El
documento que a continuación se transcribe es una pequeña memoria sobre la Colectividad de
Campesinos e Industrias Complementarias de UGT/CNT creada en Manzanares el año
1936, pocas semanas después de iniciarse la guerra civil, ante la imperiosa
necesidad de organizar la producción agropecuaria del término en el marco que
había generado el proceso revolucionario que siguió al golpe de Estado contra
el gobierno legítimo de la II República.
Se
trata de un manuscrito con 31 páginas, correctamente encuadernadas pero sin
fechar ni firmar. Fue escrito por Francisco Pedrazo Camarena, un activo
militante de UGT con sólidas convicciones socialistas. No obstante, su
redacción denota también claras simpatías con
determinados conceptos del ideario anarcosindicalista.
Francisco
Pedrazo nació en Manzanares el 4 de febrero de 1902 en una familia pobre. La
necesidad de subsistir le separó muy pronto de la escuela. Trabajó siempre
campos ajenos hasta que arrendó unas tierras cerca del río Azuer y se hizo
hortelano. Al estallar la guerra se incorporó a la Colectividad de Campesinos
donde ocupó el cargo de Consejero de Industria hasta que fue movilizado. Cuando
terminada la contienda regresó al pueblo fue detenido, juzgado y condenado a
muerte. Parece que alguna persona afecta al nuevo régimen intercedió por él e
hizo que le conmutaran la pena capital por otra de reclusión.
Tras
pasar cinco años de cárcel en Carabanchel pudo beneficiarse de una serie de
indultos y consiguió la libertad en 1944. Sin embargo las autoridades franquistas
de Manzanares no permitieron su regreso y le impusieron pena accesoria de
destierro. En principio fijó su residencia en Lora del Río, donde trabajó como
gañan en los latifundios del marqués de Taboada, y luego se trasladó a San José
de la Rinconada
donde falleció el 8 de mayo de 1985.
Se
trata, pues, de un testimonio de primer orden sobre la marcha de la Colectividad de
Campesinos e Industrias Complementarias de Manzanares ya que, por las
responsabilidades que asumió Pedrazo, conocía perfectamente su estructura y
funcionamiento.
A
pesar de estar redactado por un campesino, su casi ausencia de faltas de
ortografía (no más de dos que me he tomado la libertad de corregir) y su
estructura morfosintáctica, muestran una clara inteligencia natural y cierta
formación tardía, conseguida durante sus años de cárcel de otros compañeros de
presidio.
Con
motivo de mis investigaciones para la escritura del libro “República y Guerra
Civil. Manzanares 1931-1939” ,
en agosto de 1986 viajé a San José de la Rinconada donde residían sus familiares, quienes,
amablemente, me facilitaron una fotocopia de estas memorias, hoy un tanto ajadas
por el paso del tiempo. Así pues, para impedir su pérdida, he decidido colgarlo
en mi blog para que pueda ser consultado por cualquier estudioso del tema
social o de la Historia
de Manzanares.
Francisco Pedrazo |
UN ENSAYO DE COLECTIVISMO
CAPÍTULO I
Sin
ninguna noción de lo que era ni significaba el Colectivismo, hubimos de
acometer su puesta en marcha como una imperiosa necesidad de aquel dramático
momento.
Como
consecuencia del alzamiento nacional, que de antemano tenían proyectado y
pactado entre la burguesía capitalista, el militarismo y el clero contra las
clases productoras españolas, hubimos de hacernos cargo los trabajadores, desde
el primer momento, de aquella caótica situación. La burguesía terrateniente,
que conocía la fecha en que había de tener lugar aquel acontecimiento, procuro
alejarse y se alejó de sus pueblos de origen. Algunos de ellos se marcharon a
las capitales de provincias, otros, los más, se trasladaron a la capital de
España. Con este proceder se ponían más abiertamente al servicio de la sedición
y creaban más obstáculos al normal desenvolvimiento de las autoridades
republicanas. Era una conducta premeditada para servir su causa.
Al
ser informado el Gobierno de la
República de estos hechos y analizar los fines que perseguían
tomó su decisión. Para ello promulgó un decreto ley poniendo en manos de la
clase trabajadora campesina todas las fincas rústicas y complementarias que no
hubiere en ellas incluidos plantillas de obreros industriales, para que el
campesinado procediera a su explotación; ya fuere en régimen individual o
colectivo. Esto sobre todas las fincas que hubieren sido abandonadas por sus
dueños a raíz del dieciocho de julio de 1936.
Así
las circunstancias determinantes de aquel histórico momento empujaron al
campesino español en general, y al manzanareño en particular, a comenzar la
puesta en marcha de la difícil tarea de organizar y llevar a la práctica el
Colectivismo.
La
tarea era difícil, intrincada y dificultosa, pero no había opción había que
decidirse por el régimen colectivo. En una asamblea magna, celebrada en el Gran
Teatro de Manzanares, se nombró el Consejo de Administración de la Colectividad y se
trazaron las líneas maestras por las que se había de regir.
La
responsabilidad moral que cargaron sobre sus hombros el puñado de hombres que
habían sido nombrados para regir el colectivismo era de proporciones inauditas,
pero su temple para trabajar por esa causa era inagotable.
