ARTÍCULOS HISTÓRICOS

29 de julio de 2013

DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE MANZANARES. LA COLECTIVIDAD MIXTA DE CAMPESINOS

El documento que a continuación se transcribe es una pequeña memoria sobre la Colectividad de Campesinos e Industrias Complementarias de UGT/CNT creada en Manzanares el año 1936, pocas semanas después de iniciarse la guerra civil, ante la imperiosa necesidad de organizar la producción agropecuaria del término en el marco que había generado el proceso revolucionario que siguió al golpe de Estado contra el gobierno legítimo de la II República.
Se trata de un manuscrito con 31 páginas, correctamente encuadernadas pero sin fechar ni firmar. Fue escrito por Francisco Pedrazo Camarena, un activo militante de UGT con sólidas convicciones socialistas. No obstante, su redacción denota también claras simpatías con  determinados conceptos del ideario anarcosindicalista.
Francisco Pedrazo nació en Manzanares el 4 de febrero de 1902 en una familia pobre. La necesidad de subsistir le separó muy pronto de la escuela. Trabajó siempre campos ajenos hasta que arrendó unas tierras cerca del río Azuer y se hizo hortelano. Al estallar la guerra se incorporó a la Colectividad de Campesinos donde ocupó el cargo de Consejero de Industria hasta que fue movilizado. Cuando terminada la contienda regresó al pueblo fue detenido, juzgado y condenado a muerte. Parece que alguna persona afecta al nuevo régimen intercedió por él e hizo que le conmutaran la pena capital por otra de reclusión.
Tras pasar cinco años de cárcel en Carabanchel pudo beneficiarse de una serie de indultos y consiguió la libertad en 1944. Sin embargo las autoridades franquistas de Manzanares no permitieron su regreso y le impusieron pena accesoria de destierro. En principio fijó su residencia en Lora del Río, donde trabajó como gañan en los latifundios del marqués de Taboada, y luego se trasladó a San José de la Rinconada donde falleció el 8 de mayo de 1985.
Se trata, pues, de un testimonio de primer orden sobre la marcha de la Colectividad de Campesinos e Industrias Complementarias de Manzanares ya que, por las responsabilidades que asumió Pedrazo, conocía perfectamente su estructura y funcionamiento.
A pesar de estar redactado por un campesino, su casi ausencia de faltas de ortografía (no más de dos que me he tomado la libertad de corregir) y su estructura morfosintáctica, muestran una clara inteligencia natural y cierta formación tardía, conseguida durante sus años de cárcel de otros compañeros de presidio.
Con motivo de mis investigaciones para la escritura del libro “República y Guerra Civil. Manzanares 1931-1939”, en agosto de 1986 viajé a San José de la Rinconada donde residían sus familiares, quienes, amablemente, me facilitaron una fotocopia de estas memorias, hoy un tanto ajadas por el paso del tiempo. Así pues, para impedir su pérdida, he decidido colgarlo en mi blog para que pueda ser consultado por cualquier estudioso del tema social o de la Historia de Manzanares.


Francisco Pedrazo

UN ENSAYO DE COLECTIVISMO

CAPÍTULO I

Sin ninguna noción de lo que era ni significaba el Colectivismo, hubimos de acometer su puesta en marcha como una imperiosa necesidad de aquel dramático momento.
Como consecuencia del alzamiento nacional, que de antemano tenían proyectado y pactado entre la burguesía capitalista, el militarismo y el clero contra las clases productoras españolas, hubimos de hacernos cargo los trabajadores, desde el primer momento, de aquella caótica situación. La burguesía terrateniente, que conocía la fecha en que había de tener lugar aquel acontecimiento, procuro alejarse y se alejó de sus pueblos de origen. Algunos de ellos se marcharon a las capitales de provincias, otros, los más, se trasladaron a la capital de España. Con este proceder se ponían más abiertamente al servicio de la sedición y creaban más obstáculos al normal desenvolvimiento de las autoridades republicanas. Era una conducta premeditada para servir su causa.
