ARTÍCULOS SOBRE LA HISTORIA DE MANZANARES

9 de mayo de 2012

REFLEXIONES SOBRE EL ENCUENTRO DEL PÁRROCO, DON PEDRO ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR RUBIO, CON UN GENERAL FRANCÉS


“LA OTRA MIRADA”

Conferencia escrita en abril de 2009 y pronunciada el 2 de abril de 2014 en Tertulia XV

El pasado año se conmemoró el segundo centenario del inicio de la guerra de Independencia que España libró contra los deseos anexionistas de Napoleón Bonaparte; un evento extraordinariamente dramático, tanto para los invadidos como para los invasores, que duró la friolera de seis años; desde mayo de 1808 a abril de 1814. Por otra parte, en este año rememoramos también en Manzanares el famoso encuentro entre el entonces párroco de la villa, D. Pedro Álvarez de Sotomayor, y un general francés, que pudiera ser Sebastiani. Un hecho que, según apunta la tradición, tuvo lugar el viernes Santo 31 de marzo de 1809.
En muchos de los pueblos y ciudades que se vieron afectados de alguna forma por aquella guerra de intereses e ideas, se han promovido actos, exposiciones o publicaciones evocadoras de aquel tiempo, a la vez terrible y heroico. Por mi parte  estimé que algo debíamos hacer en Manzanares con motivo de tales efemérides y decidí preparar esta conferencia, enfocándola como un ejercicio de  memoria histórica sobre hechos relacionados con nuestro pueblo probados documentalmente, introduciendo además una serie de hipótesis y deducciones personales sobre otros aspectos más oscuros, que hoy no es posible probar de forma irrefutable al carecer de documentación escrita, pero que se desprenden de la aplicación de una lógica razonada e inteligente.
Hace ahora 51 años que, con motivo del 150 aniversario del comienzo de la guerra, autoridades y personas ilustradas de nuestro pueblo organizaron para el 14 de septiembre un conjunto de actividades histórico-literarias que posiblemente alguno de ustedes todavía recuerde. Intervinieron entonces el sacerdote Manuel Ramos Criado, con una semblanza de Sotomayor, y los poetas Francisco Javier Díaz-Madroñero López de Pablos, Hilario Pérez Baena y D. León Ramos García-Sacristán, los dos primeros ganadores del primer y segundo premio del certamen de poesía convocado a tal efecto. También lo hizo D. Antonio García-Noblejas y García-Noblejas con una conferencia de carácter histórico sobre la presencia de los franceses en Manzanares. Por su parte, la Corporación Municipal, presidida entonces por Agustín Serrano Díaz-Pinés, acordó otorgar a la imagen de Jesús del Perdón el bastón de alcalde honorario, mientras la Cofradía colocó en la ermita una placa para conmemorar el valiente gesto de Don Pedro, que ofreció su vida, si era necesario, para salvar la de sus feligreses. (1)
En realidad, por aquel año de 1958 se sabía muy poco sobre la estancia de los franceses en Manzanares y del encuentro del párroco con un general francés cuyo nombre no estaba todavía definido. D. José Antonio estaba en pleno proceso de investigación y aún no tenía muy claro el año que se produjo dicho encuentro, ni el general que protagonizó los hechos. Supuso entonces García-Noblejas que se trataba de Louis Liger-Belair y que los acontecimientos ocurrieron en 1808. Pensaba además que el patronazgo de Jesús Arrodillado del Perdón sobre el pueblo de Manzanares era consecuencia inmediata del referido encuentro, en el que, según la tradición, se perdonó a la villa por los excesos cometidos con los heridos del hospital francés.
Hoy conocemos algo mejor la Historia gracias a posteriores investigaciones del propio García-Noblejas y a las aportaciones de los profesores D. Jesús de Haro Malpesa, D. Juan Díaz-Pintado Pardilla y otros. Así pues, trataré de hacer una exposición secuenciada y breve de lo que actualmente sabemos, aportando como complemento mis propias deducciones. Con ello sólo pretendo apuntar nuevos caminos de reflexión, en aras de lograr un acercamiento a la verdad, evitando que la razón se vea empañada por la pasión o la creencia religiosa.
Es conocido que, por decisión expresa de Napoleón, entre los días 23 y 27 de mayo de 1808 la 1ª División del Cuerpo de Ejército de Observación de la Gironda, formado por casi 30.000 hombres y mandado por el general Pierre Dupont, partió de Toledo y Aranjuez con dirección a Cádiz, con órdenes precisas de proteger a la flota del almirante Rossilly asediada por los ingleses. Las tropas de vanguardia, concretamente la Brigada de Dragones del general Privé, aparecieron en Manzanares en la tarde del jueves 26. Durante varias jornadas siguieron llegando a la villa diferentes unidades que, tras descansar brevemente, reanudaban la marcha, no sin antes requisar las mulas y carros precisos para transportar hasta la siguiente etapa pertrechos y bastimentos, muchos de los cuales nunca fueron devueltos a sus propietarios.
El general en jefe se unió a la vanguardia y permaneció en la villa de Manzanares todo el día 27, decidiendo en ese momento establecer un hospital para atender a sus enfermos y lesionados. Para ello eligió como mejor ubicación las dependencias del hoy desaparecido Convento de Carmelitas, que existió al final de la calle del Carmen, a la que dio nombre. El mismo general  refiere estos hechos en el despacho enviado al mariscal Murat en la mañana del 28 de ese mismo mes. En él escribe: He hecho establecer un hospital en Manzanares. Dejaremos allí un centenar de hombres heridos o ligeramente enfermos. (2)
Aunque no dice más, es lógico suponer que junto a los enfermos dejaría algún personal sanitario y auxiliar, más la guardia correspondiente. Recordemos que esa tropa no había entrado aún en combate, por lo que la mayoría de los soldados sólo sufrían escoceduras o rozaduras leves, a consecuencia de las largas marchas a pie, y numerosas afecciones gastrointestinales, debidas fundamentalmente al consumo  de aguas insalubres.
El número de hospitalizados se duplicó en los días siguientes como demuestra el documento enviado por la Junta Local de Gobierno a la Junta Superior de Armamento, fechado el 23 de septiembre de 1808 y redactado por D. Pedro Álvarez de Sotomayor, dado a conocer por D. Juan Ramón Romero Fernández-Pacheco en el último Programa de Ferias. En uno de sus párrafos afirma: (3)
Todas las tropas hicieron descanso y algunas divisiones como de mil hombres  estuvieron acantonadas y el general en jefe estableció un hospital general el 28 del mismo quedando al principio 200 enfermos…


