Publicado el año 2004
Indagando
entre los fondos de la
Biblioteca Municipal de Córdoba tuve la suerte de encontrar
un curioso documento impreso, relacionado con Manzanares, completamente
desconocido hasta ahora por los historiadores locales. Se trata de una amplia
carta firmada por D. Bernardino García,
sacerdote que ejerció como párroco titular de la villa desde 1856 a 1858; es decir, la máxima
autoridad eclesiástica en el momento en que se nombró a Jesús del Perdón Patrón
de Manzanares. La misiva, de evidente estilo decimonónico, es una despedida
afectuosa dirigida a sus feligreses, a quienes consuela e imparte consejos
paternales tras haber sido cesado de forma fulminante, como él mismo explica,
por orden del Tribunal de Órdenes Militares. En ella acata humildemente el
expeditivo dictamen del tribunal, derivado, según el autor, de las calumnias
levantadas por sus adversarios, a quienes considera movidos por pasiones o
ignorancia más que por malicia. Por otra parte, la carta muestra la
extraordinaria influencia del clero en todos los ámbitos de aquella sociedad,
tan distinta a la actual, circunscrita a una
estrecha moral católica de pensamiento único en lo espiritual.
La
aparición de la carta en Córdoba invita a pensar que D. Bernardino fuera
trasladado forzosamente a aquella diócesis o que pasara en dicha ciudad los
últimos años de su vida; sin embargo no he logrado encontrar ninguna mención en
el Boletín Oficial del obispado cordobés. Tampoco sabemos si la citada carta
llegó a distribuirse en nuestro pueblo.
Consciente
de que todo aporte documental suministra algún dato útil y abre caminos a
futuras investigaciones, paso a transcribir literalmente la carta del párroco,
sin efectuar ninguna corrección ortográfica, para su general conocimiento.
DESPEDIDA
DEL
PÁRROCO
DE MANZANARES
A
SUS FELIGRESES
Mis muy amados en Jesucristo: tres años
va a hacer, que S.A. el Tribunal de las Ordenes militares, se dignó nombrarme
Párroco de esta villa, en virtud de oposición pública que hice en 1851. El mismo superior Tribunal acaba
de destituirme, según de oficio lo comunica ayer el señor Gobernador
eclesiástico del Campo de Calatrava. De modo que, dentro de pocas horas no
viviré entre vosotros.
Desde
hoy, ya no podré anunciaros la palabra de Dios desde el Púlpito; ni exhortaros
desde el Altar Mayor acabada la
Misa; ni explicar la Doctrina cristiana por las tardes a vuestros
hijos é hijas, tiernos pedazos de vuestro corazón, como lo hice hasta aquí sin
falta, todos los domingos y dias festivos. No escuchareis, pues, mi voz; y no
pudiendo hablaros ya de palabra, lo hago por escrito para despedirme de todos á
la vez, que el visitaros á cada uno en particular, como lo desearía, veis que
no es posible. No, pues no lo sufre mi alma despedazada ayer en la Iglesia, al ver vuestra
tristeza, vuestros sollozos, y las abundantes lágrimas que derramábais, cuando
acabada la explicación del Santo Evangelio después de ofrecido el augusto
sacrificio, comencé a salir de el templo. No os quejeis sino os dije una sola
palabra de despedida, limitándome á esplicar el Sagrado texto, en los mismos
términos, y del mismo modo que ántes: que al hacerlo así, mi intencion era
buena; la de ahorraros, siquiera algunos momentos mas, la pena que ibáis á
experimentar al saber de mi boca, que nuestra separacion no tenia remedio.
Mas
lo adivinó vuestro amor, sin duda por las noticias que circulaban estos dias, y
porque yo no tuve quizá hartas fuerzas para ocultar mi emocion, comprimiéndola
dentro del pecho. Quise hacerme fuerte, mas al cabo mis lágrimas se mezclaron
con las vuestras. De amor y agradecimiento, eran las que arrasaban mis ojos, y
de consuelo tambien: sí, el mayor que de la tierra he recibido en toda mi vida,
y el único que he experimentado, de ocho meses á esta parte. ¿Cómo quereis que
vaya a cada una de vuestras casas ?Volveriamos á llorar, y basta ya de llanto.
