Publicado el año 1992
Transcurrían
los primeros días del frío mes de noviembre de 1953 cuando la llegada de
una caravana de camiones, carromatos y roulottes del Circo Nacional Alemán
rompió la lánguida monotonía otoñal del vecindario.
Aquel circo
Holzmüller de Nüremberg, que aún conservaba ciertos reflejos del pasado
esplendor del tercer Reich, arribó agonizante a nuestro pueblo por una
profunda crisis económica, agravada, al terminar su actuación en Daimiel,
por la desaparición del director gerente, D. Guillermo Diersen, con los libros de caja y todo el dinero disponible.
Instalaron la
grandiosa carpa en una era situada al final de la calle de la Tercia y,
olvidando los múltiples problemas que les acuciaban, dieron sus tres últimas
funciones.
Acróbatas,
equilibristas, trapecistas, malabaristas y domadores, desplegaron su mundo de
ilusión, compitiendo en la ejecución de fantásticos números y ejercicios de
habilidad o audacia. Incluso los payasos tuvieron ánimo suficiente para hacer
brotar sonrisas en los rostros infantiles de aquellos niños tristes de posguerra
y racionamientos.
A pesar de
todos sus esfuerzos, los ingresos resultaron insuficientes para el abono de
honorarios a artistas y empleados, así como para sufragar la alimentación de
los cincuenta y cuatro animales de su zoo, entre los que había tres elefantes,
cinco leones, diez monos, dos puercoespines, dos zorros, once osos, diez
caballitos ponys, nueve perros amaestrados, una mula y un cóndor.
Ante el
abandono del director, el acoso de los acreedores y la falta de recursos, el
circo se disolvió. Los artistas que tuvieron medios se marcharon y otros
permanecieron algún tiempo, confiando en el regreso del gerente, hasta que
agotados los ahorros tuvieron que ser repatriados por sus respectivas
embajadas.
Quienes
sufrieron más intensamente la crisis fueron los animales del zoo ya que no
había medios para darles de comer. Uno de los elefantes murió de inanición por
lo que el administrador del circo y otros empleados pidieron ayuda al
Ayuntamiento, presidido en estas fechas por D. Pedro González Román. El
municipio aportó 2.000 pesetas para sufragar los gastos de hospedaje del
personal y la manutención de las fieras, quedándose a cambio en depósito con
los caballos y los perros que fueron repartidos entre diversos vecinos para
que estuvieran debidamente atendidos. Por su parte los representantes del
circo se comprometieron a reintegrar antes de un mes el préstamo y los demás
gastos ocasionados. En caso contrario la corporación quedaría en libertad de
enajenar los animales.
Enterados los
manzanareños de la dramática situación de los animales comenzaron a llevarles
cebada, paja y patatas, haciendo gala de una gran generosidad; no obstante, la
alimentación inadecuada y el crudo frío invernal siguieron produciendo
numerosas bajas.
A los tres meses
reapareció por Manzanares el Sr. Diersen, quien, tras pagar al Ayuntamiento
las 2.000 pesetas adelantadas y abonar parcialmente las deudas contraídas,
ordenó la recuperación de todos los animales y su traslado a la finca
denominada "El Lazareto", alquilada para tal objeto a D. José Cabanas, asegurando que el ganado estaría
allí debidamente cuidado. Ello hizo que tanto las autoridades como el
vecindario, considerando resuelto aquel problema, dejaran de prestar su
inestimable ayuda.
El Circo Nacional Alemán contaba con cinco leones
Al principio el
Sr. Diersen giraba semanalmente algún dinero, pero los envíos fueron
espaciándose y los animales volvieron a sufrir la falta de cuidados y padecer
un hambre atroz que dio lugar a un imparable rosario de muertes. Un elefante
llegó incluso a comerse los palos de madera de su jaula pereciendo poco
después.
Una visita de
inspección veterinaria efectuada a mediados de marzo de 1954 informaba del lamentable estado de caquexia
generalizada por falta de alimentación, estando muchos équidos en inminente
peligro de muerte.
Como el
director-gerente no respondiera a las reiteradas requisitorias de la alcaldía,
se ordenó nuevamente el reparto de los animales domésticos que quedaban entre
el vecindario y se procuró suministrar alimentos a los salvajes, pero la
llegada del caluroso verano, con temperaturas
de cuarenta grados, y la avitaminosis, siguieron haciendo estragos
entre los osos polares y otras grandes fieras.
El asunto
trascendió a la prensa provincial y nacional e intervino la Liga Protectora de Animales y Plantas de
Barcelona que, como única medida, ordenó la muerte a tiros de los animales
hambrientos para evitarles mayores sufrimientos. Sin embargo el sacrificio no
llegó a realizarse, pues durante el otoño comenzaron a llegar ayudas de
diversas entidades y sociedades protectoras que permitieron mantener con vida
a los que habían resistido hasta entonces.
Cuando a
finales de diciembre de 1954, después de un año de vicisitudes, la burocracia resolvió
el traslado de los animales supervivientes al parque zoológico de Madrid,
habían perecido en lenta agonía treinta y ocho de los cincuenta y cuatro que
llegaron a Manzanares, salvándose cinco osos, dos monos, el condor, la mula,
cuatro caballitos ponys y tres perros, estos últimos gracias a la protección y
cuidados de particulares.
Éste fue el
triste final de aquel espectáculo circense que en sus tiempos de esplendor
deslumbraba a grandes y pequeños, alegrando siempre el corazón.
FUENTES
Carpeta
titulada “Circo” del Archivo Municipal de Manzanares.
Periódico ABC
del 3 y 7 de diciembre de 1954. Madrid.
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