Publicado el año 2002
La falta de
higiene derivada de la miseria y el subdesarrollo, constituyó en tiempos
pasados el caldo de cultivo apropiado donde proliferaron todo tipo de
enfermedades infectocontagiosas que, en ocasiones, derivaban en auténticas
epidemias o pandemias diezmando a las poblaciones afectadas.
El
desconocimiento de los agentes y vías
de transmisión, unido a la ineficacia de los tratamientos
prescritos por la ciencia médica, envolvía dichas plagas en un halo misterioso
y terrible que la ignorancia popular asociaba inevitablemente con castigos
divinos.
Entre las enfermedades
más temidas por su elevada mortalidad estaba el cólera morbo, que afectó
periódicamente a Manzanares en tres ocasiones a lo largo del siglo XIX.
El cólera es una enfermedad intestinal de
carácter infeccioso, procedente de Asia, que se incuba rápidamente en un
periodo de uno a cinco días. Está producida por una bacteria de forma curvada
de 2 a 3 micras de longitud, el Vibrio Cholerae, que invade el organismo
a través del aparato digestivo. Es propagada principalmente en verano por el
agua contaminada, por la ingestión de alimentos frescos infectados o por
contacto directo, de ahí su gran poder contagioso.
Fotografía del vibrio
cholerae obtenida con microscopio electrónico
El primer brote apareció en Manzanares en
julio de 1834 y tuvo como fatal resultado la muerte de 260 personas en sólo
dos meses, desapareciendo repentinamente al terminar los calores del estío.
Podemos imaginar el
pavor que aquella tremenda mortandad levantaba entre el reducido vecindario de
Manzanares, que contaba entonces con unos 7.600 habitantes, y su desesperación
al comprobar que las fumigaciones con azufre, los sahumerios de romero, las
cataplasmas y lavativas laudanizadas, únicos tratamientos aplicados entonces,
resultaban completamente ineficaces.
En los libros de
medicina de aquella época se escribía: El cólera es una infección y
carbonización de la sangre que coagula y todo lo descompone produciendo frío de
muerte, fuerte diarrea, vómito y calambres, descomponiendo también los rasgos
ordinarios del rostro y ojos que acusan su gravedad; tanto más intensa cuanto
más sea el miedo y terror que se le tengan; bastando en muchos casos y en
épocas de epidemia tenerle miedo para indisponerse y provocarle. (1)
Para
mejor entender los dramáticos efectos de la epidemia comparemos algunos datos
estadísticos:
El segundo ataque de
cólera sobrevino en el verano de 1855. En estas fechas la microbiología estaba
dando sus primeros pasos. Aunque el médico italiano Filippo Pacini había
conseguido el año anterior observar la bacteria al microscopio, estaban aún por
aclarar los mecanismos de transmisión y no se disponía de ningún medicamento
curativo. Lo que sí se conocían eran los síntomas y efectos, descritos
minuciosamente en los libros de medicina. En un primer periodo: cansancio,
malestar, diarrea, vómitos y náuseas. En el segundo estadio: lengua fría,
lívida, violada y boca medio seca; no hay apetito, gran sed, eructos, hipo,
vómitos continuados blanquecinos, insípidos, coposos, que parece agua de
arroz, diarrea frecuente y abundante involuntaria con grumos albuminosos
blanquecinos; abdomen refugiado y doloroso; pulso pequeño, frecuente,
deprimido, filiforme; el corazón late débilmente, respiración débil y
dificultosa, opresión en el pecho, sofocación y voz cascada, aliento frío y
nauseabundo, orina albuminosa y casi nula, calambres penosos y dolorosos, clara
inteligencia y alguna vez delirio. Nariz afilada y fría, ojos hundidos,
demacración, enfriamiento general, piel áspera y seca, o sudor abundante y
pegajoso. En la tercera fase, alrededor del sesenta por ciento de los
afectados moría. El resto, sin saber porqué, reaccionaba, los síntomas disminuían
gradualmente y curaban.
Filippo Pacini, médico
italiano que aisló la bacteria del cólera
Este segundo ataque produjo en Manzanares
133 muertes (sin incluir los menores de siete años, que, al no haber recibido
la primera comunión, se contabilizaban aparte). Comenzó el 10 de julio con la
defunción de una mujer de 40 años llamada Eulogia López, huésped de una de las
posadas de la villa, y se prolongó hasta mediados de septiembre. (3)
El miedo a ser contagiado hacía que las
gentes rehuyeran las casas de los afectados, siendo verdaderamente difícil
encontrar personas dispuestas a atender a los enfermos, e incluso hacer
testamento por la "desaparición" de los escribanos. (4)
Frente a estas actitudes de inhibición y
alejamiento, destacó la abnegación, diligencia y celo profesional del médico D.
Alfonso González-Mellado Buenasmañanas, quien no escatimó esfuerzos en la lucha
contra la plaga, atendiendo y reconfortando a cuantos enfermos reclamaban su
presencia. Aquella meritísima labor fue reconocida por las autoridades locales que intercedieron ante la reina Isabel II para que condecorase al Sr.
