CONFERENCIA "LA OTRA MIRADA"
REFLEXIONES SOBRE EL ENCUENTRO DEL PÁRROCO PEDRO ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR RUBIO CON UN GENERAL FRANCÉS
Antonio Bermúdez García-Moreno
AGRADECIMIENTO
Muy buenos días. En primer lugar, deseo agradecer a los organizadores de Tertulia XV su amable invitación para intervenir en este foro donde han participado personas de gran relevancia en sus respectivos campos profesionales. Yo, que he trabajado en el campo de la enseñanza de la Química, voy a tratar hoy un tema muy alejado de mi especialidad, pero sobre el que he reflexionado bastante y escrito algunos artículos.
PRESENTACIÓN DEL TEMA
Hoy vamos a analizar una leyenda, un mito que ha llegado a nosotros a través de un procedimiento tan poco fiable como es la transmisión oral a través de varias generaciones. Ese relato, seguramente conocido por todos ustedes, apunta que, durante la llamada guerra de Independencia, el párroco de Manzanares, Pedro Álvarez de Sotomayor Rubio, enterado de que un general francés de alto rango pasaría por el camino Real de Andalucía, y pensando que ordenaría masacrar a los vecinos de la villa por el asalto al hospital francés ocurrido el 6 de junio de 1808, decidió salir al paso de la comitiva militar al frente de un grupo de fieles que transportaban la imagen del Cristo Arrodillado del Perdón. Pretendía con aquel gesto implorar al general el perdón para sus feligreses, ofreciendo incluso su vida para evitarles cualquier daño. El general, conmovido por las súplicas del sacerdote, concedió a la villa el perdón que solicitaba y, como muestra de buena voluntad, entregó su fajín a la imagen.
Aquel encuentro del párroco con el general francés ha sido considerado como un hecho absolutamente trascendente para nuestro pueblo. Incluso hay quien le ha atribuído un carácter milagroso por la mediación que pudiera haber tenido la imagen en el pretendido perdón. Algunos historiadores han entendido que de ese acontecimiento deriva el título de Patrón de Manzanares que representa la actual talla de Jesús del Perdón, como sucesora de aquella otra, protagonista de los hechos, destruida durante el proceso revolucionario de 1936.
EXPLICACIÓN
Ante la total ausencia de documentación contemporánea sobre el famoso encuentro, intentaré explicar los antecedentes y el marco en el que se produjeron los citados hechos, exponiendo mis conclusiones personales, derivadas de un ejercicio de racionalidad que pretende un acercamiento a la verdad desde la lógica de las cosas, apartando toda influencia dogmática o interés espúrio.
HECHOS HISTÓRICOS
Es conocido que, por decisión expresa de Napoleón, entre los días 23 y 27 de mayo de 1808 la 1ª División del Cuerpo de Ejército de Observación de la Gironda, formado por casi 30.000 hombres y mandado por el general Pierre Dupont, partió de Toledo y Aranjuez con dirección a Cádiz con órdenes precisas de proteger a la flota del almirante Rossilly asediada por los ingleses. Las tropas de vanguardia, concretamente la Brigada de Dragones del general Ythier-Sailvaine Privé, aparecieron en Manzanares en la tarde del jueves 26. Durante varias jornadas siguieron llegando a la villa diferentes unidades que, tras descansar brevemente, reanudaban la marcha despertando la lógica expectación del vecindario.
El general en jefe se unió a la vanguardia y permaneció en la villa de Manzanares los días 27 y 28, decidiendo en ese momento establecer un hospital para atender a sus enfermos y lesionados. Para ello eligió como mejor ubicación las dependencias del hoy desaparecido convento de Carmelitas, que existió al final de la calle del Carmen, a la que dio nombre. El mismo general refiere estos hechos en el despacho enviado al mariscal Murat en la mañana del 28 de ese mismo mes. En él escribe: (1)
He hecho establecer un hospital en Manzanares. Dejaremos allí un centenar de hombres heridos o ligeramente enfermos.
Aunque no dice más, es lógico suponer que junto a los enfermos quedaría algún personal sanitario y auxiliar, más la guardia correspondiente. Recordemos que esa tropa no había entrado aún en combate, por lo que la mayoría de los soldados sufrían enfermedades comunes, escoceduras o rozaduras leves, a consecuencia de las largas marchas a pie, y numerosas afecciones gastrointestinales debidas al consumo de aguas insalubres.
El número de hospitalizados se duplicó en los días siguientes como demuestra el documento enviado por la Junta Local de Gobierno a la Junta Superior de Armamento, fechado el 23 de septiembre de 1808 y redactado por el propio Álvarez de Sotomayor. En uno de sus párrafos afirma: (2)
Todas las tropas hicieron descanso y algunas divisiones como de mil hombres estuvieron acantonadas, y el general en jefe estableció un hospital general el 28 del mismo, quedando al principio 200 enfermos…
Colegio de Religiosas Concepcionistas de Santo Domingo, edificado en 1906 sobre el solar que ocupara el Convento de Carmelitas Descalzos desde 1587 hasta 1809.
Pasada aquella primera oleada de franceses, el día 5 de junio llegaron a Manzanares nuevas tropas de refuerzo que debían unirse a las de Dupont. Se trataba de unos 500 hombres a caballo, mandados por el general de brigada Louis Liger-Belair, quienes pernoctaron esa noche en la villa.