En cosas mas importantes debemos ocuparnos: encomendemos á Dios á los que sean
causa de esta ausencia, no por malicia, sino ciegos de pasion y de ignorancia
los infelices: consuela el saber que son muy pocos, y la esperanza de que
reconocerán su hierro.
Escuchadme
con atención una vez mas, por ser la postrera; y ¡ojalá queden grabados en
vuestros corazones, las cosas que voy á deciros! Que si quedarán, porque no se
olvidan nunca las últimas palabras de quien nos ama; y vosotros sabeis que yo
os amo en el Señor, así como yo sé, que vosotros tambien me amais.
¿No
es verdad que me amais ? Sí; porque habeis visto mis obras, y presenciado mis
acciones, dentro y fuera de mi casa; y por eso no habeis creido las calumnias de mis adversarios, antes
bien os habeis compadecido de tanta miseria, persuadidos vosotros de que no he
cometido, por la misericordia de Dios, ningun crimen ni delito, por el cual
haya merecido que se disminuya el afecto, que hasta lo último me habeis
mostrado. Y fue grande desde el principio: os doy las gracias con todo mi
corazon; y jamás olvidaré, que á los pocos dias de estar entre vosotros, bastó
una sola exhortacion que os dirijí el dia de los Santos Apóstoles San Pedro y
San Pablo, para que todos, ricos y pobres, sacerdotes y seglares, autoridades y
súbditos, amos y criados, hombres y mujeres y aun niños y niñas, os
apresurareis, no á dar en vuestras casas, como limosna, sino a llevar a la Sacristía vuestras
ofrendas, con piadosa liberalidad, para reedificar
el templo y decorar la casa del Señor, que bien sabeis como estaba ántes.
Mas de cincuenta mil reales se gastaron, y esto lo haciais á pesar de la
mala cosecha, ¡abundantes os la
dé el Señor! y mientras en otras ciudades y pueblos se derramaba, ¡qué dolor!
profusamente la sangre de nuestros hermanos, por el ciego furor de las pasiones
politicas.
Tambien
dio entonces a mi voz el Pastor celestial, eficacia, y desaparecieron, por
vuestra docilidad, las dificultades para la reedificación del Convento, que se hacia así mismo, a expensas de
vuestras limosnas; y las Religiosas,
hasta entonces ausentes, por haberse arruinado el edificio, pudieron volver, y
habitar su amado claustro en vuestro pueblo.
Habeis
asistido con puntualidad a todos los sermones, desde el primero hasta el
último; y vuestra hambre espiritual no quedaba satisfecha, y esperábais
constantemente oir, antes de volver a vuestras casas, las advertencias ó
exhortaciones, que brevemente acostumbraba a haceros desde el Altar, acabada la
misa Conventual. Y no os habeis contentado solamente con oir; sino que
sabiendo, que no es bienaventurado el que oye la palabra de Dios, sino que es
menester cumplirla; habeis procurado practicar desde luego la Doctrina cristiana, por
el ejercicio de las virtudes, y frecuencia de los Santos Sacramentos.
¡Con
cuánto regocijo os escuchaba en el confesionario, siempre, y en especial los
sábados por la tarde, en que acudiais a fin de disponeros mejor á recibir el
Sacramento augusto, a la mañana siguiente! y ¡cuánto placer inundaba mi alma,
mientras preparaba a vuestros inocentes hijos para la primera Comunión!
¡Consérveles el Señor la gracia que les confirió, á todos ellos, y á vosotros,
por su infinita misericordia!