Al ser informado el Gobierno de la República de estos hechos y analizar los fines que perseguían tomó su decisión. Para ello promulgó un decreto ley poniendo en manos de la clase trabajadora campesina todas las fincas rústicas y complementarias que no hubiere en ellas incluidos plantillas de obreros industriales, para que el campesinado procediera a su explotación; ya fuere en régimen individual o colectivo. Esto sobre todas las fincas que hubieren sido abandonadas por sus dueños a raíz del dieciocho de julio de 1936.
Así las circunstancias determinantes de aquel histórico momento empujaron al campesino español en general, y al manzanareño en particular, a comenzar la puesta en marcha de la difícil tarea de organizar y llevar a la práctica el Colectivismo.
La tarea era difícil, intrincada y dificultosa, pero no había opción había que decidirse por el régimen colectivo. En una asamblea magna, celebrada en el Gran Teatro de Manzanares, se nombró el Consejo de Administración de la Colectividad y se trazaron las líneas maestras por las que se había de regir.
La responsabilidad moral que cargaron sobre sus hombros el puñado de hombres que habían sido nombrados para regir el colectivismo era de proporciones inauditas, pero su temple para trabajar por esa causa era inagotable.
La recién creada Colectividad se había constituido con cuatro mil trabajadores. En su haber contaba con las fincas rústicas, urbanas y semovientes ingresados al patrimonio de la Colectividad, pero sin disponer de una sola peseta. Se imponía una acción presurosa para mitigar el problema económico en que se hallaban los colectivistas, pero sin acertar a ver el camino que se había de seguir para la consecución de aquel deseo. Por fin se comenzó a vislumbrar un camino, que si no era totalmente del agrado del Consejo, no había otro por el momento. Así, venciendo escrúpulos, el Consejo se decidió por hacer una visita al comercio local y comprometerlos a que reconocieran un papel moneda que la Colectividad había de imprimir, por medio del cual los colectivistas harían los suministros pertinentes. Aquella propuesta no fue del agrado de los señores comerciantes, pero negarse a ella en aquellos momentos suponía algo tan grave que no era aconsejable realizar. Había que condescender y ponerse a tono con la situación.
Se aceptó nuestra proposición como un hecho irreversible; lo aceptamos, pero nunca agradecimos, sabíamos de sobra que aquello se había hecho de una manera forzada. De aquel modo tan poco honorable nos vimos obligados a acatar aquello que se nos había concedido por  imperio de las circunstancias. No nos estaba permitido obrar de otra manera. Estaba en juego el ser o no ser de la Colectividad. Quizás males mayores.
Al quedar circunstancialmente resuelto el problema económico de la Colectividad, ésta empezó a organizar los trabajos de recolección de cereales y leguminosas que ya estaban empezados y habían quedado interrumpidos el día dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis. El problema, por sus dimensiones, era complejo y harto difícil de resolver. Carecíamos de inventario y desconocíamos la situación de cada predio, así como si estaba o no sembrado, y de estarlo la clase de cereal o leguminosa que contenía. Todo se fue venciendo con los datos que íbamos recogiendo a través de los propios campesinos, pero de todas formas la tarea era inmensa y las dificultades se multiplicaban. Estábamos viviendo una intensa guerra civil, nunca propicia a la reflexión y cordura necesaria para la realización de una obra trascendental como lo era la Colectividad.
Aunque aquello era superior a las fuerzas de los hombres que habían cargado con aquella enorme responsabilidad se hizo cuanto se pudo por llevar a cabo la ingente tarea.
A pesar de todo y venciendo las dificultades que cada momento ofrecía, la Colectividad logró terminar la recolección de cereales y leguminosas de una manera bastante aceptable.