Al día siguiente, dicha unidad continuó su camino hacia Andalucía, pero no lograron pasar de Valdepeñas ante la decidida resistencia ofrecida por sus habitantes. Durante todo el día 6 de junio tuvieron lugar en la vecina villa intensos combates que causaron decenas de muertos y heridos en los dos bandos. Los valdepeñeros enviaron emisarios a varios pueblos de la comarca solicitando ayuda desesperadamente. Que sepamos ninguno la envió. Al menos los manzanareños lo intentaron. Para combatir a los invasores se precisaban armas y alguien pensó que en el hospital francés se podía conseguir un centenar de fusiles.
Un numeroso grupo de personas marchó desde la plaza pública hacia el convento, instigados por algunos religiosos carmelitas indignados por haber ocupado los franceses parte de su casa. Entre aquella marea humana abundaban los jornaleros forasteros que se encontraban en la plaza esperando a ser contratados para las faenas de siega y recolección de la cosecha de cereales.
Al observar el avance de aquel numeroso grupo de paisanos en actitud agresiva, los miembros de la guardia parece que efectuaron algunos disparos disuasorios al aire y cerraron las puertas del recinto. La multitud enfervorizada las abrió a hachazos y arrolló cuanto se le puso por delante. Ante semejante avalancha los soldados quedaron paralizados y, pensando que las gentes se limitarían a robar sus armas y equipos, no opusieron mayor resistencia. Lo prueba el hecho de que no hubiera ninguna muerte violenta entre los civiles. Sin embargo, un grupo de exaltados no se contentó con tomar el armamento y la munición; en aquellos momentos de excitación arremetió violentamente contra guardias y enfermos asesinando despiadadamente a muchos de ellos. El número de víctimas nunca se ha podido determinar con exactitud.
En la parroquia de Santa María del Prado de Ciudad Real (parroquia de La Merced) se conserva un manuscrito redactado al finalizar la guerra por cinco destacados personajes de la villa a petición del Alcalde Mayor, con intención de colaborar en la edición de una historia de la provincia. Sus páginas recogen aquel desgraciado suceso del modo siguiente: (3)
En el primer impulso, y tratando de armarse con más ventaja, van todos al hospital militar, y no creyendo pudiese la guardia tener la osadía de resistirlos se presentan desarmados, les intiman entreguen sus fusiles y los de los enfermos, pero imprudente la guardia dispara sobre el paisanaje y algunos enfermos, desde las ventanas, tratan de ofender y sostenerse; entonces faltó la tolerancia y rompiendo por todo estorbo y sin temor de balas ni bayonetas, unos paisanos desarmados y ofendidos atropellan cuanto encuentran y se verificó una escena de sangre muy difícil de explicar, muriendo en la confusión algunos infelices que por la enfermedad estaban incapaces de pelear y de huir. No fue posible al pronto evitar estas desgracias, pero al segundo momento dando lugar la ira a la compasión fueron puestos en seguro los demás y asistidos y curados con humanidad.
Es evidente que los autores disimulan la gravedad de los hechos y tratan de justificar a sus convecinos que no iban desarmados, sino armados con hachas, horcas, hoces y navajas. Interesadamente califican la conducta de los militares franceses como imprudente, olvidando las ordenanzas que obligan a un soldado en servicio de guardia, y trata de minimizar las salvajadas cometidas durante el asalto al hospital que ciertamente suponían un desdoro para la villa. Si hemos de creer el manuscrito, únicamente la intervención de otros religiosos del convento consiguió detener la matanza con imperiosas exhortaciones y súplicas, protegiendo a otros soldados enfermos o heridos de la furia popular.
Sin pretender exonerar de culpa a los manzanareños, alguno de los cuales escandalizó con el frío relato de sus asesinatos a don Antonio Alcalá Galiano cuando se hospedó en una de las posadas de la localidad, es razonable pensar que los principales protagonistas de la masacre fueran los segadores forasteros, pues, al no tener propiedades ni familia en la villa, no sintieron la necesidad de refrenar sus instintos, ni tuvieron la menor preocupación por las consecuencias que pudieran derivarse de hechos tan graves.
La saña con que se llevaron a cabo aquellos crímenes espantó a la mayor parte de los vecinos de Manzanares. Fuertemente impresionados por el alcance insospechado que tomaron los acontecimientos, la mayoría de los que fueron al convento regresaron acongojados a sus casas. De esta forma, el propósito inicial de acudir en ayuda de Valdepeñas se truncó definitivamente. Aquellas gentes ni estaban organizadas, ni sabrían manejar un fusil, ni contaban con suficientes medios de transporte para acudir en auxilio de los valdepeñeros con la rapidez que las circunstancias exigían. En cualquier caso hubieran tenido que dar un gran rodeo, dado que el camino real estaba controlado por el enemigo.
A raíz del asalto al hospital, asesinato de heridos y robo del armamento, los notables del lugar, autoridades y personas conscientes, quedaron completamente horrorizados y convencidos de que, antes o después, sobrevendrían durísimas represalias contra la población.