Seguid
siempre haciendo esto mismo: y estad seguros, de que el Soberano pastor de los
pastores, Jesucristo, os enviará, si se lo suplicais con humildad, confianza y
perseverancia, otro Párroco; que cortado á medida del corazon de Dios, como
David, llene sin las imperfecciones mias, bien y cumplidamente todos los
deberes del Sagrado Ministerio, que estoy yo tan lejos de haber llenado, por mi
insuficiencia, achaques y falta de celo, aunque no de buena voluntad. Sí,
amados mios, pedid á Dios un buen Párroco: pues de él depende en gran parte,
que haya union en el pueblo, paz en las familias, fidelidad entre los esposos,
verdadero amor en los padres, obediencia en los hijos, respeto y laboriosidad
en los criados, prudencia en las autoridades, cordial sumision en los súbditos,
resignación cristiana y conformidad en los pobres, caridad y largueza en los
ricos, paz y bienaventuranza en los ciudadanos, y eterna salvacion para todos.
Con
todos vosotros hablo, amados hijos mios: que
los que mandan hoy, usen de la autoridad, como conviene entre hermanos, y con
la justicia y templanza que emplearian, si mañana hubieran de ser mandados:
y los que obedecen, háganlo con aquella sumision y respeto, con que quisieran
ser obedecidos. Los Sacerdotes, mis compañeros ayer, y mis muy amados hermanos
siempre, no se arrepentirán a la hora de la muerte, que es inevitable, de haber
practicado lo que en diversas ocasiones y conferencias privadas, he procurado
inculcarles, de palabra y con el ejemplo: teniendo presenta además, que a
nosotros muy particularmente, van dirigidas esas palabras del Señor: sed perfectos, como vuestro Padre celestial: y que muchas veces lo que en un seglar no
es culpa, sino falta; en un Sacerdote, llega á ser un pecado grave; pues como
dice San Bernardo: nugae in ore
secularis nugae; in ore aulem sacertotis blasfemiae. Ruégoles por las entrañas
de Jesucristo, caritativamente me perdonen, todo cuanto en mí hayan visto de
menos edificante.
Ancianos:
aprovechad los dias que de esta vida os quedan, que por fuerza han de ser
pocos, y después de la muerte no hay remedio, porque está escrito: que al lado que caiga el árbol, allí quedará: edificad á los jóvenes con vuestra devocion,
gravedad y honradez: acordándoos de que el Espíritu Santo detesta al niño de
setenta años.
Jóvenes:
sed fervorosos cristianos, y sereis buenos hijos: huid de la ociosidad, de las
casas de juego, y de las malas compañías: sed obedientes a vuestros padres,
respetad las canas, acordándoos de que vosotros tambien llegareis a tenerlas,
si ántes la enfermedad no consume vuestra robustez, y la muerte no acaba con
vuestra vida.
Doncellas:
sed castas, viviendo recogidas; pues la flor blanca y pura de la virginidad, se
marchita y deshoja al menor soplo de aire mundanal; y una vez perdida, es como
el vidrio quebrado, que no admite compostura, y jamás se recobra. No apetezcais
el lujo en el vestir, sino la modestia en todas las cosas, y tened grabadas en
vuestro corazon estas palabras del Espíritu Santo: la gracia del cuerpo es engaño; y la hermosura cosa
vana, la mujer temerosa de Dios, es la que merece alabanzas. Sed devotas de María Santísima, y estad
seguras de que la Vírgen
de las Vírgenes, os cubrirá con su manto, concediéndoos su proteccion
poderosísima, y llegareis a ser Vírgenes de alma y de cuerpo, como lo desea San
Pablo.
Viudas:
vosotras vivireis santamente, y endulzareis las penas y tristeza de vuestro
estado, mereciendo mucha honra; si os apartais de diversiones públicas
peligrosas, y gustosamente os privais de las falsas delicias del mundo: dad
buen ejemplo á las jóvenes, practicando todas las virtudes, y tendreis premio
eterno.
Padres
y madres: educad santamente a vuestros hijos: no os injurieis ni maltrateis el
uno al otro, delante de ellos por lo menos, aunque no debeis maltrataros nunca.
Pues si no os respetais mútuamente. Creedme, se disminuirá, de cierto, el
respeto que vuestros hijos os deben. De vuestro ejemplo aprendan a ir a Misa, á
rezar, y á recibir los Santos Sacramentos: y no a mentir, ni á murmurar, ni á
maldecir, ni a jurar, ni a cometer ningun otro pecado, de palabra ni de obra.