La
recién creada Colectividad se había constituido con cuatro mil trabajadores. En
su haber contaba con las fincas rústicas, urbanas y semovientes ingresados al
patrimonio de la
Colectividad , pero sin disponer de una sola peseta. Se
imponía una acción presurosa para mitigar el problema económico en que se
hallaban los colectivistas, pero sin acertar a ver el camino que se había de
seguir para la consecución de aquel deseo. Por fin se comenzó a vislumbrar un
camino, que si no era totalmente del agrado del Consejo, no había otro por el
momento. Así, venciendo escrúpulos, el Consejo se decidió por hacer una visita
al comercio local y comprometerlos a que reconocieran un papel moneda que la Colectividad había de
imprimir, por medio del cual los colectivistas harían los suministros
pertinentes. Aquella propuesta no fue del agrado de los señores comerciantes,
pero negarse a ella en aquellos momentos suponía algo tan grave que no era
aconsejable realizar. Había que condescender y ponerse a tono con la situación.
Se
aceptó nuestra proposición como un hecho irreversible; lo aceptamos, pero nunca
agradecimos, sabíamos de sobra que aquello se había hecho de una manera
forzada. De aquel modo tan poco honorable nos vimos obligados a acatar aquello
que se nos había concedido por imperio
de las circunstancias. No nos estaba permitido obrar de otra manera. Estaba en
juego el ser o no ser de la
Colectividad. Quizás males mayores.
Al
quedar circunstancialmente resuelto el problema económico de la Colectividad , ésta
empezó a organizar los trabajos de recolección de cereales y leguminosas que ya
estaban empezados y habían quedado interrumpidos el día dieciocho de julio de
mil novecientos treinta y seis. El problema, por sus dimensiones, era complejo
y harto difícil de resolver. Carecíamos de inventario y desconocíamos la
situación de cada predio, así como si estaba o no sembrado, y de estarlo la
clase de cereal o leguminosa que contenía. Todo se fue venciendo con los datos
que íbamos recogiendo a través de los propios campesinos, pero de todas formas
la tarea era inmensa y las dificultades se multiplicaban. Estábamos viviendo
una intensa guerra civil, nunca propicia a la reflexión y cordura necesaria
para la realización de una obra trascendental como lo era la Colectividad.
Aunque
aquello era superior a las fuerzas de los hombres que habían cargado con
aquella enorme responsabilidad se hizo cuanto se pudo por llevar a cabo la
ingente tarea.
A
pesar de todo y venciendo las dificultades que cada momento ofrecía, la Colectividad logró
terminar la recolección de cereales y leguminosas de una manera bastante
aceptable.
CAPÍTULO II
Cuando
parecía que se iba normalizando el desenvolvimiento de la Colectividad , nuevas
dificultades volvieron a aparecer. Nos hallábamos en el mes de septiembre de
mil novecientos treinta y seis y la recolección de la vendimia había que
prepararla.
El
Consejo de Administración había celebrado varias reuniones en las que había
tratado del caso ampliamente. En ellas el Consejo había manifestado su deseo de
hacer vino toda la cosecha de uvas que había en la comunidad. En este punto
todos estaban de acuerdo, pero había una dificultad; que la Colectividad no
disponía de técnicos para realizar esa labor.
Los
bodegueros y destiladores de la localidad, que constituían una sección de
trabajadores dentro de la Casa
del Pueblo, habían controlado las industrias donde trabajaban, con cuyo control
y las circunstancias que concurrían habían conseguido incrementar los negocios
de tal manera que los obreros bodegueros y destiladores pudieron elevar sus
sueldos en un setenta y cinco por ciento. Esta situación de privilegio les
alejó más aún de los trabajadores campesinos, que siempre fueron considerados
por los obreros industriales como seres de menos cualidad.
Aparte
de todo esto el Consejo de Administración de la Colectividad nombró
una comisión de su seno para pedir ayuda a la directiva de obreros bodegueros
para que ésta facilitara técnicos y poder realizar la campaña vinícola. La
directiva de los bodegueros manifestó que les era imposible corresponder a
nuestros deseos por que, dada la diferencia existente entre el anticipo de un
colectivista con el salario de un obrero industrial, quedarían lesionados los
intereses de los obreros bodegueros. A eso replicó la comisión de la Colectividad que el
hecho que habían citado no suponía ningún inconveniente, toda vez que la Colectividad estaba
dispuesta a pagar a los técnicos que se le cedieran para la campaña los mismos
sueldos que vinieran percibiendo en sus industrias respectivas, y si era
necesario un sobreprecio.
Como
viera la directiva de bodegueros que sus argumentos no eran válidos, ésta tuvo
que modificar su táctica manifestando seguidamente que la Colectividad podía
abandonar la idea de obtener ayuda de la sección de Bodegueros porque ésta
entendía que a los campesinos sólo les está reservado trabajar la tierra y
procurar que ésta produzca ubérrimas cosechas. Aquí estamos los industriales
que adquiriremos esas cosechas y las transformaremos en productos
industrializados para servir las demandas del mercado, tanto interior como
exterior.
¡Qué
poca imaginación demostraron los representantes sindicales de los obreros
bodegueros! Se adivinaba en su postura el deseo de sacar utilidad de una manera
artera del esquilmado obrero campesino. ¡Cuánto habría que decir de esta
conducta y manera de portarse! ¡Qué concepto más despreciable tenían de la
redención humana ¡ No quiero citar nombres ni conductas que, aparte de
demostrar la inutilidad de aquellos hombres que se llamaban socialistas,
servirían para denigrar nuestros ideales y reputación.
Aunque
estos hechos habían producido en nosotros confusión y desorden, nos conservaron
incólume la honestidad y recato suficiente para respetar a los que, ofendiendo
a nosotros y a las ideas, quedaban al descubierto y nos obligaron a tomar y
realizar acciones heroicas.