Las primeras fuerzas francesas que llegaron a Manzanares tras el cruel asalto al hospital estaban formadas por un pequeño destacamento de sólo sesenta dragones, mandado por el general Claude Roize. Las autoridades, absolutamente angustiadas, se apresuraron a salir a su encuentro para explicarle los hechos, disculpar a los vecinos e invitarle a entrar en la villa, que aseguraron había recuperado la tranquilidad tras la huída de los revoltosos. Entre ellos estaban el alcalde mayor, José Miret Sádaba, acompañado seguramente por Sotomayor en calidad de vocal de la Junta de Gobierno. También salió el conde de Casa Valiente, teniente coronel de Caballería retirado, acompañado del capitán de Estado Mayor Chamerian, que había llegado a Manzanares el mismo día 6 portando importantes documentos y fue protegido por el conde de una posible agresión escondiéndolo en su propia casa.
Roize, que no llevaba planificada ninguna acción agresiva, ni tenía fuerza para ejecutarla, sabiendo que la insurrección se estaba extendiendo por toda la comarca se vio en la necesidad de prometer que nada sucedería a los vecinos si conservaban la calma y no provocaban a sus tropas. Aún así, su situación era tan precaria e insegura que estuvo a punto de retroceder hacia Villarta de San Juan.
El día 7 por la tarde, cuando ya estaba preparada la tropa para salir de Manzanares, fue advertido de la llegada por la carretera de Andalucía de las fuerzas de Liger-Belair, maltrechas y agotadas tras la prolongada jornada de combates en Valdepeñas, habiendo gastado toda la munición de que disponían y con numerosos heridos a los que atender.
En ese momento, con menos de 500 hombres útiles y disponiendo casi exclusivamente de armas blancas, los franceses no estaban en las mejores condiciones de tomar venganza por el asalto al hospital. Por otra parte, las explicaciones de las autoridades, notables y clero, transmitidas por el general Roize, unidas a los informes de los supervivientes, debieron resultar a Liger-Belair suficientemente convincentes para no adoptar represalia alguna durante la semana que permaneció en la villa. La prudencia aconsejó reiterar el compromiso de respetar al vecindario si no había nuevas agresiones contra sus hombres. Evidentemente no todo el mundo se fió de la palabra de los generales enemigos. Convencidos de que el castigo era inevitable, muchos vecinos abandonaron sus casas, refugiándose en quinterías y pueblos cercanos.
De todos estos sucesos tenemos referencias puntuales de los propios invasores. Así, en el despacho del general Claude Roize al general Belliard, Jefe del Estado Mayor en Madrid, redactado precipitadamente el mismo 7 de junio, indica: (4)
Al llegar a Manzanares supe que la revuelta de aquí había sido provocada por un individuo llegado a caballo desde el pueblo de Valdepeñas que había llegado sobre las 11 de la mañana gritando que los franceses degollaban en todas partes a los españoles; que los habitantes más exaltados y principalmente los de los alrededores, en número de 2.000 habían llegado al hospital, habían forzado las puertas, habían cogido todas las armas y las municiones de los enfermos, a una parte de los cuales habían herido y habían matado a una docena; que los padres llegaron para acabar con esta masacre, que ellos lograron pararla y dieron, tanto como pudieron, socorro a nuestros enfermos, que dieron a parte de ellos refugio en su convento. Estos últimos detalles me han sido confirmados por los mismos enfermos, quienes aseguran de común acuerdo que, sin las exhortaciones de los eclesiásticos a los revoltosos, ninguno de ellos hubiera podido salvarse.
General de Brigada Louis Michel Liger- Belair
Oleo atribuido a J.L. Bernuy
Por su parte, el joven teniente Maurice Marie de Tascher, primo de la emperatriz Josefina, que formaba parte de las fuerzas de Liger-Belair, escribía esa misma noche en su diario de campaña tras regresar de Valdepeñas: (5)
En Manzanares, los furiosos de dos ciudades vecinas, junto a algunos canallas de los alrededores, se han precipitado sobre el hospital, han degollado o mutilado a todos los enfermos, y se han apoderado de 200 fusiles franceses. El oficial de infantería que mandaba el hospital ha sido descuartizado y echado en una caldera. Mi pluma rehúsa escribir otros horrores. El hospital nada en sangre.
Aquí hemos de destacar la discrepancia de las propias fuentes francesas sobre el número de asesinados en el hospital; unas, refiriéndose a una docena, otras asegurando que las víctimas fueron mucho más numerosas. Por el momento es una incógnita que no estamos en condiciones de despejar.
En cuanto a fuentes españolas, aparte del citado Manuscrito de la Merced, contamos con el testimonio indirecto de uno de los individuos que participaron en la matanza. Éste trabajaba en la posada donde se hospedó don Antonio Alcalá Galiano mientras viajaba desde la Corte a Córdoba, a quien relató sus supuestas heroicidades. En sus memorias, el destacado escritor y político liberal cuenta el incidente con las siguientes palabras: (6)
Habíamos llegado a Manzanares donde teníamos que hacer noche. Recién establecidos en nuestro cuarto en la posada, se entró en él un criado de la misma, mocetón alto y fornido, y no de la mejor traza...Callados nosotros, él rompió el silencio diciéndonos: Aquí tienen ustedes el hombra que ha muerto más franceses en la Mancha. Enseguida comenzó a referirnos con jactancia hechos de bárbara y repugnante atrocidad, ponderando, sin duda, los que él había cometido, por juzgar, en su rudeza, los sucesos de sanguinaria crueldad pruebas de heroismo y amor a su patria. Como fuese cierto que, en el mismo Manzanares, hubiesen caído los habitantes sobre un depósito de enfermos de los franceses, dejado allí sin la suficiente custodia, y pasándolos todos a cuchillo, el mozo se jactaba de haber tenido parte principal en esta hazana y que uno de los pobres enfermos le pedía agua de tisana y que él le había respondido quitándole la vida con tormentos atroces. No llegaba nuestro patriotismo, aunque grande, a aprobar actos tan bárbaros, ni aun siquiera a oirlos con serenidad, como hacían en aquella época muchos, a quienes el odio endurecía el alma y ofuscaba el entendimiento.