Vereis entonces como os aman, y os obedecen, y son vuestra corona y alegria, en
vez de causaros tristeza, humillacion y disgustos.
Esposos:
sed tiernos y cariñosos, soportando con paciencia y con caridad los defectos
que en cada uno de vosotros son inevitables a la humana flaqueza; y amaos como
lo que sois, por el Sacramento, una sola carne.
Mujeres:
vivid sujetas a vuestros maridos: la que huye de esta santa sujeción, buscando
libertad, encontrará esclavitud; y en vez de placeres, pesares; hiel
amarguísima y no dulzura; degradacion e
ignominia, no honra no consideraciones: y después de la muerte,
tormentos sin fin.
Ricos:
¿amais vuestros bienes?¿Los amais tanto que quisiérais llevároslos á la otra
vida? Yo os diré cómo: repartid con largueza a los pobres abundantes limosnas,
y encontrareis en el cielo vuestros tesoros: mirad que rico Epulon, no se dice,
que hubiera sido avaro, ni adúltero, ni fornicario, ni blasfemo, ni que hubiera
cometido ningun otro delito grave; y se condenó, como sabemos, solo por no
haberse apiadado del pobre Lázaro necesitado y enfermo. Ya se que sois
caritativos, lo sois mucho, y me complazco en confesarlo; pero os exhorto a que
crezcais en caridad, porque se acrecentará vuestra dicha aun temporal; que no
en vano dijo Jesucristo: MAS VALE DAR QUE RECIBIR.
Pobres: la fuente de riqueza, es el trabajo; y la
mayor honra del hombre, es ser trabajador: aplicaos, pues, al trabajo, cada
cual en su oficio. Todos los oficios son buenos á los ojos de Dios, y
honestos á los de los hombres. Con que seais laboriosos, aplicados, y tengais
buen órden y arreglo en vuestras casas; disminuirá, yo os lo aseguro, la
miseria, y crecerá vuestro bienestar. Frecuentad la Iglesia; no la taberna, ni
las casas de juego. No abuseis del vino, que ocasiona lujuria, ni del juego,
que acarrea pendencias, y heridas, y hurtos, y después la cárcel, y otras cosas
peores. Ni espereis mejorar, con trastornos politicos ni sediciones. Siempre
habrá pobres y ricos, como hasta aquí; y los habrá hasta el fin de los siglos,
como lo enseñó Jesucristo, y lo confirma la experiencia. No son los ricos vuestros enemigos; sino quien os diga que podreis
medrar sin trabajar. Ese tal os engaña: á la perdicion os lleva y á la muerte.
Aunque
la providencia que de vosotros me separa os parezca dura, ó que al dictarla no
se hayan seguido escrupulosamente las prescripciones legales, como ya se ha
dicho; respetadla, sin embargo, llenos de sumisión, como yo la respeto: y mucho
mas, reverenciad al superior Tribunal de que procede; pues su autoridad, es la
autoridad del Romano Pontífice, y de S.M. la Reina Nuestra Señora, en cuyos
augustos nombres obra: y bien sabeis, que después del Santo Rosario, hemos
pedido siempre vosotros y yo, por el Papa, único jefe visible de toda la
Iglesia, y por S.M. la Reina Nuestra Señora (Q.D.G.), como cumple á hijos de
tal Padre, y súbditos fieles de esta gran nacion y de tal Reina. Seguid siempre
haciéndolo así , como debeis, no por mera devocion; sino persuadidos de que es
una obligación impuesta por San Pablo á todos los cristianos. Rogad tambien por
S.M. el Rey, por el augusto y tierno Príncipe de Asturias, y por toda la Real
familia: por todos los Ministros y Autoridades, y por todos los Obispos y
Sacerdotes; porque gobiernan y dirigen el Estado en lo temporal, y en lo
espiritual la Iglesia; sin olvidar a ninguno de sus miembros, que son todos los
fieles de todas las naciones, y paises de la tierra; y tambien por todos los
hombres de cualquier país y lengua: pues ya sabeis, que todos los hombres somos
hermanos, criados por el mismo Dios, y redimidos por un mismo Redentor, que es
Jesuscristo. Perdonadme á mí, si por ignorancia, ó inadvertidamente, algun mal
ejemplo os he dado; habrán sido muchos: que al cabo soy hombre, y como tal,
sujeto á todas las miserias y flaquezas de la humanidad.
