ARTÍCULOS HISTÓRICOS

8 de mayo de 2012

EPIDEMIAS DE CÓLERA EN MANZANARES DURANTE EL SIGLO XIX

Publicado el año 2002

 

La falta de higiene derivada de la miseria y el subdesarrollo, constituyó en tiempos pasados el caldo de cultivo apropiado donde proliferaron todo tipo de enfermedades infectocontagiosas que, en ocasiones, derivaban en auténti­cas epidemias o pandemias diezmando a las poblaciones afectadas.
El desconocimiento de los agentes y vías de transmisión, unido a la ineficacia de los tratamien­tos prescritos por la ciencia médica, envolvía dichas plagas en un halo misterioso y terrible que la ignorancia popular asociaba inevitablemente con castigos divinos.
Entre las enfermedades más temi­das por su elevada mortalidad estaba el cólera morbo, que afectó periódicamente a Manzanares en tres ocasiones a lo largo del siglo XIX.
El cólera es una enfermedad intestinal de carácter infeccioso, procedente de Asia, que se incuba rápidamente en un periodo de uno a cinco días. Está producida por una bacteria de forma curvada de 2 a 3 micras de longitud, el Vibrio Cholerae, que invade el organismo a través del aparato digestivo. Es propagada principalmente en verano por el agua contaminada, por la ingestión de alimentos frescos infectados o por contacto directo, de ahí su gran poder contagioso.

Fotografía del vibrio cholerae obtenida con microscopio electrónico

El primer brote apareció en Manzanares en julio de 1834 y tuvo como fatal resulta­do la muerte de 260 personas en sólo dos meses, desapareciendo repentinamente al terminar los calores del estío.
Podemos imaginar el pavor que aquella tremenda mortandad levantaba entre el reducido vecindario de Manzanares, que contaba entonces con unos 7.600 habitantes, y su desesperación al comprobar que las fumigaciones con azufre, los sahumerios de romero, las cataplasmas y lavativas laudanizadas, únicos trata­mientos aplicados entonces, resultaban completamen­te ineficaces.
En los libros de medicina de aquella época se escribía: El cólera es una infección y carbonización de la sangre que coagula y todo lo descompone produciendo frío de muerte, fuerte diarrea, vómito y calambres, descomponiendo también los rasgos ordinarios del rostro y ojos que acusan su gravedad; tanto más intensa cuanto más sea el miedo y terror que se le tengan; bastando en muchos casos y en épocas de epidemia tenerle miedo para indisponerse y provocarle. (1)
Para mejor entender los dramáticos efectos de la epidemia comparemos algunos datos estadísticos:
 

El segundo ataque de cólera sobrevino en el verano de 1855. En estas fechas la microbiología estaba dando sus primeros pasos. Aunque el médico italiano Filippo Pacini había conseguido el año anterior observar la bacteria al microscopio, estaban aún por aclarar los mecanismos de transmi­sión y no se disponía de ningún medicamento curativo. Lo que sí se conocían eran los síntomas y efectos, descritos minuciosa­mente en los libros de medicina. En un primer periodo: cansancio, malestar, dia­rrea, vómitos y náuseas. En el segundo estadio: lengua fría, lívida, violada y boca medio seca; no hay apetito, gran sed, eructos, hipo, vómitos continuados blanquecinos, insípidos, coposos, que parece agua de arroz, diarrea frecuente y abundante involuntaria con grumos albuminosos blanquecinos; abdomen refugiado y doloro­so; pulso pequeño, frecuente, deprimido, filiforme; el corazón late débilmente, respi­ración débil y dificultosa, opresión en el pecho, sofocación y voz cascada, aliento frío y nauseabundo, orina albuminosa y casi nula, calambres penosos y dolorosos, clara inteligencia y alguna vez delirio. Nariz afilada y fría, ojos hundidos, demacración, enfria­miento general, piel áspera y seca, o sudor abundante y pegajoso. En la tercera fase, alrededor del sesenta por ciento de los afectados moría. El resto, sin saber porqué, reaccionaba, los síntomas disminuían gradualmente y curaban.
  
                        Filippo Pacini, médico italiano que aisló la bacteria del cólera

Este segundo ataque produjo en Manzanares 133 muertes (sin incluir los menores de siete años, que, al no haber recibi­do la primera comunión, se contabilizaban aparte). Comenzó el 10 de julio con la defun­ción de una mujer de 40 años llamada Eulogia López, huésped de una de las posadas de la villa, y se prolongó hasta mediados de septiembre. (3)
El miedo a ser contagiado hacía que las gentes rehuyeran las casas de los afectados, siendo verdaderamente difícil encontrar personas dispuestas a atender a los enfermos, e incluso hacer testamento por la "desapari­ción" de los escribanos. (4)
Frente a estas actitudes de inhibición y alejamiento, destacó la abnegación, diligencia y celo profesional del médico D. Alfonso González-Mellado Buenasmañanas, quien no escatimó esfuerzos en la lucha contra la plaga, atendiendo y reconfortando a cuantos enfermos reclamaban su presencia. Aquella meritísima labor fue reconocida por las autoridades locales que intercedieron ante la reina Isabel II para que condecorase al Sr. González-Mellado con la Cruz de Beneficiencia  dada la valiente y generosa actitud que mantuvo en todo momento durante el tiempo que duró la calamidad. (5) Tras su fallecimiento en 1907, el Municipio quiso honrar su memoria dando el nombre de Alfonso Mellado a una calle de la localidad.
 