En cualquier caso, la muerte horrenda que se dio a los enfermos del hospital, donde se llegó a extremos inenarrables, llevó al vecindario a la firme convicción de que, antes o después, los franceses vengarían cumplidamente aquella barbarie. Se extendió así entre la población un complejo de culpabilidad colectiva y la convicción de que tendrían que purgar sus culpas con grandes sufrimientos y con abundante sangre.
En aquellos azarosos días el terror embargaba a nuestros antepasados. El mismo oficial Maurice de Tascher apuntaba en su diario dos días más tarde el estado de ánimo de los naturales de la villa con las siguientes palabras: (7)
Los habitantes de Manzanares padecen ansias mortales, creyendo que nosotros sólo esperamos refuerzos para incendiar la ciudad.
Sin atreverse a proseguir el camino, y no sintiéndose demasiado seguros en Manzanares, los generales Liger Belair y Roize se replegaron el día 14 de junio hacia Madridejos, donde se unieron a la 2ª División del Cuerpo de Ejército de Observación de la Gironda que marchaba hacia el sur como refuerzo de Dupont.
El 22 de junio de 1808 la división mandada por el general Dominique-Honeré Vedel, con fuerzas numerosas, bien armadas y municionadas, avistó Manzanares. Fue entonces cuando verdaderamente la villa corrió peligro cierto de ser reducida a cenizas y castigados ejemplarmente sus habitantes. De sus malas intenciones nos informan las “Memorias de un Recluta de 1808” escritas por el furriel Louis Francois Gille que marchaba con esas tropas. El 23 de junio escribía: (8)
Antes de llegar a Manzanares nos encontramos un pequeño destacamento de tropas francesas, por el que supimos la triste noticia de que los enfermos que el general Dupont había dejado en esta ciudad habían sido masacrados. Hubo entonces un solo grito en todas las bocas. ¡Venganza! ¡venganza!, se repetía en todas partes. Este sentimiento animaba todos los corazones; incluso el general parecía compartirlo. Al fin divisamos la ciudad que había sido el teatro de un atentado tan horrible; los jefes apenas si podían contener el furor de los soldados. Un enviado se presentó y anunció al general que las autoridades estaban en camino para presentar las llaves de la ciudad: esta diputación no tardó en aparecer; estaba compuesta por el alcalde mayor, los alcaldes ordinarios, sus adjuntos, varios curas y algunos notables del lugar. Éstos suplicaron al general que les oyese y le aseguraron que los habitantes no habían participado en el crimen que había sido cometido, que sólo dos bandas formadas por campesinos y por monjes que los guiaban, habían sido los autores y que, pese a sus esfuerzos, no habían podido evitar que estos bandidos consumasen su fechoría; ellos ofrecieron todas las satisfacciones que se podían exigir. El general escuchó su proposición y les aseguró que la ciudad no sufriría ningún daño. Entramos y, para evitar conflictos entre los habitantes y los soldados, éstos últimos fueron obligados a permanecer en sus alojamientos.
Como indica este interesante documento, de nuevo las autoridades locales salieron al encuentro de aquella potente división, tratando de frenar con todo tipo de argumentos, explicaciones y súplicas, las ansias de revancha que albergaban los franceses. Poco hubieran logrado en aquella ocasión de no ser por la intervención del general Liger-Belair, quien hizo valer su compromiso con los vecinos de Manzanares ante un general de grado superior, consiguiendo persuadir a Vedel de la inocencia de la mayoría de los manzanareños. Con su actitud de caballero, haciendo honor a su palabra, logró aplacar los vehementes impulsos de sus camaradas, consiguiendo a duras penas que la razón imperase frente a la barbarie.
A pesar de la comprensión del general en jefe, la tropa, y especialmente el impetuoso general de brigada Pierre Poinsot, siguieron dispuestos a dar un escarmiento ejemplar a Manzanares, pero se dieron órdenes terminantes para evitarlo. En cualquier caso, la tensión del momento era terrible y buena parte de los vecinos, temiendo la venganza, abandonaron sus hogares refugiándose en los campos y villas cercanas. La tropa quedó acuartelada para evitar actos incontrolados, si bien tales medidas no pudieron impedir que se produjeran algunos saqueos, amenazas y atropellos de menor importancia.
En esa misma memoria se mantiene que algunos monjes, y en Manzanares no había otros que los Carmelitas, animaron a los paisanos a asaltar su propio convento, conocedores del armamento y munición que allí podían encontrar. Se deduce que la actuación de los Carmelitas no fue en absoluto homogénea, pues mientras unos incitaban a la plebe para asaltar su convento ocupado, otros procuraron detener la masacre que sobrevino a continuación.