CAPÍTULO II

Cuando parecía que se iba normalizando el desenvolvimiento de la Colectividad, nuevas dificultades volvieron a aparecer. Nos hallábamos en el mes de septiembre de mil novecientos treinta y seis y la recolección de la vendimia había que prepararla.
El Consejo de Administración había celebrado varias reuniones en las que había tratado del caso ampliamente. En ellas el Consejo había manifestado su deseo de hacer vino toda la cosecha de uvas que había en la comunidad. En este punto todos estaban de acuerdo, pero había una dificultad; que la Colectividad no disponía de técnicos para realizar esa labor.
Los bodegueros y destiladores de la localidad, que constituían una sección de trabajadores dentro de la Casa del Pueblo, habían controlado las industrias donde trabajaban, con cuyo control y las circunstancias que concurrían habían conseguido incrementar los negocios de tal manera que los obreros bodegueros y destiladores pudieron elevar sus sueldos en un setenta y cinco por ciento. Esta situación de privilegio les alejó más aún de los trabajadores campesinos, que siempre fueron considerados por los obreros industriales como seres de menos cualidad.
Aparte de todo esto el Consejo de Administración de la Colectividad nombró una comisión de su seno para pedir ayuda a la directiva de obreros bodegueros para que ésta facilitara técnicos y poder realizar la campaña vinícola. La directiva de los bodegueros manifestó que les era imposible corresponder a nuestros deseos por que, dada la diferencia existente entre el anticipo de un colectivista con el salario de un obrero industrial, quedarían lesionados los intereses de los obreros bodegueros. A eso replicó la comisión de la Colectividad que el hecho que habían citado no suponía ningún inconveniente, toda vez que la Colectividad estaba dispuesta a pagar a los técnicos que se le cedieran para la campaña los mismos sueldos que vinieran percibiendo en sus industrias respectivas, y si era necesario un sobreprecio.
Como viera la directiva de bodegueros que sus argumentos no eran válidos, ésta tuvo que modificar su táctica manifestando seguidamente que la Colectividad podía abandonar la idea de obtener ayuda de la sección de Bodegueros porque ésta entendía que a los campesinos sólo les está reservado trabajar la tierra y procurar que ésta produzca ubérrimas cosechas. Aquí estamos los industriales que adquiriremos esas cosechas y las transformaremos en productos industrializados para servir las demandas del mercado, tanto interior como exterior.
¡Qué poca imaginación demostraron los representantes sindicales de los obreros bodegueros! Se adivinaba en su postura el deseo de sacar utilidad de una manera artera del esquilmado obrero campesino. ¡Cuánto habría que decir de esta conducta y manera de portarse! ¡Qué concepto más despreciable tenían de la redención humana ¡ No quiero citar nombres ni conductas que, aparte de demostrar la inutilidad de aquellos hombres que se llamaban socialistas, servirían para denigrar nuestros ideales y reputación.
Aunque estos hechos habían producido en nosotros confusión y desorden, nos conservaron incólume la honestidad y recato suficiente para respetar a los que, ofendiendo a nosotros y a las ideas, quedaban al descubierto y nos obligaron a tomar y realizar acciones heroicas.
Cuando tuvo conocimiento el Consejo de Administración de la Colectividad de la postura que habían adoptado la directiva de la Sección de Bodegueros, extremó más su coraje y decisión de hacer realidad el vehemente deseo que sentía de hacer vino toda la cosecha de uvas de que disponía. Venciendo cuantos obstáculos e inconvenientes se oponían a ello la Colectividad elaboró 8.000.000 de litros de vino de excelente calidad, hecho que culminó y satisfizo una de las aspiraciones que sentía la comunidad. También se logró conseguir (debido a nuestra pertinaz insistencia en solicitarlos) que el Instituto Provincial de Reforma Agraria nos concediera préstamos a largo plazo. Ésto lo hacía para que el dinero se emplease únicamente para el pago de jornales. Se consiguieron estos créditos después de que el Instituto mandó una comisión investigadora que revisó el estado de cuentas de la Colectividad, así como el trabajo que se había realizado en las fincas.
A medida que iba creciendo el desenvolvimiento económico de la Colectividad crecía la confianza en los colectivistas y, sobre todo, en sus hombres más representativos ya que sobre sus hombros pesaba la responsabilidad de aquella obra. Sentían la satisfacción inmensa de haber dado vida a aquella sociedad que con el nombre de Colectividad de Campesinos e Industrias Complementarias daba carácter y forma a la nueva sociedad que se estaba desarrollando.
De tal manera se configuró la Colectividad que tenía capacidad bastante para que dentro de su seno pudieran hallar solución todos los problemas que el hombre tiene planteados, ya sean éstos de de tipo económico, político o social. Era tan amplia su base que en ella tenían cabida todos los trabajadores de los más distintos oficios, igualmente los que se dedicasen a las ciencias y profesiones liberales, es decir todas las actividades humanas en el más amplio sentido de la palabra.
La Colectividad, por medio de los alambiques que poseía en las bodegas, destiló todos los orujos que había obtenido en la elaboración del vino con lo que consiguió una buena cantidad de alcoholes de baja graduación. Después, con los alcoholes obtenidos, caldos de pozo y vinos deficientes, consiguió producir una respetable cantidad de alcohol 96-97º aumentando con ello considerablemente su capacidad económica.
Conforme se iban produciendo estos hechos, el interés por la Colectividad surgía por propios y extraños, más aún de los que la observaban desde fuera, es decir de los que no eran colectivistas; les hacía sentir el deseo de ingresar en su seno. Así cierto número de albañiles, herreros, zapateros, mecánicos, carpinteros y bodegueros hicieron su solicitud de ingreso y consiguieron hacerse colectivistas.
Estos nuevos ingresos nos llenaban de júbilo, alegría y gozo, no solo porque eran más los que se sumaban a nuestra obra, cosa que siempre conforta, sino porque venían a demostrarnos que habíamos acertado en nuestra empresa.
Hasta se dio el caso de que un comerciante del gremio de alimentación solicitó ingresar en la Colectividad. (1) Una vez que fue aprobado y convertido en colectivista, hizo entrega a ésta de todos los géneros que poseía en su comercio. Por la cantidad y calidad de los productos entregados supuso un buen ingreso para la Colectividad. Después manifestó “desde este momento mis servicios y trabajos están a la espera de las órdenes de la Colectividad; ejecutaré cuantos se me ordenen si éstos están en consonancia con mis facultades físicas. Quiero hacer constar que si algún día entra en el cálculo de la Colectividad construir dentro de su seno una Cooperativa de Consumo para suministrar a su población trabajadora, me hallará en la mejor disposición para cooperar en ella, ayudando con mis servicios y conocimientos en la materia para poder llevar a cabo una obra cooperativa de provecho para los colectivistas. Con ello no pretendo obtener ninguna situación de privilegio, sólo me guía el propósito de ser útil a la Colectividad.”
El Consejo de Administración que había oído con atención las palabras que sobre la cooperativa había dicho el comerciante y nuevo colectivista, examinó con toda atención el problema, sacando la conclusión de que aquello supondría algo importante para el desenvolvimiento de la Colectividad.
Con la rapidez que fue posible se organizó la Cooperativa y se logró su puesta en marcha; fue tan trascendente y tan bien acogida por todos que se puede decir que aquello supuso un acontecimiento; algo que la Colectividad necesitaba y que constituía uno de sus más grandes aciertos. Sin la cooperativa los campesinos se habrían visto imposibilitados para marchar a la quintería por falta de víveres.