   Colegio de Religiosas Concepcionistas de Santo Domingo, edificado en 1906 sobre el solar que ocupara el Convento de Carmelitas Descalzos desde 1587 hasta 1809.

Pasada esta primera oleada de franceses, el día 5 de junio llegaron a Manzanares nuevas tropas de refuerzo que debían unirse a las de Dupont. Se trataba de unos 500 hombres a caballo, mandados por el general de brigada Louis Liger-Belair, quienes pernoctaron esa noche en la villa.
Al día siguiente dicha unidad continuó su camino hacia Andalucía, pero no lograron pasar de Valdepeñas ante la obstinada resistencia de los vecinos y de los segadores procedentes de varios pueblos de la provincia de Albacete que allí se encontraban con motivo de la campaña de recogida de cereales. Durante todo el día 6 de junio tuvieron lugar en la vecina villa intensos combates que causaron decenas de muertos y heridos en los dos bandos. Los valdepeñeros enviaron emisarios a varios pueblos de la comarca solicitando ayuda desesperadamente. Que sepamos ninguno la envió. Al menos los manzanareños lo intentaron. Para combatir a los invasores se precisaban armas y alguien pensó que en el hospital francés se podían conseguir más de 200 fusiles.
Una masa humana, entre los que abundaban los jornaleros forasteros que se encontraban en Manzanares para trabajar en las faenas de siega, marcharon decididos hacia el convento, instigados por algunos carmelitas. Tratando de detener el avance de aquel numeroso grupo de paisanos en actitud agresiva, los escasos miembros de la guardia realizaron algunos disparos disuasorios y cerraron inmediatamente las puertas, pero la multitud enfervorizada las abrió a hachazos y arrolló cuanto se le puso por delante. Ante semejante avalancha los soldados quedaron paralizados y, pensando que las gentes se limitarían a robar sus equipos y pertenencias, no opusieron mayor resistencia; lo prueba el hecho de que no hubiera ninguna baja entre los civiles. Sin embargo, un grupo de exaltados no se contentó con tomar el armamento y la munición; en aquellos momentos de excitación arremetió violentamente contra guardias y enfermos asesinando despiadadamente a muchos de ellos.
El manuscrito redactado al finalizar la guerra  por cinco sacerdotes del cabildo parroquial a petición del Alcalde Mayor, con intención de colaborar en la edición de una Historia provincial, y conservado en la parroquia de Santa María del Prado de Ciudad Real (parroquia de La Merced), recoge aquel desgraciado suceso del modo siguiente: (4)
En el primer impulso y tratando de armarse con más ventaja van todos al hospital militar, y no creyendo pudiese la guardia tener la osadía de resistirlos se presentan desarmados, le intiman entreguen sus fusiles y los de los enfermos, pero imprudente la guardia dispara sobre el paisanaje y algunos enfermos desde las ventanas tratan de ofender y sostenerse; entonces faltó la tolerancia y rompiendo por todo estorbo y sin temor de balas ni bayonetas, unos paisanos desarmados y ofendidos atropellan cuanto encuentran y se verificó una escena de sangre muy difícil de explicar, muriendo en la confusión algunos infelices que por la enfermedad estaban incapaces de pelear y de huir. No fue posible al pronto evitar estas desgracias, pero al segundo momento dando lugar la ira a la compasión fueron puestos en seguro los demás y asistidos y curados con humanidad.
Es evidente que los autores tratan de justificar a sus paisanos, que no iban desarmados, sino mal armados con hachas, horcas, palos y navajas. Interesadamente califica la conducta de los militares franceses como imprudente, olvidando las ordenanzas que obligan a un soldado en servicio de guardia, y trata de minimizar las consecuencias de un hecho que ciertamente resultaba un desdoro para la villa. Si hemos de creer el manuscrito, únicamente la intervención de otros religiosos del convento consiguió detener la matanza, con imperiosas exhortaciones y súplicas, protegiendo a los supervivientes de la furia popular.
Sin pretender exonerar de culpa a los manzanareños, alguno de los cuales escandalizó posteriormente con el frío relato de sus asesinatos a D. Antonio Alcalá Galiano cuando se hospedó en una de las posadas de la localidad, es razonable pensar que los principales protagonistas de la masacre fueran, efectivamente, los segadores forasteros, pues, al no tener propiedades en la villa y permanecer en ella de forma circunstancial, no sintieron la necesidad de frenar sus instintos, ni tuvieron la menor preocupación por las consecuencias que pudieran derivarse de hechos tan graves.
La saña con que se llevaron a cabo aquellos crímenes espantó a la mayor parte de los vecinos de Manzanares que, fuertemente impresionados por el alcance insospechado que tomaron los acontecimientos, regresaron acongojados a sus casas. De esta forma, el propósito inicial de acudir en ayuda de Valdepeñas se truncó definitivamente, máxime cuando aquellos energúmenos tampoco contaban con suficientes medios de transporte para acudir en auxilio de los valdepeñeros con la rapidez que las circunstancias exigían.