La visión que los franceses de la división Vedel encontraron en el hospital fue espantosa. En las memorias del furriel Gille se escribe: (9)
Por encontrarse enfermo mi sargento mayor, nos vimos obligados a dejarlo en el hospital que se estableció de nuevo y que se encomendó a la responsabilidad de las autoridades. Yo le acompañé a ese lugar tan funesto: las puertas, rotas a hachazos, no habían sido todavía reparadas; las camas, los muros estaban aún manchados de sangre de nuestros desgraciados camaradas. Bajé a los patios y al huerto: allí me sobrecogió el espectáculo más espantoso que jamás había visto. Unos cincuenta cadáveres, que todavía no se habían podido enterrar, nos permitieron juzgar la barbarie de estos cobardes asesinos.
Otros detalles sobre el particular fueron recogidos en el diario del oficial de Cazadores Maurice de Tascher, quien, con la mayor imparcialidad, escribía el 22 de junio. (10)
Los soldados de la Guardia de París, así como los soldados de la 5ª Legión, habiendo encontrado alrededor del hospital los cadáveres de los franceses degollados el día 6, no han podido contener su rabia, excitada más por la sed de pillaje que por compasión hacia sus compañeros de armas. Piden a gritos el saqueo de la ciudad. Los curas y varios de los principales habitantes, que con su entrega heroica habían salvado a varios franceses en peligro de muerte, han sido insultados y han estado a punto de ser víctimas de estos locos.
La coincidencia de las informaciones suministradas por diferentes testigos oculares de distinto rango y unidad militar, sobre la presencia de restos humanos insepultos al llegar la división de Vedel a Manzanares, no nos permite dudar de su credibilidad; si bien no deja de sorprender que pasados dieciséis días del asalto, siete bajo control de los franceses, no se hubiera procedido todavía a su enterramiento. ¿Cómo es posible que en plena canícula de junio, ni las autoridades francesas ni las españolas hubieran ordenado inhumar los cadáveres de aquellos desventurados, si no por razones humanitarias, por las sanitarias? Confieso que sobre este punto no he conseguido encontrar explicación alguna que lo justifique.
Por fin, en la madrugada del día 24 de junio reanudaron la marcha hacia el sur las últimas unidades de Vedel. Con su marcha se relajó la tensión; el mayor peligro había pasado.
En lo sucesivo, otros muchos contingentes de tropas francesas transitarían u ocuparían la villa, entre ellos la división mandada por el general Jacques Nicolás Gobert, que llegó el 8 de julio siguiendo el mismo itinerario que las anteriores. Pero, a medida que transcurría el tiempo, se fueron difuminando las ansias de venganza por parte de los franceses. Los sucesos de Manzanares quedaron diluidos en el mar de tragedias ocurridas en otros muchos puntos de la geografía española. Por otra parte, la derrota de las fuerzas de Dupont en la batalla de Bailén, determinó que todos los soldados y muchos mandos con conocimiento directo de los sucesos de Manzanares o bien murieron en combate, o fueron hechos prisioneros, conducidos a Cádiz y posteriormente abandonados a su suerte en la isla de Cabrera, donde pereció la mayoría de ellos. Por el contrario, el vecindario de Manzanares, preso de un fuerte complejo de culpabilidad, siguió esperando y temiendo la venganza de los invasores por los crímenes del hospital.
A finales de 1808 los franceses se habían recuperado del golpe de Bailén. Con la presencia de un poderoso ejército, mandado por el propio Napoleón, volvieron a ocupar la capital de España. A los pocos meses se ordenó al 4º Cuerpo de Ejército, mandado por el general de división Horace François-Bastien Sebastiani de la Porta, ocupar toda La Mancha.
En sólo seis días, los franceses consiguieron llegar desde Toledo a Sierra Morena, tras vencer al ejército español del Conde de Cartaojal en la batalla de Ciudad Real, librada durante los días 26 y 27 de marzo de 1809. Los restos de tropas españolas cruzaron apresuradamente Despeñaperros, o huyeron hacia Levante, y la villa de Manzanares fue ocupada de nuevo el día 29 por tropas del Primer Regimiento de Cazadores, mandado por el coronel Régis Barthélemy Mouton-Duvernet. (11)
Coronel Régis Barthélemy Mouton-Duvernet
El mismo día del inicio de la batalla de Ciudad Real desertó de su puesto el alcalde mayor de Manzanares, recién nombrado tras el linchamiento en oscuras circunstancias de don Juan Joseph Miret Sádaba. Se trataba del abogado conquense don Vicente Fernández Castillo, quien, presa del pánico, abandonó a toda prisa la villa sin más explicaciones. En momentos tan críticos la Junta Local de Gobierno quedó descabezada, recayendo sobre el párroco, como primer vocal, la responsabilidad de representar y proteger al vecindario. (12)
Alcanzados todos sus objetivos militares y ocupados los principales pueblos manchegos, el general en jefe regresaba desde Valdepeñas a su cuartel general de Daimiel el día 31 de marzo, festividad del Viernes Santo. Al saber don Pedro Álvarez de Sotomayor que el general en jefe pasaría por Manzanares, supuso que ahora sí tomaría cumplida venganza por el asalto al hospital y por la resistencia ofrecida a las tropas enemigas en diciembre del año anterior. Fue entonces cuando decidió salir a su encuentro. Una de las versiones recogidas por tradición oral afirma que lo hizo acompañado de un grupo de fieles que portaban la imagen del Cristo Arrodillado del Perdón con el propósito de pedir clemencia para los vecinos, ofreciendo a cambio su vida si era necesario.