CAPÍTULO III

La guerra, día a día, iba transformando las cosas de tal manera que el dinero, que había venido siendo desde tiempo inmemorial el que había dominado y controlado todas las transacciones de comercialización, adquisición y ahorro, había perdido todo su poder adquisitivo. Como consecuencia de la desconfianza que reinaba entre las dos partes que actuaban en la contienda. Como consecuencia hubo de idearse y ponerse en práctica un sistema nuevo para reemplazar al dinero: el intercambio de mercaderías y cosas. Toda innovación crea problemas y dificultades hasta tanto logramos compenetrarnos con la cosa nueva. No podía ocurrirle menos al sistema de intercambio que, por pura casualidad, hubo de instaurarse durante la guerra civil española.
La Colectividad sin embargo, gracias a que disponía de géneros muy solicitados en el mercado, tales como carne, queso, alcohol, mistela, vino a granel y embotellado y otros, por medio de su Cooperativa de Consumo podo muy bien acoplar sus actividades comerciales a esta clase de transacciones. Cuando el Consejero de Abastos de la Colectividad se desplazaba a Valencia (punto clave de abastecimiento de la zona republicana) hallaba las mayores facilidades para proveer a la Cooperativa.
Sin embargo, la Comisión de Abastos del Ayuntamiento, órgano oficial local para realizar los suministros de la población, se trasladaba a Valencia y la mayoría de las veces tenía que regresar con las manos vacías.
Habiendo perdido el dinero la confianza que tenía para realizar transacciones comerciales se hacía imprescindible disponer de géneros para que sirvieran de compensación a otros para poder llegar a concertar los distintos contratos o convenios a que podía haber lugar en la nueva modalidad del comercio. En este punto la Colectividad se hallaba muy bien situada. Aquello representaba una situación de privilegio que no decía bien con nuestros ideales, de sobra lo sabía el Consejo de la Colectividad, pero las intrigas, persecuciones y malquerencias que se hacían contra ésta y sus hombres más representativos, tanto de los obreros industriales como del Ayuntamiento, nos obligaron y empujaron a situarnos en este terreno. Había que defender a cualquier precio las ventajas que estaba conquistando el proletariado en general y el campesinado en particular.
El Consejo hubiere preferido que el problema social estuviese más a tono con la realidad, siento todos para uno y uno para todos, pero el problema no estaba determinado en esos términos. La sociedad estaba dividida en fracciones y cada una de ellas  se creía en posesión de la verdad.
Con esta situación, y siendo la gran mayoría la que seguíamos el sistema colectivista, no nos quedaba otra alternativa que la de seguir adelante con nuestra empresa. Según nuestro entender ésta constituía la base del progreso y del bienestar social. Así, venciendo dificultades y perfeccionando en cuanto nos era posible nuestra obra seguimos adelante por el camino que nos habíamos trazado.
Los colectivistas cada día prestaban más atención al desarrollo y pujanza con que avanzaba la Colectividad, hecho que les llenaba de gozo y satisfacción. Los que desde fuera nos contemplaban, es decir los que no eran colectivistas, cada vez se sentían más influenciados por aquella gran obra, de tal manera que se produjeron hechos fortuitos que de ninguna manera contábamos con ellos. Así, los médicos de la localidad puestos de acuerdo creyeron conveniente pedir el ingreso en la organización y hacerse colectivistas. ¿Lo consiguieron? Verdaderamente.
¿Qué móviles impulsaron a los médicos a hacerse colectivistas? ¿Acaso su decisión obedecía al deseo de impulsar el progreso social haciendo causa común con el proletariado? Pecaríamos de ingenuos si tal creyéramos. Hemos de razonar este hecho y hacer de él todas las consideraciones necesarias para que nos conduzcan al descubrimiento de la verdad. Por razones que ya quedan apuntadas en este escrito la Colectividad se hallaba en las mejores condiciones para suministrar alimentos a sus asociados por medio de la Cooperativa de Consumo, cosa que despertaba deseo en todos los que no tenían acceso a ese suministro. Los médicos no podían ser ni eran una excepción. Se suministraban artículos que en aquellas circunstancias sólo estaban al alcance dentro de la cooperativa y los que estaban fuera de su órbita procuraban por todos los medios arribar a ella. Por otra parte hay que tener en cuenta que cuando los intereses de dos o más hombres coinciden, se ponen de acuerdo los ideales más diferentes o dispares; los intereses son los que dominan al hombre sobre todas las cosas.
Creo que son suficientes estas conclusiones para que podamos quedar convencidos de que los médicos llegaron a la Colectividad con el único deseo de poder suministrar en su cooperativa.
¿Conocía el Consejo de Administración el móvil que había impulsado a los médicos a tomar tal decisión? Lo suponía. Pero como el propósito que animaba al Consejo no era otro que el de ir abriendo cauce y ampliando la base de nuestra organización quiso en todo momento que la Colectividad protegiera a todos. La Colectividad era muy ambiciosa en sus fines, establecía para todos derechos y deberes iguales; cada uno debía trabajar según sus fuerzas y consumir según sus necesidades.
Al aprobarle el ingreso a los médicos se les hizo saber que éste quedaba condicionado a las normas de igualdad de derechos y deberes reconocidos por los estatutos. Que dentro de la Colectividad no existían clases ni jerarquías, y mucho menos privilegio económico o social. El estado de condominio que la Colectividad ejerce sobre los bienes que posee está ligado al individuo, de tal manera que no se reconoce a nadie supremacía sobre los demás. El derecho a elegir los cargos administrativos, o ser elegido para los mismos, es potestativo de todos los individuos que pertenecen a la comunidad, así como el derecho a disfrutar en común todos los bienes que ésta tenga.
Después de que los galenos hubieron conocido todos estos pormenores dieron su conformidad a las normas habidas en la organización, quedando de hecho y de derecho incorporados a la misma, donde empezaron a prestar sus servicios de medicina y cirugía y a percibir los beneficios de la organización.
La Colectividad se regía y desenvolvía dentro de la más pura esencia democrática. Su directiva estaba regida por siete miembros que se denominaban consejeros, todos nombrados en asamblea general.
La directiva era la encargada de orientar y dirigir todo el proceso de la Colectividad, así como administrar sus bienes. Los cargos de la directiva se distribuían de la forma siguiente: Un Presidente, un Consejero de Industria que a la vez era Vicepresidente, un Consejero de Abastos, un Cajero o Consejero de Finanzas, dos Consejeros de Agricultura y un Secretario General.
La Colectividad estaba dividida en grupos de trabajo. Al frente de cada uno había un Delegado, nombrados éstos por la Asamblea General.