A raíz del asalto al hospital, asesinato de heridos y robo del armamento, los notables del lugar, autoridades y personas conscientes, quedaron completamente horrorizados, convencidos todos de que, antes o después, sobrevendrían durísimas represalias contra la población.
Las primeras fuerzas francesas que llegan a Manzanares tras el cruel asalto al hospital fueron un destacamento de sólo 60 dragones, mandado por el general Claude Roize. Las autoridades, absolutamente angustiadas, se apresuraron a salir a su encuentro para explicarle los hechos, disculpar a los vecinos e invitarle a entrar en la villa, que aseguraron había recuperado la tranquilidad tras la huída de los revoltosos. Entre ellos estaban el alcalde mayor D. José Miret Sádaba, acompañado, seguramente, por  Sotomayor en su calidad de vocal de la Junta de Gobierno. También salió el Conde de Casa Valiente, teniente coronel de Caballería retirado, acompañado del capitán de Estado Mayor Chamerian, que había llegado a Manzanares el mismo día 6 portando importantes documentos, y fue protegido por el Conde de una posible agresión, escondiéndolo en su propia casa.
Roize, que no llevaba planificada ninguna acción agresiva, ni tenía fuerza para ejecutarla, sabiendo que la insurrección se estaba extendiendo por toda la comarca, se vio en la necesidad de prometer que nada sucedería a los vecinos si conservaban la calma y no provocaban a sus tropas. Aún así, su situación era tan precaria e insegura que estuvo a punto de retirarse hacia Villarta de San Juan. El día 7 por la tarde, cuando ya estaba preparada la tropa para salir de Manzanares, fue advertido de la llegada por la carretera de Andalucía de las fuerzas de Liger-Belair, maltrechas y agotadas tras la prolongada jornada de combates en Valdepeñas, habiendo gastado toda la munición de que disponían y con numerosos heridos a los que atender.
En ese momento, con menos de 500 hombres útiles y disponiendo exclusivamente de armas blancas, los franceses no estaban en las mejores condiciones de tomar venganza. Por otra parte, las explicaciones de las autoridades, notables y clero, transmitidas por el general Roize, más los informes de los enfermos supervivientes, debieron resultar a Liger-Belair suficientemente convincentes para no adoptar represalia alguna durante la semana que permanecieron en la villa. Por consiguiente, reiteró el compromiso de respetar al vecindario si no había nuevas agresiones contra sus hombres. Evidentemente no todo el mundo se fió de la palabra de los generales enemigos. Convencidos de que el castigo era inevitable, muchos vecinos abandonaron sus casas, refugiándose en quinterías y pueblos cercanos.
De todos estos sucesos tenemos referencias puntuales de los propios invasores. Así, en el despacho del general Claude Roize al general Belliard, Jefe del Estado Mayor en Madrid, redactado precipitadamente el mismo 7 de junio, indica: (5)
Al llegar a Manzanares supe que la revuelta de aquí había sido provocada por un individuo llegado a caballo desde el pueblo de Valdepeñas que había llegado sobre las 11 de la mañana gritando que los franceses degollaban en todas partes a los españoles; que los habitantes más exaltados y principalmente los de los alrededores, en número de 2.000 habían llegado al hospital, habían forzado las puertas, habían cogido todas las armas y las municiones de los enfermos, a una parte de los cuales habían herido y habían matado a una docena; que los padres llegaron para acabar con esta masacre, que ellos lograron pararla y dieron, tanto como pudieron, socorro a nuestros enfermos, que dieron a parte de ellos refugio en su convento. Estos últimos detalles me han sido confirmados por los mismos enfermos, quienes aseguran de común acuerdo que, sin las exhortaciones de los eclesiásticos a los revoltosos, ninguno de ellos hubiera podido salvarse.
Por su parte, el oficial Maurice Marie de Tascher, que formaba parte de las fuerzas de Liger-Belair, escribía esa misma noche en su diario de campaña tras regresar de Valdepeñas: (6)
En Manzanares los furiosos de dos ciudades vecinas, junto a algunos canallas de los alrededores, se han precipitado sobre el hospital, han degollado o mutilado a todos los enfermos, y se han apoderado de 200 fusiles franceses. El oficial de infantería que mandaba el hospital ha sido descuartizado y echado en una caldera. Mi pluma rehúsa escribir otros horrores. El hospital nada en sangre.
Aquí hemos de destacar la discrepancia de las propias fuentes francesas sobre el número de asesinados en el hospital; unas, refiriéndose a una docena, otras asegurando que las víctimas fueron mucho más numerosas. Por el momento es una incógnita que no estamos en condiciones de despejar.

