distribuidora de aguas potables y alcantarillado, las numerosas industrias de la construcción...
Tampoco los campesinos abandonaron las tierras. Apegados a ellas con cariño de padre, supieron demostrar a los incrédulos que en ellos hay una capacidad constructiva. Constituidos en colectividades, cooperativas, grupos e individualidades, mantuvieron y aumentaron la pequeña riqueza ganadera existente, continuaron y mejoraron el cultivo de las 22.000 fanegas de viña plantadas en el término municipal y dedicaron su esfuerzo y actividad a un cultivo casi abandonado en el mismo, necesario a la causa de la guerra: el de los cereales, leguminosas y hortalizas. Así obtuvieron el pasado año una cosecha de patatas superior al millón de kilos, y así, en barbecharas perfectamente preparadas, tienen sembradas en el presente 4.575 hectáreas de trigo, 2.320 de cebada, 2.200 de avena y 256 de almortas, garbanzos y judías, cultivos no trabajados hasta ahora en el término municipal.
Y de este modo, con sus hombres, con su ayuda y con su producción ha prestado Manzanares su obediencia a la causa de la guerra.
Eso es lo que hemos visto en él y lo que ofrecemos a nuestros lectores como recuerdo de este rincón de la Mancha, que espera, con su ejemplo, dejar un recuerdo imborrable en las mentes de todos los amantes de la Libertad.
La guerra necesita, ante todo y, sobre todo, que estos pueblos de la retaguardia se conviertan en la vanguardia de la producción. ¿Cómo ha respondido Manzanares a esta necesidad? Construyendo sin destruir. Apenas nada de lo que tenía un valor positivo en la localidad ha sido destruido. Todas las obras conducentes a un fin práctico han sido reconstruidas y mejoradas.
Al estallar el movimiento subversivo de los militares traidores a quienes apoya el fascismo internacional, una gran parte de las industrias de la población quedaron abandonadas por sus dueños o empresas. A nadie se le ocurrió entrar al saqueo en ellas. Los obreros que las trabajaban, con un elevado espíritu de comprensión, con una capacidad directiva verdaderamente insospechada, se hicieron cargo provisionalmente de las mismas; dedicaron sus mejores esfuerzos a rehacerlas; procuraron, a trueque de todos los sacrificios, darles una vida próspera y fecunda. Así continúan viviendo un sinnúmero de espaciosas bodegas, de fábricas de alcohol; una de las mejores fábricas de harinas de la España leal, la Central de energía eléctrica, la distribuidora de aguas potables y alcantarillado, las numerosas industrias de la construcción...
Tampoco los campesinos abandonaron las tierras. Apegados a ellas con cariño de padre, supieron demostrar a los incrédulos que en ellos hay una capacidad constructiva. Constituidos en colectividades, cooperativas, grupos e individualidades, mantuvieron y aumentaron la pequeña riqueza ganadera existente, continuaron y mejoraron el cultivo de las 22.000 fanegas de viña plantadas en el término municipal y dedicaron su esfuerzo y actividad a un cultivo casi abandonado en el mismo, necesario a la causa de la guerra: el de los cereales, leguminosas y hortalizas. Así obtuvieron el pasado año una cosecha de patatas superior al millón de kilos, y así, en barbecharas perfectamente preparadas, tienen sembradas en el presente 4.575 hectáreas de trigo, 2.320 de cebada, 2.200 de avena y 256 de almortas, garbanzos y judías, cultivos no trabajados hasta ahora en el término municipal.
Y de este modo, con sus hombres, con su ayuda y con su producción ha prestado Manzanares su obediencia a la causa de la guerra.
Eso es lo que hemos visto en él y lo que ofrecemos a nuestros lectores como recuerdo de este rincón de la Mancha, que espera, con su ejemplo, dejar un recuerdo imborrable en las mentes de todos los amantes de la Libertad.
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