CAPÍTULO IV

FUNCIONES DE LA DIRECTIVA
La del Presidente, como su nombre indica, presidir todas las reuniones que tengan lugar y estén relacionadas con la Colectividad, ya fueran éstas Asambleas Generales ordinarias o extraordinarias, del Consejo de Administración o de Delegados de Grupo. También será de su cometido o competencia, cuando se esté celebrando una reunión o en el desarrollo de las mismas, encauzar y dirigir las discusiones. Una vez que considere que han sido suficientemente discutida la proposición o proposiciones las someterá a votación si a ello hubiera lugar.
Las Asambleas Generales ordinarias se celebrarán cada tres meses. A ellas se llevarán el estado de cuentas del trimestre vencido. Después que la Asamblea haya escuchado su lectura, la general, de su seno, procederá a nombrar una comisión que se encargará de revisar el estado de cuentas para cuyo cometido la comisión podrá rodearse de los elementos técnicos necesarios para el desarrollo de su labor. Si la comisión las hallaba conformes y no ponía ningún reparo a las mismas, en la próxima reunión quedaban automáticamente aprobadas. Si por el contrario se hacía alguna objeción a las cuentas, el contable y el cajero eran los encargados de dar cuantas aclaraciones fueran necesarias para aclarar cualquier duda o hacer la rectificación pertinente en cualquier posible error.
Además del estado de cuentas a las Asambleas Generales se llevaba también el proceso y desenvolvimiento de todos los problemas de la Colectividad, donde se explicaba a los colectivistas el cómo y el porqué de cada cosa.
Las asambleas extraordinarias solo tenían lugar cuando se presentaba algún asunto importante que tratar y no podía demorarse hasta la celebración de la asamblea ordinaria, o cuando era solicitada por cincuenta colectivistas. En este caso la solicitud tenía que traer las firmas de los peticionarios y hacer constar el asunto a tratar que constituiría el orden del día.
La fecha de la celebración de la Asamblea sería fijada por el Consejo de Administración, pero siempre se realizaría dentro del plazo de siete días contados desde la fecha de recepción de la solicitud.
Las reuniones del Consejo de Administración tenían lugar cada veinticuatro horas, generalmente por la noche. Las de Delegados de Grupo cuando surgía algún asunto que así lo aconsejara, ya que éstos dependían directamente de los Consejeros de Agricultura, que eran los que les daban reglas para desempeñar su cometido.
El Consejero de Industria, que a la vez era Vicepresidente de la Colectividad, tenía la misión de reemplazar al Presidente en caso de enfermedad o ausencia. Tenía, asimismo, que tener al día todo el movimiento industrial de la comunidad, haciendo transacciones y ventas de todos los géneros que la organización tenía destinados a la venta. Este cometido lo realizaba sin previas consultas, aunque sí estaba obligado a dar cuenta de su gestión al Consejo en el plazo de veinticuatro horas. Otra de sus obligaciones más primordiales era la de organizar las campañas vinícolas. Uno de sus quehaceres cotidianos era el de llevar por sí los libros de Hacienda de las distintas destilerías de alcoholes que la Colectividad llevaba en explotación.
Era la misión del Consejero de Abastos, como su nombre indica, proveer a la Cooperativa de Consumo de todos los artículos alimenticios necesarios para poder suministrar normalmente a todos los colectivistas y sus familias, realizando para ello todas las transacciones e intercambios a que cada situación diera lugar. Generalmente estas actividades se operaban en poblaciones distantes a nuestro radio de acción, lo que complicaba el problema ya que el Consejero tenía que desplazarse a grandes distancias con las consiguientes dificultades de todo orden en aquella difícil situación. Ello hubiera representado un gran problema de no haber existido dentro de él la fantasía de nuestro ideal, pero cuando nuestros actos están encaminados a servir nuestras ideas todo resulta excelente y perfecto, y cualquier sacrificio, por muy duro que éste sea, nos parece la cosa más normal. Así es como obró y colaboró aquel portentoso Consejero (2)
El Consejero de Finanzas, o Cajero, tenía a su cargo recibir todo el dinero que, procedente de las ventas realizadas u otros ingresos comunitarios, había de ingresar en caja. En ella procuraba retener el dinero necesario para el desenvolvimiento normal de la misma y cuando la cantidad en caja rebasaba esos límites ingresaba en el Banco el sobrante. Semanalmente tenía que abonar los anticipos a los colectivistas, así como pagar cada día las facturas, recibos y letras que fueran deudas de la Colectividad. Hacía arqueo en caja todos los días y era el responsable directo de todo el dinero confiado a ella.
Los dos Consejeros de Agricultura tenían a su cargo todo el movimiento agropecuario de la Colectividad, el suministro de piensos para el ganado de trabajo, los aperos de labranza suficientes para llevar la explotación agrícola y todos los accesorios indispensables.
En la recolección de cereales y leguminosas acondicionaban los locales donde se había de guardar los granos que servirían de semilla cuando llegara la sementera. En otros locales similares, aunque prescindiendo en ellos de ciertos detalles, los piensos y pajas que habían de servir de alimento al ganado de trabajo para todo el año. Hacían previsiones de fertilizantes y abonos para alimentar los terrenos que habían de ser sembrados y tenían al día todo lo relacionado con la explotación agrícola.
Con los Delegados de Grupo el contacto de estos Consejeros era casi permanente ya que tenían que transmitir a éstos las normas generales de cultivo para que la realización de los trabajos resultara más uniforme. Asimismo entregaban a los Delegados de Grupo los utensilios necesarios para su normal desenvolvimiento.
Cuando se aproximaba la campaña vitivinícola los Consejeros de Agricultura, juntos con el de Industria y los Delegados de Trabajo, organizaban y distribuían los carros que habían de transportar las uvas para que cada una de las bodegas tuviera los adecuados a su capacidad de modo que todo resultara lo más perfecto posible y guardara correspondencia entre sus partes.
El Secretario era el encargado de los documentos oficiales de la Colectividad, los que tenía la obligación de sellar y firmar con el visto bueno del Presidente. En todas las asambleas, juntas o reuniones que celebrase la Colectividad tenía que asistir a la mesa en unión del Presidente y demás miembros del Consejo para tomar nota de lo que se iba tratando y de los acuerdos que se tomaban en firme para después levantar acta que era leída en la próxima reunión y sometida a votación por el Presidente.
Los Delegados tenían cada uno un grupo de trabajadores a su cargo. Estos Delegados regían, controlaban y distribuían el trabajo entre los integrantes del grupo. Tenía la obligación de suministrarles los utensilios y herramientas pertinentes para desarrollar las faenas agrícolas que les estaban encomendadas.
Los dos Consejeros de Agricultura eran los que más relacionados estaban con los Delegados de Grupo por ser tales Consejeros los que dirigían la política agraria de la Colectividad y aseguraban su normal funcionamiento.