Cuando
tuvo conocimiento el Consejo de Administración de la Colectividad de la
postura que habían adoptado la directiva de la Sección de Bodegueros,
extremó más su coraje y decisión de hacer realidad el vehemente deseo que
sentía de hacer vino toda la cosecha de uvas de que disponía. Venciendo cuantos
obstáculos e inconvenientes se oponían a ello la Colectividad elaboró
8.000.000 de litros de vino de excelente calidad, hecho que culminó y satisfizo
una de las aspiraciones que sentía la comunidad. También se logró conseguir
(debido a nuestra pertinaz insistencia en solicitarlos) que el Instituto
Provincial de Reforma Agraria nos concediera préstamos a largo plazo. Ésto lo
hacía para que el dinero se emplease únicamente para el pago de jornales. Se
consiguieron estos créditos después de que el Instituto mandó una comisión
investigadora que revisó el estado de cuentas de la Colectividad , así
como el trabajo que se había realizado en las fincas.
A
medida que iba creciendo el desenvolvimiento económico de la Colectividad crecía
la confianza en los colectivistas y, sobre todo, en sus hombres más
representativos ya que sobre sus hombros pesaba la responsabilidad de aquella
obra. Sentían la satisfacción inmensa de haber dado vida a aquella sociedad que
con el nombre de Colectividad de Campesinos e Industrias Complementarias daba
carácter y forma a la nueva sociedad que se estaba desarrollando.
De
tal manera se configuró la
Colectividad que tenía capacidad bastante para que dentro de
su seno pudieran hallar solución todos los problemas que el hombre tiene
planteados, ya sean éstos de de tipo económico, político o social. Era tan
amplia su base que en ella tenían cabida todos los trabajadores de los más
distintos oficios, igualmente los que se dedicasen a las ciencias y profesiones
liberales, es decir todas las actividades humanas en el más amplio sentido de
la palabra.
Conforme
se iban produciendo estos hechos, el interés por la Colectividad surgía
por propios y extraños, más aún de los que la observaban desde fuera, es decir
de los que no eran colectivistas; les hacía sentir el deseo de ingresar en su
seno. Así cierto número de albañiles, herreros, zapateros, mecánicos,
carpinteros y bodegueros hicieron su solicitud de ingreso y consiguieron
hacerse colectivistas.
Estos
nuevos ingresos nos llenaban de júbilo, alegría y gozo, no solo porque eran más
los que se sumaban a nuestra obra, cosa que siempre conforta, sino porque
venían a demostrarnos que habíamos acertado en nuestra empresa.
Hasta
se dio el caso de que un comerciante del gremio de alimentación solicitó
ingresar en la
Colectividad. (1) Una vez que fue aprobado y convertido en
colectivista, hizo entrega a ésta de todos los géneros que poseía en su
comercio. Por la cantidad y calidad de los productos entregados supuso un buen
ingreso para la Colectividad.
Después manifestó “desde
este momento mis servicios y trabajos están a la espera de las órdenes de la Colectividad ;
ejecutaré cuantos se me ordenen si éstos están en consonancia con mis
facultades físicas. Quiero hacer constar que si algún día entra en el cálculo
de la Colectividad
construir dentro de su seno una Cooperativa de Consumo para suministrar a su
población trabajadora, me hallará en la mejor disposición para cooperar en
ella, ayudando con mis servicios y conocimientos en la materia para poder
llevar a cabo una obra cooperativa de provecho para los colectivistas. Con ello
no pretendo obtener ninguna situación de privilegio, sólo me guía el propósito
de ser útil a la
Colectividad.”
El
Consejo de Administración que había oído con atención las palabras que sobre la
cooperativa había dicho el comerciante y nuevo colectivista, examinó con toda
atención el problema, sacando la conclusión de que aquello supondría algo
importante para el desenvolvimiento de la Colectividad.
Con
la rapidez que fue posible se organizó la Cooperativa y se logró
su puesta en marcha; fue tan trascendente y tan bien acogida por todos que se
puede decir que aquello supuso un acontecimiento; algo que la Colectividad
necesitaba y que constituía uno de sus más grandes aciertos. Sin la cooperativa
los campesinos se habrían visto imposibilitados para marchar a la quintería por
falta de víveres.
CAPÍTULO III
La
guerra, día a día, iba transformando las cosas de tal manera que el dinero, que
había venido siendo desde tiempo inmemorial el que había dominado y controlado
todas las transacciones de comercialización, adquisición y ahorro, había
perdido todo su poder adquisitivo. Como consecuencia de la desconfianza que
reinaba entre las dos partes que actuaban en la contienda. Como consecuencia
hubo de idearse y ponerse en práctica un sistema nuevo para reemplazar al
dinero: el intercambio de mercaderías y cosas. Toda innovación crea problemas y
dificultades hasta tanto logramos compenetrarnos con la cosa nueva. No podía
ocurrirle menos al sistema de intercambio que, por pura casualidad, hubo de
instaurarse durante la guerra civil española.
Sin
embargo, la Comisión
de Abastos del Ayuntamiento, órgano oficial local para realizar los suministros
de la población, se trasladaba a Valencia y la mayoría de las veces tenía que
regresar con las manos vacías.
