MANZANARES
1995
Vecinos
del barrio Divina Pastora, paisanos, amigos todos, buenas noches:
Aceptando
la amable invitación de la Comisión Organizadora de estas fiestas, me ha
tocado ogaño hacer de pregonero y aquí estoy rodeado de este ramillete de
hermosas jovencitas cuya belleza envidian las flores de esta primavera recién
estrenada.
Como
todos los pregoneros que en el mundo han sido he de iniciar mi alocución con un
ejercicio de humildad por mis escasos méritos para demandar vuestra atención
unos pocos minutos.
Deseo
en primer lugar felicitar a todos los que con sus aportaciones, colaboración o entrega
desinteresada hacen posible que las fiestas de este barrio de la Divina Pastora se
superen cada año en simpatía, actividades, ambiente y cordialidad, convirtiendo
esta hermosa plaza en lugar de encuentro entre vecinos; en hospitalaria
geografía que acoge con calor a cuantos deciden venir a visitaros para
compartir vuestra alegría y participar en el interminable rosario de juegos y
concursos que demuestra un extraordinario derroche de imaginación, desplegado
para llenar de color y actividad lúdica unos días de regocijo en sana
convivencia.
Al
asumir el compromiso de dirigiros la palabra pensé en contaros algo que fuera
entrañable para todos. Como las cosas más cercanas son también las más
queridas, voy a hacer un poco de historia de esta barriada que pueda servir a
los jóvenes para conocer mejor sus orígenes.
Todo
empezó allá por el año 1910 cuando el sector vitivinícola de nuestro pueblo
estaba en su momento más floreciente. Gracias al trabajo existente en el campo,
bodegas, alcoholeras y demás industrias derivadas, aumentó de forma
considerable la población de Manzanares. La rápida explosión demográfica y la
escasez de viviendas provocaron un encarecimiento de las mismas, haciendo muy
difícil el acceso a un techo para los sectores obreros menos favorecidos. Es
entonces cuando algunas familias humildes comenzaron a adquirir pequeñas
parcelas de tierra en esta zona, denominada entonces del Calvario, para
construir sus modestas residencias.
El
nombre del Calvario se debía a la existencia de un pequeño montículo sobre el
que se asentaba un hermoso olivo, probablemente superviviente de los olivares
que talaron los franceses un siglo atrás. Hacia ese punto se dirigió durante
muchos años la procesión de Víacrucis, haciendo precisamente el recorrido por
la calle de las Cruces y camino del Calvario. De niño recuerdo haber visto
todavía adosado a una pared de la citada calle una especie de monolito
indicador de las estaciones de penitencia.
Aquellas
casitas bajas, construidas por quienes carecían de recursos para aspirar a
adquirir vivienda en el casco urbano, fueron multiplicándose poco a poco, dando
lugar a un expansivo núcleo de población estructurado en torno a las calles
Mayor, Echegaray y Goya, que fue conocido por el nombre de barrio del Calvario,
si bien algunos lo denominaban, un tanto peyorativamente, “Madrid Moderno”.
El
verdadero desarrollo de la zona tuvo lugar en la década de los veinte pues,
según referencias documentales procedentes del Archivo Municipal, a mediados de
1921 contaba con sesenta vecinos y sólo un año y medio después, a finales de
1922 había llegado a los doscientos.
La
vida de aquellas gentes no debió ser nada fácil. Para llegar al pueblo, cuyas
primeras casas se encontraban a la altura del Corral del Concejo (actual Hogar
del Pensionista o Centro de Mayores), tenían que recorrer casi un kilómetro
atravesando terrenos sin pavimentar, convertidos en invierno en auténticos
lodazales.
Aquellos
pioneros tuvieron luego otros imitadores que hacia 1923 dieron vida al Barrio
de Salamanca, poblando la zona comprendida entre el Camino Ancho de Villarrubia
y la vieja carretera de Madrid.
Ambos
barrios estuvieron siempre olvidados, cuando no marginados por las autoridades
municipales. Carecían de todo tipo de servicios y hasta los médicos se resistían
a ir tan lejos para visitar a los enfermos. La línea del ferrocarril, símbolo
del progreso y de la comunicación, constituyó durante largo tiempo una
auténtica barrera, una especie de frontera para los manzanareños de uno y otro
lado de la vía férrea.