 
La última aparición del cólera tuvo lugar en 1885. La primera víctima fue Alfonso Taviro Sánchez de 36 años, fallecido el 5 de agosto. Era natural de Membrilla y vecino de Manzanares con residencia en la calle del Rayo. La epidemia alcanzó su máxima difusión a mediados de mes y se prolongó hasta finales de septiembre. (6)
Para entonces los estudios del bacteriólogo alemán Robert Koch habían puesto en evidencia la intervención de los microorganismos en la aparición de las enfermedades y los principales mecanismos de propagación. Por ello, al hacer su aparición la epidemia, se pudieron adoptar algunas medidas preventivas como el aislamien­to, la desinfección de ropas o el consumo de agua hervida. Ello explica que solamente fallecieran en esta ocasión 39 personas (24 varones y 15 mujeres), como indica el doctor D. Agustín Quevedo en su Estudio Topográfico-Médico de Manzanares. (7)
 
Entre las personas que destacaron en la lucha contra la extinción de la enfermedad se encontraba el propio alcalde, D. Juan Sánchez-­Cantalejo García de la Calera, médico notabilísimo que en tan luctuosos días no descansó ni regateó medios para conseguir la inmunidad de su pueblo; la labor por mil conceptos laudable por él reali­zada, digna de su gratitud perpetua, impidió que la epidemia se cebase en este vecindario que en los barrios extremos, apiñados en reducidas viviendas, estaba como destinado a ser pasto de la voracidad de tan terrible huésped. (8)  

En general podemos observar en las estadísticas el fuerte incremento de la morta­lidad durante los meses de verano, debida a frecuentes casos de gastroenteritis, colitis, disentería y otras afecciones intestinales provocadas por la proliferación de bacterias en el agua y el consumo de alimentos conta­minados, manipulados sin los más elementa­les cuidados y sin contar con medios apro­piados para su conservación. Ello explica que en 1886 el número de defunciones fuera aún mayor que en 1885 sin haberse declarado oficialmente ninguna epidemia.

 
El médico alemán Heinrich Hermann Robert Koch en su laboratorio

Por suerte para nosotros, los avances higiénico-sanitarios en la manipulación y conservación de los alimentos, la cloración sistemática del agua y el descubrimiento de la penicilina en 1928 por el eminente bacteriólogo Alexander Fleming, han logra­do que lacras como la peste, la malaria, el cólera, la tuberculosis y otras enfermedades de origen microbiano hayan sido superadas. La ciencia ha ganado muchas batallas, pero los investigadores habrán de seguir comba­tiendo contra los virus y los efectos de incontables agentes cancerígenos que ahora nos amenazan. En ellos confiamos.

NOTAS

1 y 2.- LÓPEZ CAMUÑAS, José, Enfermedades de la mujer y de los niños. Páginas 121 y 196. Imprenta y librería de Ramón Clemente Rubisco. Ciudad Real. 1897.
3.- Libro registrado de defunciones n°17. Página 85 v Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.
4.-Por ejemplo Vicente Noblejas López, fallecido el 30 de julio de 1834 a consecuencia de la epidemia colérica, tuvo que hacer testamento ante cinco testigos por no hallar escribano que recogiese su última voluntad, según consta en la inscripción realizada en el libro de defunciones n° 14 del Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.
5.- D. Alfonso González-Mellado Buenasmañanas nació en Manzanares el 6 de diciembre de 1816, era hijo de Pedro González-Mellado y María Catalina Buenasmañanas. Permaneció toda su vida soltero, dedicado a la medicina y al ejercicio de la caridad. Hombre extraordinariamente piadoso y humanitario sufragó las obras realizadas en la Ermita de Nuestro Padre Jesús del Perdón en 1883 e impulsó la reconstrucción del Hospital-Asilo en 1885, edificando a sus expensas la capilla de dicha institución dedicada a San Ildefonso. Tras su fallecimiento en Madrid el 9 de febrero de 1907 su cadáver fue trasladado a Manzanares para recibir sepultura en la capilla del Hospital-Asilo que él levantara. Por su parte el Ayuntamiento quiso perpetuar su memoria poniendo el nombre Alfonso Mellado a una calle de la localidad.
6.- Libro de Defunciones n° 10. Inscripción 66. Registro Civil de Manzanares.
7.- QUEVEDO RODRÍGUEZ-MANZANARES, Agustín. Estudio Topográfico-Médico de Manzanares. Real Academia de Medicina de Barcelona.
Las cifras dadas por el doctor Quevedo difieren ligeramente de los datos aportados por el Registro Civil donde aparecen 43 fallecidos a causa del cólera morbo.
8.- PEDRERO GARCÍA-NOBLEJAS, Alfonso. Memoria de la Casa de Caridad y Asilo de Pobres de Manzanares. 1923


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