Habiendo
perdido el dinero la confianza que tenía para realizar transacciones
comerciales se hacía imprescindible disponer de géneros para que sirvieran de
compensación a otros para poder llegar a concertar los distintos contratos o
convenios a que podía haber lugar en la nueva modalidad del comercio. En este
punto la Colectividad
se hallaba muy bien situada. Aquello representaba una situación de privilegio
que no decía bien con nuestros ideales, de sobra lo sabía el Consejo de la Colectividad , pero
las intrigas, persecuciones y malquerencias que se hacían contra ésta y sus
hombres más representativos, tanto de los obreros industriales como del
Ayuntamiento, nos obligaron y empujaron a situarnos en este terreno. Había que
defender a cualquier precio las ventajas que estaba conquistando el
proletariado en general y el campesinado en particular.
El
Consejo hubiere preferido que el problema social estuviese más a tono con la
realidad, siento todos para uno y uno para todos, pero el problema no estaba
determinado en esos términos. La sociedad estaba dividida en fracciones y cada
una de ellas se creía en posesión de la
verdad.
Con
esta situación, y siendo la gran mayoría la que seguíamos el sistema
colectivista, no nos quedaba otra alternativa que la de seguir adelante con
nuestra empresa. Según nuestro entender ésta constituía la base del progreso y
del bienestar social. Así, venciendo dificultades y perfeccionando en cuanto
nos era posible nuestra obra seguimos adelante por el camino que nos habíamos
trazado.
Los
colectivistas cada día prestaban más atención al desarrollo y pujanza con que
avanzaba la Colectividad ,
hecho que les llenaba de gozo y satisfacción. Los que desde fuera nos
contemplaban, es decir los que no eran colectivistas, cada vez se sentían más
influenciados por aquella gran obra, de tal manera que se produjeron hechos
fortuitos que de ninguna manera contábamos con ellos. Así, los médicos de la
localidad puestos de acuerdo creyeron conveniente pedir el ingreso en la
organización y hacerse colectivistas. ¿Lo consiguieron? Verdaderamente.
¿Qué
móviles impulsaron a los médicos a hacerse colectivistas? ¿Acaso su decisión
obedecía al deseo de impulsar el progreso social haciendo causa común con el
proletariado? Pecaríamos de ingenuos si tal creyéramos. Hemos de razonar este
hecho y hacer de él todas las consideraciones necesarias para que nos conduzcan
al descubrimiento de la verdad. Por razones que ya quedan apuntadas en este
escrito la Colectividad
se hallaba en las mejores condiciones para suministrar alimentos a sus
asociados por medio de la
Cooperativa de Consumo, cosa que despertaba deseo en todos
los que no tenían acceso a ese suministro. Los médicos no podían ser ni eran
una excepción. Se suministraban artículos que en aquellas circunstancias sólo
estaban al alcance dentro de la cooperativa y los que estaban fuera de su
órbita procuraban por todos los medios arribar a ella. Por otra parte hay que
tener en cuenta que cuando los intereses de dos o más hombres coinciden, se
ponen de acuerdo los ideales más diferentes o dispares; los intereses son los
que dominan al hombre sobre todas las cosas.
Creo
que son suficientes estas conclusiones para que podamos quedar convencidos de
que los médicos llegaron a la
Colectividad con el único deseo de poder suministrar en su
cooperativa.
¿Conocía
el Consejo de Administración el móvil que había impulsado a los médicos a tomar
tal decisión? Lo suponía. Pero como el propósito que animaba al Consejo no era
otro que el de ir abriendo cauce y ampliando la base de nuestra organización
quiso en todo momento que la
Colectividad protegiera a todos. La Colectividad era muy
ambiciosa en sus fines, establecía para todos derechos y deberes iguales; cada
uno debía trabajar según sus fuerzas y consumir según sus necesidades.
Al
aprobarle el ingreso a los médicos se les hizo saber que éste quedaba
condicionado a las normas de igualdad de derechos y deberes reconocidos por los
estatutos. Que dentro de la
Colectividad no existían clases ni jerarquías, y mucho menos
privilegio económico o social. El estado de condominio que la Colectividad ejerce
sobre los bienes que posee está ligado al individuo, de tal manera que no se
reconoce a nadie supremacía sobre los demás. El derecho a elegir los cargos
administrativos, o ser elegido para los mismos, es potestativo de todos los individuos
que pertenecen a la comunidad, así como el derecho a disfrutar en común todos
los bienes que ésta tenga.
Después
de que los galenos hubieron conocido todos estos pormenores dieron su
conformidad a las normas habidas en la organización, quedando de hecho y de
derecho incorporados a la misma, donde empezaron a prestar sus servicios de
medicina y cirugía y a percibir los beneficios de la organización.
La
directiva era la encargada de orientar y dirigir todo el proceso de la Colectividad , así
como administrar sus bienes. Los cargos de la directiva se distribuían de la
forma siguiente: Un Presidente, un Consejero de Industria que a la vez era
Vicepresidente, un Consejero de Abastos, un Cajero o Consejero de Finanzas, dos
Consejeros de Agricultura y un Secretario General.
CAPÍTULO IV
FUNCIONES DE LA DIRECTIVA
La
del Presidente, como su nombre indica, presidir todas las reuniones que tengan
lugar y estén relacionadas con la Colectividad , ya fueran éstas Asambleas Generales
ordinarias o extraordinarias, del Consejo de Administración o de Delegados de
Grupo. También será de su cometido o competencia, cuando se esté celebrando una
reunión o en el desarrollo de las mismas, encauzar y dirigir las discusiones.
Una vez que considere que han sido suficientemente discutida la proposición o
proposiciones las someterá a votación si a ello hubiera lugar.