Entre
las personas que más lucharon por mejorar las condiciones de vida de los
habitantes de esta zona olvidada, dotándola de los servicios esenciales, es
preciso destacar a Antonio Pinés Núñez, conocido como “El tío del sebo”. Era un
hombre inteligente, laico, autodidacta e independiente, con un elevado sentido
de la honestidad y la justicia, que antepuso siempre la razón y la ética a los
fanatismos ideológicos o componendas partidistas. De forma tan valiente como
enérgica se enfrentó cuando fue necesario a las distintas Corporaciones
municipales, ya fueran alfonsinas, primorriveristas, republicanas o
socialistas, para reivindicar cuestiones tan básicas como el tendido de energía
eléctrica por el barrio, el reparto de agua potable por las cubas de los aguadores,
la visita a los enfermos por parte de los médicos de la Beneficencia o la
eliminación de las eras cercanas que, en tiempo de cosecha, ocasionaban
problemas respiratorios a los vecinos y un serio peligro de incendio por la
acumulación de paja en las proximidades de las viviendas.
Reconforta
ver que aún se conservan los hermosos y sugerentes nombres de las calles
bautizadas por aquel personaje tan singular. Ahí tenemos la calle de la Armonía, la de la Unión o la calle del Sol,
donde vivió tantos años hasta su muerte ocurrida en 1952. Sin embargo,
considero que nunca se le hizo justicia reconociéndole su elevado sentido
cívico y sus desvelos en pro del bienestar común de vuestros antepasados. Por
ello sería una gran idea hacerle un pequeño homenaje, dando su nombre al nuevo
Centro Social que estáis organizando; y que entre los primeros fondos
culturales del mismo esté una copia de aquel inolvidable periódico que fundó y
dirigió, denominado “El Cauterio Social” del que gracias a mi propia
iniciativa, y a la colaboración de la Concejalía de Cultura, conseguimos traer de la Hemeroteca Municipal
de Madrid la mayoría de los números, los cuales se encuentran depositados en la Biblioteca Municipal.
Ahí queda la sugerencia por si alguien la quiere recoger.
Entre
los elementos que confieren carácter a esta barriada, constituyendo de alguna
forma su señal de identidad, destacan sus escuelas, la ermita y esta amplia y
coqueta plaza ajardinada.
La
primera escuela que tuvo el barrio fue una Unitaria de niños, creada por R.O.
de 22 de febrero de 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Se instaló en
un local alquilado en la calle Armonía hasta que el 1 de agosto de 1927 se
trasladó a un edificio municipal de nueva planta, situado precisamente en el
mismo solar que ocupará el nuevo Centro Social. El primer maestro fue don
Enrique Santos Gómez, al que posiblemente todavía recuerden aquellos que peinan
abundantes canas.
La
escuela para niñas llegó en 1931 gracias al extenso programa de promoción
educativa impulsado por la Segunda República. Ambas compartieron el mismo
edificio hasta que en 1966 se trasladaron al nuevo grupo escolar de la calle
Vía de Ciudad Real, actualmente en funcionamiento.
En
cuanto a la ermita de la
Divina Pastora, que ha venido a dar nombre común a los tres
antiguos barrios del Calvario, Salamanca y Alamedilla, se creó mediante
aportaciones y donativos de particulares gracias a la iniciativa del sacerdote
franciscano-capuchino Cristino del Carpio, recientemente fallecido. Fue
inaugurada en 1964 por don Juan Hervás, obispo de la diócesis.
El
tercer elemento urbanístico que caracteriza esta zona es precisamente la
preciosa plaza donde nos encontramos, apreciada y cuidada con extraordinario
cariño por todos los vecinos. Como todos sabéis fue inaugurada hace un par de
años, al tiempo que se asfaltaban y embellecían todas las calles, gracias a la
gestión de la
Corporación Municipal presidida por Miguel Ángel Pozas, quien
tendrá siempre en el bagaje positivo de su actuación el haberse preocupado más
que ningún otro alcalde por la urbanización y mejora de los barrios periféricos
de la localidad.
Pero,
siendo importantes la escuela, la capilla y la plaza, los verdaderos
protagonistas del barrio y de su Historia sois vosotros, hombres y mujeres que
con vuestra colaboración y trabajo cotidiano estáis contribuyendo al progreso y
desarrollo integral de Manzanares.
Plaza de la Divina Pastora con la ermita al fondo
Y
como pregonar es decir públicamente, con voz alta y clara, algo que conviene
hacer llegar a todo el mundo, yo afirmo que aquel barrio marginal de principios
del siglo ha evolucionado extraordinariamente para bien, pasando a ser un
barrio con marcada personalidad, perfectamente integrado en la ciudad, que
crece y mejora día a día con la aparición de nuevos negocios y pequeñas
empresas. Un barrio capaz de proyectarse hacia el futuro con ilusión y
confianza que aparece hoy hermoseado, vestido con sus mejores galas, para
disfrutar de sus merecidas fiestas.
Vecinos
del barrio Divina Pastora, paisanos todos, despojaos del hábito de la rutina. ¡A
divertirse tocan!
Buena suerte y muchas gracias.
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