General de Brigada Louis Michel Liger- Belair

En cuanto a fuentes españolas, aparte del citado Manuscrito de la Merced, contamos con la declaración de uno de los individuos que participaron en la matanza, el cual trabajaba en una posada y relató sus pretendidas heroicidades a D. Antonio Alcalá Galiano cuando, en viaje desde la Corte a Córdoba, tuvo que hospedarse en la villa. En el capítulo 13 de sus Memorias, el destacado escritor y político liberal relata el incidente de Manzanares de la siguiente forma: (7)
Habíamos llegado a Manzanares, donde teníamos que hacer noche. Recién establecidos en nuestro cuarto en la posada, se entró en él un criado de la misma, mocetón alto y fornido, y no de la mejor traza….Callados nosotros, él rompió el silencio, diciéndonos: Aquí tienen ustedes el hombre que ha muerto más franceses en la Mancha. En seguida comenzó a referirnos con jactancia hechos de bárbara y repugnante atrocidad, ponderando, sin duda, los que él había cometido, por juzgar, en su rudeza, los excesos de sanguinaria crueldad pruebas de heroísmo y de amor a su patria. Como fuese cierto que, en el mismo Manzanares, hubiesen caído los habitantes sobre un depósito de enfermos de los franceses, dejado allí sin la suficiente custodia, y pasándolos a todos a cuchillo, el mozo se jactaba de haber tenido parte muy principal en esta hazaña, y se recreaba en contarnos que uno de los pobres enfermos le pedía agua de tisana, y que él le había respondido quitándole la vida con tormentos atroces. No llegaba nuestro patriotismo, aunque grande, a aprobar actos tan bárbaros, ni aun siquiera a oírlos con serenidad, como hacían en aquella época muchos, a quienes el odio endurecía el alma y ofuscaba el entendimiento.
En aquellos azarosos días, el terror embargaba a nuestros antepasados; al menos a los más conscientes. El mismo oficial Maurice de Tascher, apuntaba en su diario dos días más tarde el estado de ánimo de los naturales de la villa con las siguientes palabras: (8)
Los habitantes de Manzanares padecen ansias mortales, creyendo que nosotros sólo esperamos refuerzos para incendiar la ciudad.
Sin atreverse a proseguir el camino, y no sintiéndose demasiado seguros en Manzanares, los generales Liger Belair y Roize se replegaron el día 14 de junio hacia Madridejos, donde se unieron a la 2ª División del Cuerpo de Ejército de Observación que marchaba hacia el sur en refuerzo de Dupont.
El 22 de junio de 1808 la división mandada por el general Dominique-Honeré Vedel con fuerzas numerosas, bien armadas y municionadas, avistó Manzanares. Fue entonces cuando verdaderamente la villa corrió peligro cierto de ser reducida a cenizas y castigados ejemplarmente sus habitantes. De sus malas intenciones nos informan las “Memorias de un Recluta de 1808” escritas por el soldado furriel Louis Francois Gille, quien escribió el 23 de junio: (9)
Antes de llegar a Manzanares nos encontramos un pequeño destacamento de tropas francesas, por el que supimos la triste noticia de que los enfermos que el general Dupont había dejado en esta ciudad habían sido masacrados. Hubo entonces un solo grito en todas las bocas. ¡Venganza! ¡venganza!, se repetía en todas partes. Este sentimiento animaba todos los corazones; incluso el general parecía compartirlo.
Al fin divisamos la ciudad que había sido el teatro de un atentado tan horrible; los jefes apenas si podían contener el furor de los soldados. Un enviado se presentó y anunció al general que las autoridades estaban en camino para presentar las llaves de la ciudad: esta diputación no tardó en aparecer; estaba compuesta por el alcalde mayor, los alcaldes ordinarios, sus adjuntos, el corregidor (¿), varios curas y algunos notables del lugar. Éstos suplicaron al general que les oyese y le aseguraron que los habitantes no habían participado en el crimen que había sido cometido, que sólo dos bandas formadas por campesinos y por monjes, que los guiaban, habían sido los autores y, que pese a sus esfuerzos, no habían podido evitar que estos bandidos consumasen su fechoría; ellos ofrecieron todas las satisfacciones que se podían exigir. El general escuchó su proposición y les aseguró que la ciudad no sufriría ningún daño. Entramos y, para evitar conflictos entre los habitantes y los soldados, estos últimos fueron obligados a permanecer en sus alojamientos.
Como indica este interesante documento, de nuevo las autoridades locales salieron al encuentro de estas fuerzas tratando de frenar con todo tipo de argumentos, explicaciones y súplicas, las ansias de revancha que albergaban los franceses. Poco hubieran logrado en aquella ocasión de no ser por la ardorosa intervención del general Liger-Belair, quien hizo valer su compromiso con los vecinos de Manzanares ante un general de grado superior, consiguiendo persuadir a Vedel de la inocencia de la mayoría de los manzanareños. Con su actitud de caballero, y haciendo honor a su palabra, logró aplacar los vehementes impulsos de sus camaradas, haciendo que la razón imperase frente a la barbarie. A pesar de la  comprensión del general en jefe, la tropa, y especialmente el impetuoso general de brigada Pierre Poinsot, siguieron dispuestos a dar un escarmiento ejemplar a Manzanares, pero se dieron órdenes terminantes para evitarlo. En cualquier caso la tensión del momento era terrible y buena parte de los vecinos, temiendo la esperada venganza, abandonaron sus hogares refugiándose en los campos y villas cercanas. La tropa quedó acuartelada para evitar actos incontrolados, si bien tales medidas no pudieron impedir que se produjeran algunos saqueos, amenazas y atropellos de menor importancia.