Las
Asambleas Generales ordinarias se celebrarán cada tres meses. A ellas se
llevarán el estado de cuentas del trimestre vencido. Después que la Asamblea haya escuchado
su lectura, la general, de su seno, procederá a nombrar una comisión que se
encargará de revisar el estado de cuentas para cuyo cometido la comisión podrá
rodearse de los elementos técnicos necesarios para el desarrollo de su labor.
Si la comisión las hallaba conformes y no ponía ningún reparo a las mismas, en
la próxima reunión quedaban automáticamente aprobadas. Si por el contrario se
hacía alguna objeción a las cuentas, el contable y el cajero eran los
encargados de dar cuantas aclaraciones fueran necesarias para aclarar cualquier
duda o hacer la rectificación pertinente en cualquier posible error.
Además
del estado de cuentas a las Asambleas Generales se llevaba también el proceso y
desenvolvimiento de todos los problemas de la Colectividad , donde
se explicaba a los colectivistas el cómo y el porqué de cada cosa.
Las
asambleas extraordinarias solo tenían lugar cuando se presentaba algún asunto
importante que tratar y no podía demorarse hasta la celebración de la asamblea
ordinaria, o cuando era solicitada por cincuenta colectivistas. En este caso la
solicitud tenía que traer las firmas de los peticionarios y hacer constar el
asunto a tratar que constituiría el orden del día.
La
fecha de la celebración de la
Asamblea sería fijada por el Consejo de Administración, pero
siempre se realizaría dentro del plazo de siete días contados desde la fecha de
recepción de la solicitud.
Las
reuniones del Consejo de Administración tenían lugar cada veinticuatro horas,
generalmente por la noche. Las de Delegados de Grupo cuando surgía algún asunto
que así lo aconsejara, ya que éstos dependían directamente de los Consejeros de
Agricultura, que eran los que les daban reglas para desempeñar su cometido.
El
Consejero de Industria, que a la vez era Vicepresidente de la Colectividad , tenía
la misión de reemplazar al Presidente en caso de enfermedad o ausencia. Tenía,
asimismo, que tener al día todo el movimiento industrial de la comunidad,
haciendo transacciones y ventas de todos los géneros que la organización tenía
destinados a la venta. Este cometido lo realizaba sin previas consultas, aunque
sí estaba obligado a dar cuenta de su gestión al Consejo en el plazo de
veinticuatro horas. Otra de sus obligaciones más primordiales era la de
organizar las campañas vinícolas. Uno de sus quehaceres cotidianos era el de
llevar por sí los libros de Hacienda de las distintas destilerías de alcoholes
que la Colectividad
llevaba en explotación.
Era
la misión del Consejero de Abastos, como su nombre indica, proveer a la Cooperativa de Consumo
de todos los artículos alimenticios necesarios para poder suministrar
normalmente a todos los colectivistas y sus familias, realizando para ello
todas las transacciones e intercambios a que cada situación diera lugar.
Generalmente estas actividades se operaban en poblaciones distantes a nuestro
radio de acción, lo que complicaba el problema ya que el Consejero tenía que
desplazarse a grandes distancias con las consiguientes dificultades de todo
orden en aquella difícil situación. Ello hubiera representado un gran problema
de no haber existido dentro de él la fantasía de nuestro ideal, pero cuando
nuestros actos están encaminados a servir nuestras ideas todo resulta excelente
y perfecto, y cualquier sacrificio, por muy duro que éste sea, nos parece la
cosa más normal. Así es como obró y colaboró aquel portentoso Consejero (2)
El
Consejero de Finanzas, o Cajero, tenía a su cargo recibir todo el dinero que,
procedente de las ventas realizadas u otros ingresos comunitarios, había de
ingresar en caja. En ella procuraba retener el dinero necesario para el
desenvolvimiento normal de la misma y cuando la cantidad en caja rebasaba esos
límites ingresaba en el Banco el sobrante. Semanalmente tenía que abonar los
anticipos a los colectivistas, así como pagar cada día las facturas, recibos y
letras que fueran deudas de la
Colectividad. Hacía arqueo en caja todos
los días y era el responsable directo de todo el dinero confiado a ella.
Los
dos Consejeros de Agricultura tenían a su cargo todo el movimiento agropecuario
de la Colectividad ,
el suministro de piensos para el ganado de trabajo, los aperos de labranza
suficientes para llevar la explotación agrícola y todos los accesorios
indispensables.
En
la recolección de cereales y leguminosas acondicionaban los locales donde se
había de guardar los granos que servirían de semilla cuando llegara la
sementera. En otros locales similares, aunque prescindiendo en ellos de ciertos
detalles, los piensos y pajas que habían de servir de alimento al ganado de
trabajo para todo el año. Hacían previsiones de fertilizantes y abonos para
alimentar los terrenos que habían de ser sembrados y tenían al día todo lo
relacionado con la explotación agrícola.
Con
los Delegados de Grupo el contacto de estos Consejeros era casi permanente ya
que tenían que transmitir a éstos las normas generales de cultivo para que la
realización de los trabajos resultara más uniforme. Asimismo entregaban a los
Delegados de Grupo los utensilios necesarios para su normal desenvolvimiento.
Cuando
se aproximaba la campaña vitivinícola los Consejeros de Agricultura, juntos con
el de Industria y los Delegados de Trabajo, organizaban y distribuían los
carros que habían de transportar las uvas para que cada una de las bodegas
tuviera los adecuados a su capacidad de modo que todo resultara lo más perfecto
posible y guardara correspondencia entre sus partes.