CAPÍTULO V

A la hora de repartir los artículos alimenticios se seguía el sistema de recibir más quien mayores necesidades tuviera. Nunca se tuvo en cuenta a la hora del reparto qué clase y qué cantidad de trabajo había realizado quien estaba recibiendo el suministro, sino cuáles eran sus necesidades. Existían compañeros colectivistas que se hallaban enfermos y cargados de familia; nuestros desvelos para con éstos eran constantes. Les proporcionábamos trabajos bien dispuestos para que con el mínimo sacrificio pudieran estar al lado de su familia sin que a ésta le faltase nada y pudiera ir curando su dolencia; es decir, aplicábamos el axioma de que “cada cual debe trabajar según sus fuerzas y consumir según sus necesidades”. Esto, que va implícito dentro de nuestros ideales, ha sido siempre nuestra norma de conducta.
Los padres de los colectivistas, mayores de sesenta años, recibían de la Colectividad igual anticipo que los demás trabajadores y el derecho igual de suministrar en la Cooperativa de Consumo sin que se les exigiera a cambio otra cosa que hacer alguna soga o tomiza de esparto en la espartería que tenía montada la Colectividad, siempre que el anciano se hallase en condiciones físicas para realizar aquel ínfimo trabajo. Si no lo estaba quedaba relevado de realizarlo; es decir que aquello suponía un hecho voluntario sin que les fuera exigido rendimiento. Aquello representaba, más que otra cosa, una distracción del ánimo. Allí tenían en el invierno una buena estufa y en verano su ventilador, lo que les servía de esparcimiento y consuelo. Allí conversaban entre ellos y bromeaban recordando sus buenos tiempos y debatiendo también la obra de la Colectividad que les abría nuevos horizontes y les hacía concebir nuevas ideas de la vida.
¿Cómo habían de imaginar nuestros detractores que la clase trabajadora campesina alumbraría estas portentosas realizaciones que tan hondas huellas marcaron para propios y extraños? A pesar de la heroica contienda que sosteníamos en aquellos momentos realizamos el milagro. Allí quedó colocado aquel hito que en un futuro inmediato obligaría a todos a pensar en él.
Son tantas las cosas, detalles y anécdotas que dejamos de reseñar que, de hacerlo, daríamos más realce a esta gran empresa colectivista, pero hemos de prescindir de ello para no hacer interminable este escrito. Hay otras razones que nos impiden ser más extensos: el no zaherir los intereses y conductas condenables de muchos, aunque entre ellos pueda encontrarse alguno que tenga la desfachatez de llamarse compañero.
Lo que sí podemos decir de la Colectividad es que su organización y funcionamiento fueron prometedores. No pudo llegar a ser perfecta porque el hombre no lo es, pero sí resultó muy aceptable dentro de su pauta seguida, dechado o modo de ser. Dio motivos de satisfacción a los colectivistas y, al fin, cuando ya estaba en su ocaso, consiguió el respeto de sus enemigos. Si llegara una oportunidad que nos permitiera volver a organizar el colectivismo no cabe duda que nuestra actitud sería la de volver y continuar la marcha que, en su día, el destino fatal nos dejó interrumpida.
Lo que más contribuyó a la pujanza de la Colectividad fue el hecho de que el Estado quedara al margen de ella. Si hubiera sido éste el encargado de organizarla, por ese solo hecho hubiera decepcionado a los campesinos y matado su estímulo. En ese caso la Colectividad hubiere tenido una existencia irreal, artificial y enfermiza. Pero por fortuna para el campesinado y el colectivismo no fue así. La intervención del Estado no se produjo; no porque éste hubiera renunciado a hacerlo, sino porque las exigencias de la guerra no se lo permitían. La contienda civil representaba para el Gobierno el más arduo problema de su política interior. Fue una gran suerte para los trabajadores campesinos que escapara al Estado la organización de aquella empresa, porque si es verdad que no pudimos verla coronada por la inconstancia y vaivenes de la vida, no es menos cierto que nos permitió saborear la obra que nosotros habíamos producido, haciendo de ella el gran ensayo para que éste pueda servir de guía a los que nos sucedan.
Es cierto, el Estado cuando interviene en los organismos políticos, económicos o sociales mutila el desarrollo de los pueblos y no aporta ninguna solución válida para fomentar el bienestar y el progreso.
Así, por las circunstancias que hemos dejado expuestas, abandonados a nuestras propias fuerzas acometimos aquella ardua tarea que más parecía obra de titanes que de campesinos inexpertos en la materia. Nos hicimos a la idea de que no podíamos esperar nada de nadie sino que habíamos de ser nosotros los que teníamos que dar cima a tan difícil empresa. Con gran ímpetu multiplicamos nuestro esfuerzo y coraje, vencimos obstáculos y conseguimos una gran parte de nuestros propósitos.