Amaos mucho los unos á los otros, os diré yo al concluir repitiendo el dulcísimo precepto del amor, que tanto recomendó nuestro Divino Maestro: y no os contenteis con amar solo á vuestros amigos, que son los que os hacen favores; porque esto tambien lo hacen los gentiles. Vosotros habeis de amar, aun a vuestros enemigos, que son los que os hacen, u os han hecho mal; sea en vuestra hacienda, causandoos daños; sea en vuestras personas, ocasionándoos disgustos ó pesadumbres, calumnias ó difamaciones, o de cualquiera otro modo. Así lo hizo Jesucristo, nuestro celestial modelo, perdonando desde la cruz a los que, le habian deshonrado, vilipendiado, azotado, escarnecido y enclavado en ella. Por mi parte, con toda la sinceridad de mi alma os aseguro, que perdono de todo corazon a cualquiera que me haya ofendido ó calumniado, si es que en todo el pueblo existiese alguno, que, por efecto de la humana flaqueza, haya podido tener semejante desgracia. Perdonadlo vosotros tambien: y si por ventura, alguien llegase á hablar mal de mí, ya ausente, no me defendais, ni volvais por mi honra, no; antes bien, encomendadlo a él á Dios.
Amaos mucho los unos á los otros, os diré yo al concluir repitiendo el dulcísimo precepto del amor, que tanto recomendó nuestro Divino Maestro: y no os contenteis con amar solo á vuestros amigos, que son los que os hacen favores; porque esto tambien lo hacen los gentiles. Vosotros habeis de amar, aun a vuestros enemigos, que son los que os hacen, u os han hecho mal; sea en vuestra hacienda, causandoos daños; sea en vuestras personas, ocasionándoos disgustos ó pesadumbres, calumnias ó difamaciones, o de cualquiera otro modo. Así lo hizo Jesucristo, nuestro celestial modelo, perdonando desde la cruz a los que, le habian deshonrado, vilipendiado, azotado, escarnecido y enclavado en ella. Por mi parte, con toda la sinceridad de mi alma os aseguro, que perdono de todo corazon a cualquiera que me haya ofendido ó calumniado, si es que en todo el pueblo existiese alguno, que, por efecto de la humana flaqueza, haya podido tener semejante desgracia. Perdonadlo vosotros tambien: y si por ventura, alguien llegase á hablar mal de mí, ya ausente, no me defendais, ni volvais por mi honra, no; antes bien, encomendadlo a él á Dios.
Y
vosotros, padres y madres, os lo encargo otra vez, cuidad con esmero de
vuestros hijos e hijas, y muy particularmente os encomiendo a los que por su
tierna edad, los miro yo como sabeis, con especial ternura y cariño: y ya que a
mí me será imposible enseñarles como hasta aquí, las verdades de la Religion,
que con tanto afan aprendian ellos: recordádselas vosotros, para que no pierdan
jamás el tesoro de la inocencia, o sepan buscar el perdon y volver al camino de
la virtud, si de ella en adelante, por fragilidad tienen la desgracia de
apartarse.
Adios,
pues, amados mios, a Dios quedad. Ya no os bendeciré a vosotros ni a ellos
desde el Altr, después de la Doctrina, y acabada la oracion de la tarde; mas no
os desconsoleis por eso; otros Sacerdotes os quedan, mejores que yo; y sobre
todo Dios, que los bendecirá desde el cielo, Jesucristo desde el Sacramento
Santísimo, y la Vírgen María, Nuestra Madre, desde la Gloria; y desde donde
quiera que se halle, a vuestros hijos y a vosotros os amará siempre, siempre,
encomendándoos a Dios en sus tibias oraciones, el mas indigno de los
Sacerdotes, que fue vuestro Párroco, y nunca os olvidará.
BERNARDINO
GARCÍA.
Manzanares 31 de enero de 1859.
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