Boceto de lo que pudo haber sido un gran óleo sobre el famoso “encuentro” que el pintor manzanareño Alfonso Lozano Valle presentó en 1990 con motivo del 300 aniversario de la fundación de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Lamentablemente la Junta de Gobierno rechazó el precio de medio millón de pesetas que pedía el artista.
La afirmación de que Sebastiani traía la idea premeditada de pasar a cuchillo a la población de Manzanares, como se ha venido contando, es absolutamente descabellada. Carece de todo fundamento y no tiene la menor consistencia. Si realmente el general francés hubiera tenido tal intención hubiera resultado absurdo anunciarlo, ya que habría provocado la huída general del vecindario. Además, la villa llevaba ya dos días bajo control enemigo y no había ocurrido ninguna muerte violenta. ¿De dónde sacó entonces Sotomayor tal convicción?. Personalmente pienso que aquella exagerada percepción de peligro se debió, una vez más, al complejo de culpabilidad arrastrado colectivamente por todo el vecindario desde el brutal asalto al hospital. Sotomayor, abrumado por la doble responsabilidad de ser en aquel momento la máxima autoridad civil y religiosa, decidió salir al paso del general francés tratando de evitar cualquier daño a sus feligreses.
Aquel breve y sorpresivo encuentro, fue para Sebastiani una pequeña anécdota de campaña, no recogida en ningún escrito ni memoria. Tras su rotunda victoria militar tuvo entonces la oportunidad de mostrarse benévolo, buscando ante todo el apaciguamiento de la zona ocupada. Posiblemente quedara conmovido por las súplicas de don Pedro y el terror que atenazaba a sus acompañantes. Así pues, actuando más como político que como general, tranquilizó al párroco, prometió que no habría ninguna represalia sobre la población si ésta se mantenía tranquila y entregó su fajín a la imagen de Nuestro Padre Jesús del Perdón como gesto conciliador antes de proseguir su camino. (13)
Haciendo gala de una brillante táctica militar, el general Sebastiani realizó una impecable campaña contra las tropas regulares españolas, pero jamás ordenó operaciones de castigo contra la población civil, ni en El Viso, ni en Almuradiel, ni en Santa Cruz de Mudela, ni en Valdepeñas, ni en Villarta; a pesar de que en todas estas villas, o en sus proximidades, habían tenido lugar mortíferos asaltos a convoyes de heridos, ataques a pequeñas unidades, emboscadas y asesinatos de correos. Pensar que Sebastiani albergaba la idea del exterminio de los manzanareños no fue más que una suposición sin fundamento que, como producto del miedo a la venganza, quedó impregnando el imaginario colectivo de nuestros antepasados. Hay que pensar que buena parte de los varones en edad militar no estaban en la villa; unos se habían incorporado al ejército y otros formaban parte de las guerrillas. En consecuencia, asesinar masivamente a mujeres, niños y ancianos hubiera sido una acción salvaje, inútil y estratégicamente contraproducente.
Tras la rotunda victoria sobre el ejército español, el mayor interés de Sebastiani era ahora seducir a la población civil; atraerla por cualquier medio para que reconociera al rey José como monarca y aceptara la Constitución que Napoleón había preparado para los españoles. Era pues una actitud conciliadora, de mano tendida, como se desprende de la lectura de la carta que envió desde su cuartel general de Daimiel a Melchor Gaspar de Jovellanos, miembro de la Junta Superior de Defensa, unos días después de encontrarse con Sotomayor. El tono de las palabras escritas por el general Sebastiani no concuerda, en absoluto, con la imagen de un fanático capaz de masacrar a la población civil de Manzanares. (14)
Carta del general Sebastiani a Jovellanos, escrita a primeros de abril de 1809.
Descartada la intencionalidad genocida del general Sebastiani, ¿carece de valor el gesto de Sotomayor? En absoluto. Aunque estuviera equivocado en la percepción del peligro; aunque atribuyese al enemigo unas intenciones que no albergaba; a pesar de que otras autoridades y miembros del cabildo no estuvieran de acuerdo con su decisión, el intento de proteger a sus convecinos y feligreses, llegando al extremo de ofrecer su propia vida a cambio de evitarles cualquier daño, supone un acto de amor y generosidad extraordinario.
El mariscal de Francia, Horace-François-Bastien
Sebastiani de la Porta hacia 1810. Con 37 años.
Para desgracia de los manzanareños de aquel tiempo, los hechos posteriores vendrían a eclipsar la grandeza de aquel acto de buena voluntad. En efecto, dos días más tarde las tropas que habían ocupado la villa, sin encontrar resistencia y sin cometer exceso alguno, fueron relevadas. Desde ese momento las promesas de Sebastiani quedaron relegadas al olvido. De ello nos informa detalladamente el Manuscrito de la Merced. (15)
Después de la batalla desgraciada de Ciudad Real, perdida el 27 de marzo 1809, el general Sebastiani, que mandaba el 4º Cuerpo de Ejército francés, acantonó en Manzanares la División Polaca al mando del general Valence, compuesta de los tres regimientos 4º, 7º y 9º, cuyo número ascendía a siete mil hombres y siete piezas de Artillería Holandesa. Su entrada fue el día 2 de abril de 1809, permaneciendo hasta el día 13 de junio, en cuya época sufrió todo género de saqueos, malos tratamientos y ruina de muchos edificios, especialmente el Convento de Carmelitas, cuya fábrica e Iglesia fueron destechados y quitadas todas sus maderas para reforzar el castillo y formación de empalizadas, sujetando a los paisanos, como en otro tiempo Faraón a los israelitas, a toda clase de trabajos con dureza, rigor y malos tratamientos. La cosecha de granos, abundante en el año anterior de 1808, fue conducida con 19 galeras o furgones a las villas de Daimiel, Solana y Membrilla para subsistencia de las otras divisiones francesas, o más bien para venderla. Entre los crueles y sanguinarios ninguno igualó entre los jefes enemigos al Coronel del Regimiento 9º de Polacos, el Príncipe Sokovski que se complacía en atormentar a la Junta con peticiones imposibles y amenazas llenas de terror, prisiones y otros insultos.