El
Secretario era el encargado de los documentos oficiales de la Colectividad , los que
tenía la obligación de sellar y firmar con el visto bueno del Presidente. En
todas las asambleas, juntas o reuniones que celebrase la Colectividad tenía
que asistir a la mesa en unión del Presidente y demás miembros del Consejo para
tomar nota de lo que se iba tratando y de los acuerdos que se tomaban en firme
para después levantar acta que era leída en la próxima reunión y sometida a
votación por el Presidente.
Los
Delegados tenían cada uno un grupo de trabajadores a su cargo. Estos Delegados
regían, controlaban y distribuían el trabajo entre los integrantes del grupo.
Tenía la obligación de suministrarles los utensilios y herramientas pertinentes
para desarrollar las faenas agrícolas que les estaban encomendadas.
Los
dos Consejeros de Agricultura eran los que más relacionados estaban con los
Delegados de Grupo por ser tales Consejeros los que dirigían la política
agraria de la
Colectividad y aseguraban su normal funcionamiento.
CAPÍTULO V
A
la hora de repartir los artículos alimenticios se seguía el sistema de recibir
más quien mayores necesidades tuviera. Nunca se tuvo en cuenta a la hora del
reparto qué clase y qué cantidad de trabajo había realizado quien estaba
recibiendo el suministro, sino cuáles eran sus necesidades. Existían compañeros
colectivistas que se hallaban enfermos y cargados de familia; nuestros desvelos
para con éstos eran constantes. Les proporcionábamos trabajos bien dispuestos
para que con el mínimo sacrificio pudieran estar al lado de su familia sin que
a ésta le faltase nada y pudiera ir curando su dolencia; es decir, aplicábamos
el axioma de que “cada cual debe trabajar según sus fuerzas y consumir según
sus necesidades”. Esto, que va implícito dentro de nuestros ideales, ha sido
siempre nuestra norma de conducta.
Los
padres de los colectivistas, mayores de sesenta años, recibían de la Colectividad igual
anticipo que los demás trabajadores y el derecho igual de suministrar en la Cooperativa de Consumo
sin que se les exigiera a cambio otra cosa que hacer alguna soga o tomiza de
esparto en la espartería que tenía montada la Colectividad , siempre
que el anciano se hallase en condiciones físicas para realizar aquel ínfimo
trabajo. Si no lo estaba quedaba relevado de realizarlo; es decir que aquello
suponía un hecho voluntario sin que les fuera exigido rendimiento. Aquello
representaba, más que otra cosa, una distracción del ánimo. Allí tenían en el
invierno una buena estufa y en verano su ventilador, lo que les servía de esparcimiento
y consuelo. Allí conversaban entre ellos y bromeaban recordando sus buenos
tiempos y debatiendo también la obra de la Colectividad que les
abría nuevos horizontes y les hacía concebir nuevas ideas de la vida.
¿Cómo
habían de imaginar nuestros detractores que la clase trabajadora campesina
alumbraría estas portentosas realizaciones que tan hondas huellas marcaron para
propios y extraños? A pesar de la heroica contienda que sosteníamos en aquellos
momentos realizamos el milagro. Allí quedó colocado aquel hito que en un futuro
inmediato obligaría a todos a pensar en él.
Son
tantas las cosas, detalles y anécdotas que dejamos de reseñar que, de hacerlo,
daríamos más realce a esta gran empresa colectivista, pero hemos de prescindir
de ello para no hacer interminable este escrito. Hay otras razones que nos
impiden ser más extensos: el no zaherir los intereses y conductas condenables
de muchos, aunque entre ellos pueda encontrarse alguno que tenga la desfachatez
de llamarse compañero.
Lo
que sí podemos decir de la
Colectividad es que su organización y funcionamiento fueron
prometedores. No pudo llegar a ser perfecta porque el hombre no lo es, pero sí
resultó muy aceptable dentro de su pauta seguida, dechado o modo de ser. Dio
motivos de satisfacción a los colectivistas y, al fin, cuando ya estaba en su
ocaso, consiguió el respeto de sus enemigos. Si llegara una oportunidad que nos
permitiera volver a organizar el colectivismo no cabe duda que nuestra actitud
sería la de volver y continuar la marcha que, en su día, el destino fatal nos
dejó interrumpida.
Lo
que más contribuyó a la pujanza de la Colectividad fue el hecho de que el Estado
quedara al margen de ella. Si hubiera sido éste el encargado de organizarla,
por ese solo hecho hubiera decepcionado a los campesinos y matado su estímulo.
En ese caso la
Colectividad hubiere tenido una existencia irreal, artificial
y enfermiza. Pero por fortuna para el campesinado y el colectivismo no fue así.
La intervención del Estado no se produjo; no porque éste hubiera renunciado a
hacerlo, sino porque las exigencias de la guerra no se lo permitían. La
contienda civil representaba para el Gobierno el más arduo problema de su
política interior. Fue una gran suerte para los trabajadores campesinos que
escapara al Estado la organización de aquella empresa, porque si es verdad que
no pudimos verla coronada por la inconstancia y vaivenes de la vida, no es
menos cierto que nos permitió saborear la obra que nosotros habíamos producido,
haciendo de ella el gran ensayo para que éste pueda servir de guía a los que
nos sucedan.
Es
cierto, el Estado cuando interviene en los organismos políticos, económicos o
sociales mutila el desarrollo de los pueblos y no aporta ninguna solución
válida para fomentar el bienestar y el progreso.
