Publicado el año 2005
Las
inmensas fuerzas desatadas por la naturaleza en inundaciones, huracanes,
grandes incendios, tornados, erupciones volcánicas, etc. han sobrecogido a los
seres humanos desde su aparición sobre el planeta, poniendo de manifiesto su
debilidad e impotencia.
Los
movimientos sísmicos originados por el desplazamiento de las placas tectónicas
del subsuelo constituyen también, en ocasiones, eventos catastróficos para la
flora y fauna que habitan sobre la Tierra. En esta ocasión nos referiremos a una
serie de fuertes temblores ocurridos sucesivamente durante la mañana del
primero de noviembre del año 1755. Según las crónicas de la época el primero
tuvo lugar hacia las 9´50 horas, el segundo a las 10 y una tercera réplica, de
menor intensidad, a las 12. La causa de aquel extraordinario fenómeno natural
fue un violento choque de placas en la falla Azores-Gibraltar, con epicentro en
pleno Océano Atlántico; concretamente en el punto 37º Norte, 10º Oeste, frente al
cabo de San Vicente. Sus efectos se dejaron sentir en casi toda la península,
afectando gravemente al sur de España y Portugal. (1)
Las
ondas de choque destruyeron prácticamente la ciudad de Lisboa, ocasionando la
muerte a un elevado número de personas que, según las fuentes, oscila entre
20.000 y 50.000, e hiriendo a muchas más. Casablanca, en el norte de África,
resultó también prácticamente arrasada. En España muchos pueblos y ciudades se
vieron afectados, siendo la intensidad de los daños directamente proporcional a
la cercanía con el epicentro. En Córdoba no hubo desgracias personales pero
causó gran consternación y espanto. Las gentes corrían despavoridas tratando de
ponerse en seguridad llenos de terror al ver la vibración de muros y columnas y
el crujir de techos y retablos. Numerosos edificios sufrieron estragos, entre
ellos la Capilla Mayor
y la torre de la
Catedral. De ésta se desplomaron una cornisa, una balaustrada
y otras piezas menores. El segundo cuerpo del antiguo alminar se abrió por los cuatro
frentes. También se vieron afectados los campanarios y muros de varias iglesias fernandinas como las de San Lorenzo
y Santa Marina. (2) En Sevilla hubo nueve víctimas mortales; entre el 6 y el 7
% de las viviendas se hundieron y casi el 90 % quedaron afectadas en mayor o
menor medida. Parte de las antiguas murallas se arruinaron ante la brutal
embestida de una fuerza invisible, e incluso la emblemática Giralda resultó
seriamente dañada. En Madrid sólo murieron dos niños como consecuencia de la
caída de cascotes desprendidos de sendos colegios.
El
conocido como “terremoto de Lisboa” produjo grietas y derrumbes parciales en
numerosos monasterios, conventos, iglesias, castillos, palacios, catedrales,
torres y otros grandes edificios situados en el suroeste del territorio
nacional.
Tan
destructivo y mortífero como el terremoto resultó el tsunami que sobrevino a
continuación. El mar se retiró de la costa entre uno y dos kilómetros para
volver luego bruscamente. Inmensas olas marinas azotaron las costas de
Portugal, Huelva y el Golfo de Cádiz con una fuerza gigantesca. La enorme
presión del agua rompió las milenarias murallas de Cádiz desplazando de su
lugar, decenas de metros, enormes piedras de 8 a 10 toneladas de peso.
Algunas embarcaciones se hundieron, el puerto sufrió importantes daños y en los
pueblos costeros hubo miles de muertos y desaparecidos.
El
único testimonio que ha llegado hasta
nuestros días de cómo se vivió aquel terremoto en nuestro pueblo nos lo dejó el
sacerdote Alfonso Joseph Navarro Marquina, cura teniente de la parroquial de la
villa en aquel momento. Al iniciarse el seísmo se encontraba en la iglesia
diciendo la misa de difuntos por el alma de Juan Fernando de Cuebas, fallecido
el día anterior. Una vez recuperada la calma tuvo el acierto de reflejar
brevemente su dramática experiencia al pie del folio 150 vuelto, del libro nº 5
de Defunciones, texto que reproduzco a continuación: (3)
En primero
día de Nobre de este año de
1755, estando el cadáver de la partida antecedente in medio eccE en el feretro,
al empezar yo a entonar en el coro la ultima seccion de la vigilia para bajar
al oficio de sepulturas, siendo la hora de las diez de la mañana empezo un
temblor de tierra, tan espantoso que toda la fabrica de la Iglesia, y su torre,
estuvo el espacio de casi un cuarto de hora en un movimiento continuo, y tan
violento, que parecía, según á un lado y otro se inclinaba, que se arruinaban
los edificios; de que se originó que todas las personas que estaban en el
templo huieron de él, atemorizadas del estruendo que causaba el terremoto, y
con grande pavor y miedo pues parecía que avía llegado el juicio final: Y
aunque en pueblos comarcanos hubo muchas ruinas y desgracias, pues fue este
temblor general, en éste, por la misericordia de Dios, no se experimento
alguna, ni aun la mas leve en personas ni edificios, y mas por menor se
hallaran muchos estragos en anotaciones de algunos curiosos. Y yo lo anoto aquí
pa memoria en dicho mes y año.
Después del terremoto hize el oficio de sepra,
y celebré misa maior.
Br Navarro
Como se
deduce de la nota anterior los dos primeros movimientos, producidos en el corto
periodo de 10 minutos, se apreciaron prácticamente en nuestro pueblo como uno
solo de casi un cuarto de hora. A pesar de una duración tan prolongada, y de la
fuerte intensidad de las oscilaciones, nuestros antepasados tuvieron mucha
suerte, ya que, según el bachiller Navarro, el gran terremoto de 1755 apenas tuvo
consecuencias para Manzanares y todo quedó en un gran susto.
NOTAS
1.- CARRASCO, Sebastián. Revista Protección Civil nº 9.
Septiembre 2001. Ministerio del Interior.
2.- RAMIREZ DE LAS CASAS DEZA Luís María. Anales de la Ciudad de Córdoba.
Tipografía Artística. 1948.
3.- Libro Registro de Defunciones nº 5. Folio 150 v. Archivo
Parroquial de Nuestra Señora de la
Asunción.
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