Imagen de Jesús con la Cruz a Cuestas, realizada en 1609, que acompañó al párroco Sotomayor en su encuentro con el general francés. Fue destruida en julio de 1936 durante el proceso revolucionario que siguió al golpe de Estado militar.
Tras aquel despótico comportamiento de los franceses, sometiendo al vecindario a todo tipo de amenazas, trabajos forzados, saqueos, destrucción de inmuebles, e incluso el asesinato del comerciante Ramón Merino Valdivieso, ¿por qué siguió la plebe pensando que la intervención de Sotomayor había salvado al pueblo? Según mi modesta opinión, porque el vecindario esperaba recibir un castigo mucho mayor al pesar fuertemente sobre las conciencias el complejo de culpabilidad por los crímenes cometidos en el hospital. Las gentes necesitaban liberarse de aquella abrumadora carga psicológica e interpretaron que el enemigo había perdonado los excesos de los exaltados patriotas gracias a la providencial intervención de Sotomayor y del Cristo Arrodillado que le acompañaba. Convirtieron así un encuentro intrascendente en un acontecimiento crucial para la propia supervivencia de la villa de Manzanares y de sus habitantes.
La decisión de Sotomayor de humillarse y pedir clemencia al general francés no fue compartida por ciertos sectores de la población, en especial por los miembros del cabildo eclesiástico. Así, los cinco personajes, tres sacerdotes, un profesor y un regidor, que redactaron en 1814 las Memorias para la Historia de la Villa de Manzanares, conociendo perfectamente los hechos, silenciaron intencionadamente la iniciativa del párroco al enumerar los principales acontecimientos ocurridos durante la guerra. El gesto del párroco tampoco fue citado en las Historias escritas durante los años siguientes. Nada aparece en la introducción histórica sobre la villa de Manzanares que el presbítero Diego Peñalosa Cantalejo escribiera en 1855 con motivo de la novena dedicada a Jesús del Perdón, ni en la parte referida a nuestro pueblo de la Crónica General de España, escrita por el académico de la Historia Cayetano Rossel en 1865, ni en la Crónica de la Provincia de Ciudad Real de José Hosta, publicada en ese mismo año, ni en el Diccionario Histórico de la provincia de Ciudad Real editado por Inocente Hervás y Buendía en 1899.
Fajín entregado a la imagen de Jesús Arrodillado
del Perdón por el general francés.
Probablemente aquel calculado silencio se debiera a que en el eufórico ambiente de posguerra la actuación del párroco no fuese bien vista. Los victoriosos excombatientes y ciertos sectores del clero vieron en el encuentro con Sebastiani cierta humillación ante el enemigo que convenía olvidar, máxime cuando las buenas palabras de Sebastiani no impidieron los innumerables saqueos, abusos y daños materiales que siguieron a la ocupación francesa de la villa por la siniestra división polaca. El hecho es que la iniciativa de Pedro Álvarez de Sotomayor se ocultó a nivel oficial y sólo permaneció viva en el recuerdo de las personas que le acompañaron, quienes, con el paso del tiempo, refirieron su particular percepción de los hechos a las siguientes generaciones.
Es mucho después de la muerte de don Pedro, ocurrida el 2 de enero de 1822, cuando florece el mito del perdón que salva la vida de los habitantes de la villa, asociando el gesto de Sotomayor con la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Arrodillado del Perdón, hasta el punto de aclamarlo como Patrón de Manzanares en 1858. (16) Habría que esperar hasta 1870 para que la Corporación Municipal acordara dar el nombre de Sotomayor a una de las calles del pueblo, reconociendo de forma muy tardía el mérito de su intervención ante el general francés en favor de la villa de Manzanares.
Resumiendo mis palabras anteriores, puntualizo:
PRIMERO: Que es justamente al general Louis Michel Liger-Belair, y no a Horace Sebastiani, a quien los manzanareños deberíamos estar profundamente agradecidos, pues, de no ser por él, que mantuvo su palabra de caballero dada a las autoridades locales, la villa de Manzanares y nuestros antepasados hubiesen padecido la furia de la soldadesca, dispuesta a vengar indiscriminadamente a sus compatriotas asesinados cruelmente en el hospital militar. Además, Liger Belair ya había tenido un gesto similar de moderación y prudencia con la villa de Santa Cruz de Mudela donde se asesinó a 113 franceses el 5 de junio de 1808.
SEGUNDO: Que don Pedro Álvarez de Sotomayor merece el reconocimiento público por su magnanimidad al ofrendar su vida en defensa de sus feligreses, al margen de cualquier otra consideración.