Así,
por las circunstancias que hemos dejado expuestas, abandonados a nuestras
propias fuerzas acometimos aquella ardua tarea que más parecía obra de titanes
que de campesinos inexpertos en la materia. Nos hicimos a la idea de que no
podíamos esperar nada de nadie sino que habíamos de ser nosotros los que
teníamos que dar cima a tan difícil empresa. Con gran ímpetu multiplicamos
nuestro esfuerzo y coraje, vencimos obstáculos y conseguimos una gran parte de
nuestros propósitos.
Se
puede afirmar, sin que haya lugar a error, que la humanidad sabría y podría
sobrevivir a cualquier situación aunque se la dejara abandonada a sí misma y
alejada totalmente de toda obra de Gobierno. Éste, en el mejor de los casos,
sólo sirve para explotar y desgobernar a la sociedad. Dentro del colectivismo,
sistema que habríamos de seguir para valernos por nosotros mismos, podríamos
llenar de contenido nuestros ideales haciéndolos marchar por el luminoso y
ancho camino que nos habría de conducir hasta la meta donde se dirigen nuestras
acciones y deseos: A la igualdad
económica, política y social de todos los hombres.
Éste
era el espíritu social e igualitario que se agitaba dentro del pecho de los
colectivistas, el cual constituía su base y razón de ser. Los miembros del
Consejo de la Colectividad
así lo demostraron cumplidamente.
Cuando
el Gobierno de la República
llamó a filas a todos los campesinos comprendidos en los reemplazos de 1924 a 1919, ambos
inclusive, habían quedado movilizados cinco de los siete que constituían el
Consejo de Administración de la Colectividad.
Después el Gobierno dio un Decreto Ley en el que dejaba
excluidos de la incorporación a filas a todos los campesinos que estuviesen
prestando algún servicio o cargo en la retaguardia. No cabía duda de que los
cinco miembros del Consejo quedábamos relevados de tal obligación. A la vista
de esto, el compañero Presidente (que tenía más de sesenta años) solicitó de
los que estábamos comprendidos en la movilización que era imprescindible
cumplir el Decreto al pie de la letra: Éste
es el deseo del Gobierno, el deseo vehemente mío y la necesidad insoslayable
que de vuestros servicios tiene la Colectividad.
Aquí
llegó el momento de conocer la integridad de aquellos cinco consejeros que
podían ir a la guerra o no, todo dependía de su decisión. Podían no haber ido a
la guerra pero fueron a ella con todas sus consecuencias.
Uno
de los cinco compañeros movilizados dijo al Presidente: Me duele sobremanera que nuestra situación de movilizados nos imponga
el deber de abandonar la
Colectividad , pero así lo exigen las circunstancias. Nuestras
acciones deben estar prendidas por nuestra moral y ésta es la que nos marca el
camino que debemos seguir. Sabemos que la Colectividad reclama
imperiosamente nuestros servicios pero de ninguna manera podemos defraudar a
nuestros compañeros colectivistas. La aceptación por nuestra parte de una
situación de privilegio respecto a ellos ocasionaría tal acción de despropósito
que podría lesionar nuestros ideales de redención.
Con
esa determinación y actitud ¿hicimos bien o mal?, lo dejamos a la consideración
del lector para que éste juzgue el hecho.
Éstas
eran nuestras normas y ejecutoria en el cotidiano quehacer de aquella hora.
Buscábamos con ello expandir más y más nuestras ideas y hallar nuevos
pensamientos que nos permitieran efectuar el mayor desarrollo del sistema
colectivista. Estábamos convencidos de que una cadena de colectividades de
proporciones mundiales sería capaz de establecer en el globo terráqueo la
igualdad económica y social para todos los hombres.
Al
idear el hombre el dinero creyó haber hallado el remedio para solucionar los
problemas que la humanidad tenía planteados para su desenvolvimiento económico.
¡Nada de eso!
Es
verdad que toda clase de moneda constituye un perfecto sistema para llevar a
cabo cualquier transacción económica, ya sea en el orden individual y local
como nacional e internacional. Este es un hecho tan probado que no habrá nadie
que se atreva a ponerlo en duda; pero tampoco concibo que haya alguien que deje
de reconocer que el dinero es el que más daño ha hecho al género humano desde
que éste fue estatuido. Es tal el poder acumulativo que la moneda ejerce sobre
la plusvalía del trabajo que éste queda en poder de agiotistas sin escrúpulos
que especulan y trafican con el beneficio del esfuerzo ajeno humillando
vilmente a los verdaderos productores de la riqueza.
La
razón y conveniencia de tiempo y lugar que a los hombres más prácticos y mejor
preparados ofrecía el dinero para hacerse con el control del mundo eran únicos
en sus comienzos. Los más astutos, empleando la avaricia y las malas artes,
consiguieron la meta que se habían propuesto. Llegaron a engolfarse tanto en
los negocios del dinero que sobre él cifraron y consiguieron el poder más
absoluto. Las finanzas llegaron a dominarlo todo, hasta a la propia humanidad
que ha quedado prisionera y esclava de ese ominoso y funesto poder. Éste es, a
grandes rasgos, el papel ejercido por el dinero contra la sociedad a la que ha
esclavizado y humillado.
CAPÍTULO VI
Al
marchar a la guerra los cinco miembros del Consejo de Administración de la Colectividad , más el
contable de la misma, hubo necesidad de reemplazarlos para continuar la marcha.
Para
hallar el sustituto del contable hubo que vencer ciertas dificultades por la
falta de personal competente. Por fin, el Presidente consiguió que un señor de
setenta años, alejado ya del trabajo por la avanzada edad, aceptase el
requerimiento de la
Colectividad y se pusiese al servicio de ésta. Dicho Sr.