Se puede afirmar, sin que haya lugar a error, que la humanidad sabría y podría sobrevivir a cualquier situación aunque se la dejara abandonada a sí misma y alejada totalmente de toda obra de Gobierno. Éste, en el mejor de los casos, sólo sirve para explotar y desgobernar a la sociedad. Dentro del colectivismo, sistema que habríamos de seguir para valernos por nosotros mismos, podríamos llenar de contenido nuestros ideales haciéndolos marchar por el luminoso y ancho camino que nos habría de conducir hasta la meta donde se dirigen nuestras acciones y deseos: A la igualdad económica, política y social de todos los hombres.
Éste era el espíritu social e igualitario que se agitaba dentro del pecho de los colectivistas, el cual constituía su base y razón de ser. Los miembros del Consejo de la Colectividad así lo demostraron cumplidamente.
Cuando el Gobierno de la República llamó a filas a todos los campesinos comprendidos en los reemplazos de 1924 a 1919, ambos inclusive, habían quedado movilizados cinco de los siete que constituían el Consejo de Administración de la Colectividad. Después el Gobierno dio un Decreto Ley en el que dejaba excluidos de la incorporación a filas a todos los campesinos que estuviesen prestando algún servicio o cargo en la retaguardia. No cabía duda de que los cinco miembros del Consejo quedábamos relevados de tal obligación. A la vista de esto, el compañero Presidente (que tenía más de sesenta años) solicitó de los que estábamos comprendidos en la movilización que era imprescindible cumplir el Decreto al pie de la letra: Éste es el deseo del Gobierno, el deseo vehemente mío y la necesidad insoslayable que de vuestros servicios tiene la Colectividad.
Aquí llegó el momento de conocer la integridad de aquellos cinco consejeros que podían ir a la guerra o no, todo dependía de su decisión. Podían no haber ido a la guerra pero fueron a ella con todas sus consecuencias.
Uno de los cinco compañeros movilizados dijo al Presidente: Me duele sobremanera que nuestra situación de movilizados nos imponga el deber de abandonar la Colectividad, pero así lo exigen las circunstancias. Nuestras acciones deben estar prendidas por nuestra moral y ésta es la que nos marca el camino que debemos seguir. Sabemos que la Colectividad reclama imperiosamente nuestros servicios pero de ninguna manera podemos defraudar a nuestros compañeros colectivistas. La aceptación por nuestra parte de una situación de privilegio respecto a ellos ocasionaría tal acción de despropósito que podría lesionar nuestros ideales de redención.
Con esa determinación y actitud ¿hicimos bien o mal?, lo dejamos a la consideración del lector para que éste juzgue el hecho.
Éstas eran nuestras normas y ejecutoria en el cotidiano quehacer de aquella hora. Buscábamos con ello expandir más y más nuestras ideas y hallar nuevos pensamientos que nos permitieran efectuar el mayor desarrollo del sistema colectivista. Estábamos convencidos de que una cadena de colectividades de proporciones mundiales sería capaz de establecer en el globo terráqueo la igualdad económica y social para todos los hombres.
Al idear el hombre el dinero creyó haber hallado el remedio para solucionar los problemas que la humanidad tenía planteados para su desenvolvimiento económico. ¡Nada de eso!
Es verdad que toda clase de moneda constituye un perfecto sistema para llevar a cabo cualquier transacción económica, ya sea en el orden individual y local como nacional e internacional. Este es un hecho tan probado que no habrá nadie que se atreva a ponerlo en duda; pero tampoco concibo que haya alguien que deje de reconocer que el dinero es el que más daño ha hecho al género humano desde que éste fue estatuido. Es tal el poder acumulativo que la moneda ejerce sobre la plusvalía del trabajo que éste queda en poder de agiotistas sin escrúpulos que especulan y trafican con el beneficio del esfuerzo ajeno humillando vilmente a los verdaderos productores de la riqueza.
La razón y conveniencia de tiempo y lugar que a los hombres más prácticos y mejor preparados ofrecía el dinero para hacerse con el control del mundo eran únicos en sus comienzos. Los más astutos, empleando la avaricia y las malas artes, consiguieron la meta que se habían propuesto. Llegaron a engolfarse tanto en los negocios del dinero que sobre él cifraron y consiguieron el poder más absoluto. Las finanzas llegaron a dominarlo todo, hasta a la propia humanidad que ha quedado prisionera y esclava de ese ominoso y funesto poder. Éste es, a grandes rasgos, el papel ejercido por el dinero contra la sociedad a la que ha esclavizado y humillado.