TERCERO: Que la advocación del Perdón no deriva del encuentro del párroco con el general francés, pues ya la tenía aquella imagen un siglo antes.
CUARTO: Que el patronazgo de Jesús del Perdón se efectúo por aclamación en 1858, como se desprende del sermón escrito por el Obispo Carrascosa en 1864 conservado en el archivo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Aunque desconocemos realmente el motivo, bien pudo ser como resultado de conmemorarse el cincuentenario del comienzo de la guerra de Independencia, al entender las gentes que la actuación del párroco y la presencia de su adorada imagen les habían salvado de una represalia sangrienta.
QUINTO: Que la imagen de Jesús Nazareno Arrodillado del Perdón ya era objeto de especial veneración mucho antes de la Guerra de Independencia, y no precisa de la atribución de supuestos milagros para seguir siendo esperanza y consuelo de los afligidos; símbolo destacado de la fe que profesa una parte de los hijos de Manzanares.
Al carecer de mejores pruebas, he pretendido realizar un ejercicio de acercamiento a la verdad desde el razonamiento, huyendo de un mito demasiado arraigado en el acervo popular. Aquí quedan estas reflexiones para aquellas personas que atiendan más a la inteligencia que a la creencia; para quienes sean capaces de poner en duda afirmaciones categóricas, sustentadas en la inconsistente tradición oral, sin contar con el mínimo soporte documental, ni lógico, que las justifique.
NOTAS
1.- GARCÍA-NOBLEJAS, José Antonio. Manzanares. Guerra de la Independencia. IEM. En la página 80 reproduce el despacho enviado desde Manzanares el 28 de mayo de 1808 por el general Dupont al gran duque de Berg, conservado en el Archivo de la Guerra de París.
2.- ROMERO FERNÁNDEZ-PACHECO, Juan Ramón. Manzanares y los manzanareños ante la Guerra de la Independencia. Programa de Ferias y Fistas de 2008. Manzanares. Reproduce el documento enviado por la Junta de Gobierno local a la Junta Superior de Armamento, fechado el 23 de septiembre de 1808.
3.- Memorias para la Historia de la Villa de Manzanares, Provincia de La Mancha, hasta el año 1814. Manuscrito número 997 del conocido como Archivo de la Merced que estuvo en la parroquia de Santa María del Prado hasta su traslado al obispado de Ciudad Real. Su elaboración fue solicitada en 1914 por un historiador, hasta ahora desconocido, al entonces alcalde mayor de la villa, Josef Portes Puig, al objeto de escribir una Historia de la Provincia, proyecto que nunca se llegó a completar.
4.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 193 reproduce el despacho enviado el 7 de junio de 1808 por el general Roize al general Belliard.
5.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 159 reproduce las palabras que el oficial Maurice Charles Marie de Tascher escribió en su diario de campaña el mismo 7 de junio de 1808.
6.- ALCALÁ-GALIANO, Antonio. Memorias editadas por su hijo en 1886. Capítulo XIII.
7.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 160 cita las palabras que el oficial Maurice Charles Marie de Tascher escribió en su diario el 9 de junio de 1808 referentes al estado de ánimo de los vecinos de la villa de Manzanares.
8.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 180 reproduce las palabras que el cabo furriel Louis Francois Gille escribió en sus Mémories d´un Conscrit de 1808.
9.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 181 reproduce las palabras que el cabo furriel Louis Francois Gille escribió en sus Mémories d´un Conscrit de 1808.
10.- HARO MALPESA, Juan. Guerra de la Independencia. La Mancha 1808. Gráficas Mata. Alcázar de San Juan. En la página 164 cita las palabras que el oficial Maurice Charles Marie de Tascher escribió en su diario el 22 de junio de 1808 referentes al deseo de la soldadesca y varios generales franceses de dar un escarmiento a la villa de Manzanares.
11.- Anotación marginal en la partida de defunción de María Gómez-Pardo. Libro de Dedunciones número 11 del archivo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Manzanares.
12.- DÍAZ-PINTADO, Juan. La Junta de Gogierno de Manzanares (junio 1808-abril 1809). Programa de Ferias y Fiestas de 2004. Página 29. Manzanares.
13.- El fajín entregado por Sebastiano esya conformado por una pieza de seda natural lisa, color verde hoja claro, de 3,35 metros de longitud por 0,72 de anchura. Se encuentra plegado a lo ancho en cuatro dobleces y rematado en sus extremos con flecos de siete centímetros de largo, mezcla de seda e hilos de plata.
14.- CEAN BERMÚDEZ, Juan Agustín. Memorias para la vida del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos y noticias analíticas de sus obras. Madrid 1814.
15.- Memorias para la Historia de la Villa de Manzanares, Provincia de La Mancha, hasta el año 1814. Manuscrito número 997 del conocido como Archivo de la Merced.
16.- BERMÚDEZ GARCÍA-MORENO, Antonio. El Patronazgo de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Programa de Fiestas Patronales de 1999. Haciendo referencia al sermón a San Vicente de Paúl, escrito por Pedro José Sánchez-Carrascosa Carrión el 24 de julio de 1864, conservado en el archivo parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.
FOTOS DEL ACTO CELEBRADO EL 2-IV-2014 EN EL SALÓN NOBLE DE LA BODEGA VINÍCOLA DE CASTILLA