Había llevado muchos años la contabilidad de la empresa más importante de la
localidad y no hace falta decir que era un hombre de toda confianza para los
capitalistas. A pesar de todo demostró ser un hombre honrado, recto y
comprensible. Cuando cogió en sus manos los libros de contabilidad debió examinar
todo el proceso económico y administrativo de la Colectividad ,
quedando maravillado de lo que allí había. Así, en una conversación que sostuvo
con el Presidente lo felicitó y le dijo que podía estar muy orgulloso de
presidir aquel organismo que tan buena administración había llevado. Le agradezco su elogio en lo que vale –
respondió el Presidente – pero esta
acción no es solo mía, sino que corresponde y alcanza a todos los miembros del
Consejo de Administración. Cada día la añoranza y pérdida de estos compañeros
me llenan más de aflicción. Para mí eran todos tan queridos como necesarios
para el desenvolvimiento y desarrollo de la Colectividad ; sus
virtudes y ejemplaridad constituían un dechado de trabajo y honradez muy
difícil de superar, pero, a pesar de todo y de hallarme casi solo, continuaré
en la brecha trabajando en pro de la Colectividad todo lo que mis fuerzas me permitan.
Así,
con esta norma y pensamiento la
Colectividad seguía desarrollando su obra y persiguiendo la
superación permanente, pero un día los enemigos de la clase obrera: ejército,
clero y capitalismo, ayudados por los ejércitos regulares de Italia y Alemania
y un número considerable de moros venidos del Protectorado Español en
Marruecos, nos ganaron la guerra. Así
acabó la República Española
y la Colectividad
toco a su fin.
¿Sirvió
de algo el sacrificio heroico realizado por la clase trabajadora? Hay quien
piensa que no, pero nosotros opinamos que sí. ¿Hay algo en la vida de los
pueblos que pueda ennoblecer más a los protagonistas de cualquier hazaña que el
tener que ser reconocido su heroísmo por sus más pertinaces enemigos?
Cuando
triunfadoras las fuerzas enemigas se presentaron en las oficinas de la Colectividad pidiendo
los libros para revisar sus cuentas, el anciano contable, del que no podían
desconfiar, les dijo: si quieren ustedes
ahorrarse el trabajo de revisar las cuentas les doy mi palabra de honor de que
en ellas sólo hallarán honradez. ¡Qué lección acababan de recibir aquellos
mequetrefes! ¿Cómo sonarían aquellas palabras en sus oídos? Sólo hallarían
honradez, les dijo. ¡Qué timbre de gloria representaba aquello para nuestros
labriegos y, sobre todo, para los campesinos que habían llevado la
administración de la
Colectividad.
Aquello
no fue todo. Cuando desapareció el peligro para “nuestros” capitalistas
salieron de las guaridas que les habían servido de escondrijo durante la
contienda y también se presentaron en la Colectividad para
fiscalizar nuestra labor y pedir lo “suyo”. En fin, buscaban lo que no
hallaron, pero encontraron lo que no buscaban. ¿Cómo podían ellos pensar que la
riqueza de aquellos capitales se había multiplicado? ¿Cómo fue posible aquel
hecho insólito?. ¡En plena guerra civil y sin haber estado los capitalistas al
frente de sus negocios los capitales se habían incrementado sensiblemente!.
Gigantesca empresa sin precedentes en la Historia.
A la vista de aquello, algunos de ellos (sobre todo los que
más dificultades habían venido teniendo para desenvolver su economía)
propusieron a los demás propietarios que de entre los dueños de fincas se
nombrase un Consejo de Administración y la Colectividad siguiera
desenvolviéndose como una sociedad capitalista donde los propietarios hubieran
percibido los beneficios con arreglo al capital que cada uno hubiere aportado a
la empresa. ¿Estaba soñando? ¿Quién habría sido capaz de poner de acuerdo a la
avaricia? Además la miel no fue elaborada por la paciente abeja para la boca
del asno. ¡Qué ejemplo dimos a esos explotadores que sólo viven a expensas de
la clase trabajadora! Nuestra maravillosa obra había deslumbrado a esos
pícaros. Donde ellos esperaban desorden, estafa e intriga hallaron honradez,
hombría de bien, generosidad y orden.
Ha
quedado demostrado que la clase trabajadora no necesita para nada a los
capitalistas, se sobra y se basta para organizar y desarrollar la vida en las
mejores condiciones. Suprimirlos como clase es nuestro primordial objetivo ya
que tanto obstaculiza la emancipación de la clase obrera. Como hombres pueden
vivir en el seno de nuestras organizaciones y ocupar el puesto de trabajo que a
cada uno corresponda.
Tenemos
la inexcusable obligación de suprimir la explotación del hombre por el hombre y
no abandonaremos esta idea hasta haberlo conseguido plenamente.
FIN
NOTAS
1.- Se trataba de Hermenegildo González-Calero Ramos
2.- Se refiere a Juan Gómez-Pastrana Callejas
1.- Se trataba de Hermenegildo González-Calero Ramos
2.- Se refiere a Juan Gómez-Pastrana Callejas
Este señor es mi bisabuelo y gracias a ti he podido conocer un poco más de él ya que falleció 7 meses antes de mi nacimiento. El año pasado falleció su último hijo, mi tío abuelo.
ResponderEliminarMe alegra mucho haber podido serte de ayuda. Saludos.
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