CAPÍTULO VI

Al marchar a la guerra los cinco miembros del Consejo de Administración de la Colectividad, más el contable de la misma, hubo necesidad de reemplazarlos para continuar la marcha.
Para hallar el sustituto del contable hubo que vencer ciertas dificultades por la falta de personal competente. Por fin, el Presidente consiguió que un señor de setenta años, alejado ya del trabajo por la avanzada edad, aceptase el requerimiento de la Colectividad y se pusiese al servicio de ésta. Dicho Sr. Había llevado muchos años la contabilidad de la empresa más importante de la localidad y no hace falta decir que era un hombre de toda confianza para los capitalistas. A pesar de todo demostró ser un hombre honrado, recto y comprensible. Cuando cogió en sus manos los libros de contabilidad debió examinar todo el proceso económico y administrativo de la Colectividad, quedando maravillado de lo que allí había. Así, en una conversación que sostuvo con el Presidente lo felicitó y le dijo que podía estar muy orgulloso de presidir aquel organismo que tan buena administración había llevado. Le agradezco su elogio en lo que vale – respondió el Presidente – pero esta acción no es solo mía, sino que corresponde y alcanza a todos los miembros del Consejo de Administración. Cada día la añoranza y pérdida de estos compañeros me llenan más de aflicción. Para mí eran todos tan queridos como necesarios para el desenvolvimiento y desarrollo de la Colectividad; sus virtudes y ejemplaridad constituían un dechado de trabajo y honradez muy difícil de superar, pero, a pesar de todo y de hallarme casi solo, continuaré en la brecha trabajando en pro de la Colectividad todo lo que mis fuerzas me permitan.
Así, con esta norma y pensamiento la Colectividad seguía desarrollando su obra y persiguiendo la superación permanente, pero un día los enemigos de la clase obrera: ejército, clero y capitalismo, ayudados por los ejércitos regulares de Italia y Alemania y un número considerable de moros venidos del Protectorado Español en Marruecos, nos ganaron la guerra. Así acabó la República Española y la Colectividad toco a su fin.
¿Sirvió de algo el sacrificio heroico realizado por la clase trabajadora? Hay quien piensa que no, pero nosotros opinamos que sí. ¿Hay algo en la vida de los pueblos que pueda ennoblecer más a los protagonistas de cualquier hazaña que el tener que ser reconocido su heroísmo por sus más pertinaces enemigos?
Cuando triunfadoras las fuerzas enemigas se presentaron en las oficinas de la Colectividad pidiendo los libros para revisar sus cuentas, el anciano contable, del que no podían desconfiar, les dijo: si quieren ustedes ahorrarse el trabajo de revisar las cuentas les doy mi palabra de honor de que en ellas sólo hallarán honradez. ¡Qué lección acababan de recibir aquellos mequetrefes! ¿Cómo sonarían aquellas palabras en sus oídos? Sólo hallarían honradez, les dijo. ¡Qué timbre de gloria representaba aquello para nuestros labriegos y, sobre todo, para los campesinos que habían llevado la administración de la Colectividad.
Aquello no fue todo. Cuando desapareció el peligro para “nuestros” capitalistas salieron de las guaridas que les habían servido de escondrijo durante la contienda y también se presentaron en la Colectividad para fiscalizar nuestra labor y pedir lo “suyo”. En fin, buscaban lo que no hallaron, pero encontraron lo que no buscaban. ¿Cómo podían ellos pensar que la riqueza de aquellos capitales se había multiplicado? ¿Cómo fue posible aquel hecho insólito?. ¡En plena guerra civil y sin haber estado los capitalistas al frente de sus negocios los capitales se habían incrementado sensiblemente!. Gigantesca empresa sin precedentes en la Historia. A la vista de aquello, algunos de ellos (sobre todo los que más dificultades habían venido teniendo para desenvolver su economía) propusieron a los demás propietarios que de entre los dueños de fincas se nombrase un Consejo de Administración y la Colectividad siguiera desenvolviéndose como una sociedad capitalista donde los propietarios hubieran percibido los beneficios con arreglo al capital que cada uno hubiere aportado a la empresa. ¿Estaba soñando? ¿Quién habría sido capaz de poner de acuerdo a la avaricia? Además la miel no fue elaborada por la paciente abeja para la boca del asno. ¡Qué ejemplo dimos a esos explotadores que sólo viven a expensas de la clase trabajadora! Nuestra maravillosa obra había deslumbrado a esos pícaros. Donde ellos esperaban desorden, estafa e intriga hallaron honradez, hombría de bien, generosidad y orden.
Ha quedado demostrado que la clase trabajadora no necesita para nada a los capitalistas, se sobra y se basta para organizar y desarrollar la vida en las mejores condiciones. Suprimirlos como clase es nuestro primordial objetivo ya que tanto obstaculiza la emancipación de la clase obrera. Como hombres pueden vivir en el seno de nuestras organizaciones y ocupar el puesto de trabajo que a cada uno corresponda.
Tenemos la inexcusable obligación de suprimir la explotación del hombre por el hombre y no abandonaremos esta idea hasta haberlo conseguido plenamente.
FIN

NOTAS 
1.- Se trataba de Hermenegildo González-Calero Ramos 
2.- Se refiere a Juan Gómez-Pastrana Callejas

2 comentarios:

  1. Este señor es mi bisabuelo y gracias a ti he podido conocer un poco más de él ya que falleció 7 meses antes de mi nacimiento. El año pasado falleció su último hijo, mi tío abuelo.

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  2. Me alegra mucho haber podido serte de ayuda. Saludos.

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