González-Mellado con la Cruz de Beneficiencia dada la valiente y
generosa actitud que mantuvo en todo momento durante el tiempo que duró la calamidad. (5) Tras su fallecimiento en 1907, el Municipio quiso honrar su memoria
dando el nombre de Alfonso Mellado a una calle de la localidad.
La última aparición del cólera tuvo lugar en 1885. La primera víctima fue Alfonso Taviro Sánchez de
36 años, fallecido
el 5 de agosto. Era natural de Membrilla y vecino de Manzanares con residencia en la calle del Rayo. La epidemia alcanzó su máxima difusión a mediados de mes y se
prolongó hasta finales de septiembre. (6)
Para entonces los estudios del
bacteriólogo alemán Robert Koch habían puesto en evidencia la intervención de
los microorganismos en la aparición de las enfermedades y los principales
mecanismos de propagación. Por ello, al hacer su aparición la epidemia, se
pudieron adoptar algunas medidas preventivas como el aislamiento, la
desinfección de ropas o el consumo de agua hervida. Ello explica que solamente
fallecieran en esta ocasión 39 personas (24 varones y 15 mujeres), como indica
el doctor D. Agustín Quevedo en su Estudio Topográfico-Médico de Manzanares.
(7)
Entre las personas
que destacaron en la lucha contra la extinción de la enfermedad se encontraba el propio alcalde, D. Juan
Sánchez-Cantalejo García de la Calera,
médico notabilísimo que en tan luctuosos días no descansó ni regateó medios para
conseguir la inmunidad de su pueblo; la labor por mil conceptos laudable por él realizada, digna de su gratitud
perpetua, impidió que la epidemia se cebase en este vecindario que en los barrios extremos,
apiñados en reducidas viviendas, estaba como destinado a ser pasto de la
voracidad de tan terrible huésped. (8)
En general podemos
observar en las estadísticas
el fuerte incremento de la mortalidad durante los meses de verano, debida a frecuentes casos de
gastroenteritis, colitis, disentería y otras afecciones intestinales provocadas por la proliferación
de bacterias en el
agua y el consumo de alimentos contaminados, manipulados sin los más elementales cuidados y sin contar con
medios apropiados
para su conservación. Ello explica que en 1886 el número de defunciones fuera aún mayor que en
1885 sin haberse declarado oficialmente
ninguna epidemia.
El médico alemán Heinrich
Hermann Robert Koch en su laboratorio
Por
suerte para nosotros, los avances higiénico-sanitarios en la manipulación y conservación de los alimentos,
la cloración sistemática del agua y el descubrimiento de la penicilina en 1928 por el
eminente bacteriólogo Alexander Fleming,
han logrado que lacras como la peste, la
malaria, el cólera, la tuberculosis
y otras enfermedades de origen microbiano hayan sido superadas. La ciencia ha ganado muchas batallas, pero los investigadores habrán de seguir combatiendo contra los virus y los efectos de incontables agentes cancerígenos que ahora nos
amenazan. En ellos confiamos.
NOTAS
1 y 2.- LÓPEZ CAMUÑAS, José, Enfermedades de la mujer y de los niños. Páginas 121 y 196. Imprenta y librería de
Ramón Clemente Rubisco. Ciudad Real. 1897.
3.- Libro registrado de
defunciones n°17. Página 85 v Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de la
Asunción.
4.-Por
ejemplo Vicente Noblejas López, fallecido el 30 de julio de 1834 a consecuencia
de la epidemia colérica, tuvo que hacer testamento ante cinco testigos por no
hallar escribano que recogiese su última voluntad, según consta en la
inscripción realizada en el libro de defunciones n° 14 del Archivo de la
parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.
5.- D.
Alfonso González-Mellado Buenasmañanas nació en Manzanares el 6 de diciembre de
1816, era hijo de Pedro González-Mellado y María Catalina Buenasmañanas.
Permaneció toda su vida soltero, dedicado a la medicina y al ejercicio de la
caridad. Hombre extraordinariamente piadoso y humanitario sufragó las obras
realizadas en la Ermita de Nuestro Padre Jesús del Perdón en 1883 e impulsó la
reconstrucción del Hospital-Asilo en 1885, edificando a sus expensas la capilla
de dicha institución dedicada a San Ildefonso. Tras su fallecimiento en Madrid
el 9 de febrero de 1907 su cadáver fue trasladado a Manzanares para recibir
sepultura en la capilla del Hospital-Asilo que él levantara. Por su parte el
Ayuntamiento quiso perpetuar su memoria poniendo el nombre Alfonso Mellado a
una calle de la localidad.
6.- Libro de Defunciones n° 10. Inscripción 66.
Registro Civil de Manzanares.
7.- QUEVEDO RODRÍGUEZ-MANZANARES, Agustín. Estudio Topográfico-Médico
de Manzanares. Real Academia de Medicina de Barcelona.
Las cifras
dadas por el doctor Quevedo difieren ligeramente de los datos aportados por el
Registro Civil donde aparecen 43 fallecidos a causa del cólera morbo.
8.- PEDRERO GARCÍA-NOBLEJAS, Alfonso. Memoria de la Casa de Caridad y
Asilo de Pobres de Manzanares. 1923
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