En esta misma memoria se mantiene que algunos monjes, y en Manzanares no había otros que los Carmelitas, instigaron a los paisanos a asaltar su propio convento, conocedores mejor que nadie del armamento y municiones allí existentes. Se deduce que la actuación de los Carmelitas no fue en absoluto homogénea, pues mientras unos animaban a la plebe para asaltar su convento ocupado, otros procuraron minimizar la masacre que sobrevino a continuación.
La visión que los franceses de la división Vedel encontraron en el hospital fue espantosa. En las memorias del furriel Gille se escribe: (10)
Por encontrarse enfermo mi sargento mayor, nos vimos obligados a dejarlo en el hospital, que se estableció de nuevo y que se encomendó a la responsabilidad de las autoridades. Yo le acompañé a ese lugar tan funesto: las puertas, rotas a hachazos, no habían sido todavía reparadas; las camas, los muros estaban aún manchados de sangre de nuestros desgraciados camaradas. Bajé a los patios y al huerto: allí me sobrecogió el espectáculo más espantoso que jamás había visto. Unos cincuenta cadáveres, que todavía no se habían podido enterrar, nos permitieron juzgar la barbarie de estos cobardes asesinos.
Otros detalles sobre el particular fueron recogidos en el diario del oficial de Cazadores Maurice de Tascher, quien, con la mayor imparcialidad, escribía el 22 de junio. (11)
Los soldados de la Guardia de París, así como los soldados de la 5ª Legión, habiendo encontrado alrededor del hospital los cadáveres de los franceses degollados el día 6, no han podido contener su rabia, excitada más por la sed de pillaje que por compasión hacia sus compañeros de armas. Piden a gritos el saqueo de la ciudad. Los curas y varios de los principales habitantes, que con su entrega heroica habían salvado a varios franceses en peligro de muerte, han sido insultados y han estado a punto de ser víctimas de estos locos.
La coincidencia de las informaciones suministradas por diferentes testigos oculares de distinto rango y unidad militar, sobre la presencia de restos humanos insepultos al llegar la división de Vedel a Manzanares, no nos permite dudar de su credibilidad; si bien no deja de sorprender que pasados dieciséis días del asalto, siete bajo control de los franceses, no se hubiera procedido todavía a su enterramiento. ¿Cómo es posible que en plena canícula de junio, ni las autoridades francesas, ni las españolas, hubieran ordenado inhumar los cadáveres de aquellos desventurados, si no por razones humanitarias, por las sanitarias? Confieso que, sobre este punto, no he conseguido encontrar explicación alguna que lo justifique.
Por fin, en la madrugada del día 24 de junio reanudaron las últimas unidades de Vedel su camino hacia el sur. Con su marcha se relajó la tensión. El mayor peligro había pasado.
En lo sucesivo, otros muchos contingentes de tropas francesas transitarían u ocuparían la villa, entre ellos la división mandada por el general Jacques Nicolás Gobert, que llegó el 8 de julio siguiendo el mismo itinerario que las anteriores. Pero, a medida que transcurría el tiempo, se fueron difuminando las ansias de venganza por parte de los franceses. Los sucesos de Manzanares quedaron  diluidos en el mar de tragedias ocurridas en otros muchos puntos de la geografía española. Por otra parte, la derrota de las fuerzas de Dupont en la batalla de Bailén, determinó que todos los soldados y mandos con conocimiento directo de los sucesos de Manzanares, o bien murieron en combate, o fueron hechos prisioneros, conducidos a Cádiz y posteriormente abandonados a su suerte en la isla de Cabrera, donde pereció la mayoría de ellos.
Por el contrario, el vecindario de la villa, preso de un fuerte complejo de culpabilidad, siguió esperando y temiendo la venganza de los enemigos por los crímenes del hospital hasta el último día de la guerra.
A finales de 1808 los franceses se habían recuperado del golpe de Bailén. Con la presencia de un poderoso ejército, mandado por el propio Napoleón,  volvieron a ocupar la capital de España. A los pocos meses se ordenó al 4º Cuerpo de Ejército, mandado por el general de división Horace François-Bastien Sebastiani de la Porta, ocupar toda la Mancha.
En sólo seis días, los franceses consiguieron llegar desde Toledo a Sierra Morena, tras vencer al ejército español del Conde de Cartaojal en la batalla de Ciudad Real, librada durante los días 26 y 27 de marzo de 1809. Los restos de tropas españolas cruzaron apresuradamente Despeñaperros, o huyeron hacia Levante, y la villa de Manzanares fue ocupada de nuevo el día 29 por tropas del Primer Regimiento de Cazadores, mandado por el coronel Régis Barthélemy Mouton-Duvernet. (12)

 Coronel Régis Barthélemy Mouton-Duvernet

El mismo día del inicio de la batalla de Ciudad Real desertó de su puesto el alcalde mayor de Manzanares, recién nombrado tras el linchamiento en oscuras circunstancias de D. Juan Joseph Miret Sádaba. Se trataba del abogado conquense D. Vicente Fernández Castillo, quien, presa del pánico,  abandonó a toda prisa la villa sin más explicaciones. En un momento tan crítico,  la Junta Local de Gobierno quedó descabezada, recayendo sobre el párroco, como primer vocal, la responsabilidad política de representar y proteger al vecindario. (13)
Alcanzados todos sus objetivos militares y ocupados los principales pueblos manchegos, el general en jefe regresaba desde Valdepeñas a su cuartel general de Daimiel el día 31 de marzo, festividad del Viernes Santo. Enterado D. Pedro Álvarez de Sotomayor de que Sebastiani pasaría por las cercanías de la villa, y suponiendo que tomaría ahora cumplida venganza por el asalto al hospital y por la resistencia ofrecida a las tropas enemigas en diciembre del año anterior, decidió salir a su encuentro. Una de las versiones recogidas por tradición oral afirma que lo hizo acompañado de un grupo de fieles que portaban la imagen del Cristo Arrodillado del Perdón,  con el propósito de pedir clemencia para los vecinos, ofreciendo a cambio su vida si era necesario.


Boceto de lo que pudo haber sido un gran óleo sobre el famoso “encuentro” que el pintor manzanareño Alfonso Lozano Valle presentó en 1990 con motivo del 300 aniversario de la fundación de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Lamentablemente la Junta de Gobierno no pudo, o no quiso, en su momento asumir el precio de medio millón de pesetas que pedía el artista.

La afirmación de que Sebastiani traía la idea premeditada de pasar a cuchillo a la población de Manzanares, como se ha repetido hasta la saciedad, es absolutamente incierta. Carece de todo fundamento y no tiene la menor consistencia. Si realmente el general francés hubiera tenido tal intención hubiera resultado estúpido anunciarlo, ya que habría provocado una huída general del vecindario. Además, la villa llevaba ya dos días bajo control enemigo y no había ocurrido ninguna muerte violenta. ¿De dónde sacó entonces Sotomayor tal convicción?. Personalmente pienso que aquella exagerada percepción de peligro se debió, una vez más, al complejo de culpabilidad arrastrado colectivamente por todo el vecindario desde el brutal asalto al hospital.
Sotomayor, abrumado por la doble responsabilidad de ser en aquel momento la máxima autoridad civil y religiosa, decidió salir al paso del general enemigo tratando de evitar cualquier daño a los vecinos de la villa.
Aquel breve encuentro, fue para Sebastiani una pequeña anécdota de su campaña, no recogida en ningún escrito ni memoria. Tras su rotunda victoria militar tuvo entonces la oportunidad de mostrarse benévolo, buscando ya fundamentalmente el apaciguamiento de la zona ocupada. Posiblemente quedara conmovido por las súplicas de D. Pedro y el terror que atenazaba a sus acompañantes. Así pues, tranquilizó al párroco, prometió que no habría ninguna represalia sobre la población, si esta se mantenía tranquila, y entregó su fajín, o banda pectoral, a la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón como gesto conciliador antes de proseguir su camino. No hubo más.
Haciendo gala de una brillante táctica militar, Sebastiani realizó una impecable campaña contra las tropas regulares españolas, pero jamás ordenó operaciones de castigo contra la población civil, ni en El Viso, ni en Almuradiel, ni en Santa Cruz de Mudela, ni en Valdepeñas, ni en Villarta; a pesar de que en todas estas villas, o sus proximidades, habían tenido lugar mortíferos asaltos a convoyes de heridos, ataques a pequeñas unidades, emboscadas  y asesinatos de correos. Pensar que Sebastiani albergaba la idea del exterminio de los manzanareños resulta absolutamente descabellado. Hay que pensar que buena parte de los varones entre 19 y 35 años no estaban en la villa; unos se habían incorporado al ejército y otros formaban parte de las guerrillas. En consecuencia, asesinar masivamente a mujeres, niños y ancianos hubiera sido una acción salvaje, inútil y estratégicamente contraproducente. Tanto es así, que en toda la guerra no se produjo en ninguna villa ni ciudad una degollina generalizada de civiles.
Tras la rotunda victoria sobre el ejército español, el mayor interés de Sebastiani era ahora seducir a la población civil; atraerla por cualquier medio para que reconociera al rey José como monarca y aceptara la Constitución que Napoleón había preparado para los españoles. Era pues una actitud conciliadora, de mano tendida, como se desprende de la lectura de la carta que envió  desde su cuartel general de Daimiel a Melchor Gaspar de Jovellanos, miembro de la Junta Superior de Defensa, días después de encontrarse con Sotomayor. El tono de las palabras escritas por el general Sebastiani  no concuerda, en absoluto, con el carácter sanguinario y vengativo que algunos le atribuyeron. (14)
                  
Carta del general Sebastiani a Jovellanos, escrita a primeros de abril de 1809.

Descartada la intencionalidad genocida de Sebastiani, ¿carece de valor el gesto de Sotomayor?  En absoluto. Aunque estuviera equivocado en la percepción del peligro; aunque atribuyese al enemigo unas intenciones que no albergaba; a pesar de que otras autoridades y miembros del cabildo no estuvieran de acuerdo con su decisión, el intento de proteger a sus convecinos y feligreses, llegando al extremo de ofrecer su propia vida a cambio de evitarles cualquier daño, supone un acto de amor y generosidad extraordinario.


El mariscal de Francia, Horace-François-Bastien
Sebastiani de la Porta. Oleo de Franz Xaver Winterhalter. 1841

Para desgracia de los manzanareños de aquel tiempo, los hechos posteriores vendrían a eclipsar la grandeza de aquel acto de inconmensurable altruismo. Así, dos días más tarde, las tropas que habían ocupado la villa sin encontrar resistencia fueron relevadas y las promesas de Sebastiani quedaron  relegadas al olvido. De ello nos informa detalladamente el Manuscrito de la Merced. (15)
Después de la batalla desgraciada de Ciudad Real, perdida el 27 de marzo 1809, el general Sebastiani, que mandaba el 4º Cuerpo de Ejército francés, acantonó en Manzanares la División Polaca al mando del general Valence, compuesta de los tres regimientos 4º, 7º y 9º, cuyo número ascendía a siete mil hombres y siete piezas de Artillería Holandesa. Su entrada fue el día 2 de abril de 1809, permaneciendo hasta el día 13 de junio, en cuya época sufrió todo género de saqueos, malos tratamientos y ruina de muchos edificios, especialmente el Convento de Carmelitas, cuya fábrica e Iglesia fueron destechados y quitadas todas sus maderas para reforzar el castillo y formación de empalizadas, sujetando a los paisanos, como en otro tiempo Faraón a los israelitas, a toda clase de trabajos con dureza, rigor y malos tratamientos. La cosecha de granos, abundante en el año anterior de 1808, fue conducida con 19 galeras o furgones a las villas de Daimiel, Solana y Membrilla para subsistencia de las otras divisiones francesas, o más bien para venderla. Entre los crueles y sanguinarios ninguno igualó entre los jefes enemigos al Coronel del Regimiento 9º de Polacos, el Príncipe Sokovski que se complacía en atormentar a la Junta con peticiones imposibles y amenazas llenas de terror, prisiones y otros insultos.
 

Imagen de Jesús con la Cruz a Cuestas, realizada en 1609, que acompañó al párroco Sotomayor en su encuentro con el general francés. Fue destruida en julio de 1936 durante el proceso revolucionario que siguió al golpe de Estado militar.

Tras aquel despótico comportamiento de los franceses, sometiendo al vecindario a todo tipo de amenazas, trabajos forzados, saqueos, destrucción de inmuebles y el asesinato del comerciante Ramón Merino Valdivieso, ¿por qué siguió la plebe pensando que la intervención de Sotomayor salvó al pueblo? Según mi modesta opinión, porque el vecindario esperaba recibir un castigo mayor, al pesar fuertemente sobre las conciencias el complejo de culpabilidad por los crímenes cometidos en el hospital. Las gentes necesitaban liberarse de aquella abrumadora carga e interpretaron que el enemigo había perdonado los excesos de los exaltados patriotas gracias a la providencial intervención de Sotomayor y del Cristo Arrodillado que le acompañaba. Convirtieron así un encuentro intrascendente en un acontecimiento glorioso del que derivó la propia supervivencia de la villa de Manzanares y sus habitantes.
La actuación de Sotomayor parece que no fue compartida por ciertos sectores, en especial por los miembros del cabildo eclesiástico. Así, los clérigos y sacerdotes que redactaron el manuscrito histórico en 1814, que conocían perfectamente los hechos, silenciaron intencionadamente la iniciativa del párroco al enumerar los principales acontecimientos ocurridos durante la guerra. Su gesto tampoco fue citado en las Historias escritas durante los años siguientes. Nada aparece en la introducción histórica sobre la villa de Manzanares que el presbítero Don Diego Peñalosa Cantalejo escribiera en 1855 con motivo de la novena dedicada a Jesús del Perdón, ni en la parte referida a nuestro pueblo de la Crónica General de España, escrita por el académico de la Historia D. Cayetano Rossel en 1865, ni en la Crónica de la Provincia de Ciudad Real de Don José Hosta, publicada en ese mismo año, ni en el Diccionario Histórico de la provincia de Ciudad Real editado por D. Inocente Hervás y Buendía en 1899.


Fajín entregado a la imagen de Jesús Arrodillado del Perdón por el general francés.

Pieza de seda natural lisa, color verde hoja claro, de 3,35 metros de longitud por 0,72  de anchura. Se encuentra plegado a lo ancho en cuatro dobleces y rematado en sus extremos con flecos de siete centímetros de largo, mezcla de seda y metal, probablemente plata.
Mi teoría sobre este calculado silencio, es que en el eufórico ambiente de posguerra, la actuación de Sotomayor no fue bien vista por los victoriosos excombatientes, ya que supuso cierta humillación ante el enemigo que convenía olvidar, máxime cuando las promesas de Sebastiani no impidieron los innumerables saqueos, abusos y daños materiales que siguieron a la ocupación francesa de la villa por la devastadora división polaca del general Valence. El hecho es que la actuación de D. Pedro se ocultó a nivel oficial y sólo permaneció viva en el recuerdo de las personas que lo acompañaron, quienes, con el paso del tiempo, refirieron su particular percepción de los hechos a las generaciones siguientes, manteniendo así la tradición, con las posibles deformaciones que implica toda comunicación oral repetitiva.
Es mucho después de la muerte de D. Pedro, ocurrida el  2 de enero de 1822, cuando florece el mito del perdón que salva la vida de los habitantes de la villa, asociando  el gesto de Sotomayor con la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Arrodillado del Perdón, hasta el punto de aclamarlo como Patrón de Manzanares en 1858. (16) Asimismo, hacia 1870, la Corporación Municipal acordó dar el nombre de Sotomayor a una de las calles del pueblo, reconociendo, de forma muy tardía, el mérito de su intervención ante el general francés en favor de la villa de Manzanares.
Resumiendo mis palabras anteriores, puntualizo y mantengo:
PRIMERO: Que es justamente al general Louis Michel Liger-Belair, y no a Horace Sebastiani, a quien los manzanareños deberíamos estar profundamente agradecidos, pues, de no ser por él, que mantuvo su palabra de caballero dada a las autoridades locales, la villa de Manzanares y nuestros antepasados hubiesen padecido la furia de la soldadesca, dispuesta a vengar indiscriminadamente a sus compatriotas asesinados en el hospital militar.
SEGUNDO: Que D. Pedro Álvarez de Sotomayor merece el reconocimiento popular por su magnanimidad al ofrendar su vida en defensa de sus feligreses, al margen de cualquier otra consideración.
TERCERO: Que la advocación del Perdón no deriva del encuentro del párroco con el general francés, pues ya la tenía aquella imagen un siglo antes.
CUARTO: Que el patronazgo de Jesús del Perdón se efectúo por aclamación en 1858, como se desprende del sermón escrito por el Obispo Carrascosa en 1864 conservado en el archivo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Aunque desconocemos realmente el motivo, bien pudo ser como resultado de conmemorarse el cincuentenario del comienzo de la guerra de Independencia, al entender las gentes que la actuación del párroco y la presencia de su adorada imagen les habían salvado de una represalia sangrienta.
QUINTO: Que la imagen de Jesús Nazareno Arrodillado del Perdón ya era objeto de especial veneración mucho antes de la Guerra de Independencia, y no precisa de la atribución de supuestos milagros para seguir siendo esperanza y consuelo de los afligidos; símbolo destacado de la fe que profesa una parte de los hijos de Manzanares.
Al carecer de mejores pruebas, he pretendido realizar un ejercicio de acercamiento a la verdad desde el razonamiento, huyendo de un mito demasiado arraigado en el acervo popular. Aquí quedan estas reflexiones para aquellas personas que atiendan más a la inteligencia que a la pasión; para quienes sean capaces de poner en duda afirmaciones categóricas, sustentadas en la inconsistente tradición oral, sin contar con el mínimo soporte documental, ni lógico, que las justifique.

1 comentario:

  1. Gracias Antonio por tu aportación. Siempre he sentido curiosidad por la historia de nuestro pueblo; la verdad que este relato como que me sonaba no del todo verosímil. Entonces intente buscar alguna referencia que lo pudiera confirmar de manera fidedigna. Me ha encantado sobretodo conocer el punto de vista de los generales franceses, así uno comprende mejor los hechos y te puedes poner en la piel del otro. La actitud de los que asaltaron el hospital no puede ser mas baja, es de una cobardía absoluta. He disfrutado mucho leyendo tu entrada.
    Un saludo.

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