ARTÍCULOS HISTÓRICOS

16 de febrero de 2014

UN MANZANAREÑO EN EL ASEDIO A LOS CUARTELES DE GIJÓN

La Guerra Civil Española acababa de estallar y, por toda España, grupos de militares, guardias civiles y ciudadanos con ideas políticas contrarias a la República se alzaban contra el gobierno legítimo.
En 1936, Asturias era una zona clave para la industria española. Los sindicatos de clase eran muy potentes debido al elevado número de obreros que poblaban las cuencas mineras de Gijón y Oviedo. En esta última ciudad, la sublevación fue un éxito. Unos 4.000 hombres se rebelaron y consiguieron trazar una eficiente línea defensiva que aseguraba el alzamiento en la capital asturiana. En Gijón la situación era totalmente contraria. Apenas 600 hombres se sumaron al alzamiento. El 19 de julio una compañía de tropas en rebeldía intentó dominar Oviedo aprovechando el factor sorpresa, pero oficiales leales a la República habían alertado del golpe a las milicias republicanas y a los sindicatos, especialmente a la CNT que contaba con mucha fuerza en Asturias. Los sublevados fueron incapaces de hacerse con el control de la ciudad dada su gran inferioridad numérica, teniendo que refugiarse en los cuarteles de donde procedían; el de Zapadores, situado en la zona de El Coto, actual biblioteca; y el de Simancas, actual colegio "La Inmaculada". Las milicias republicanas pusieron, de inmediato, sitio a ambos recintos.
Unos 180 hombres se refugiaron en el cuartel de Zapadores mientras que el resto lo hizo en el de Simancas. Este último estaba diseñado como colegio, por lo que sus condiciones para la defensa no eran las más idóneas. Aunque los milicianos eran muy superiores en número su armamento era precario e insuficiente, por ello recurrieron a utilizar como arma los cartuchos de dinamita que manejaban con soltura en las explotaciones de carbón.
Las fuerzas republicanas centraron sus esfuerzos en acabar con los rebeldes de Gijón, para luego centrarse en liberar Oviedo. Esto hizo que varios miles de milicianos acosaran con gran determinación los dos cuarteles gijoneses. Los primeros ataques sucedieron los días 22, 23 y 24 de julio, siendo repelidos por los sublevados sin mucha dificultad, dada su innegable superioridad táctica.
La violencia de las explosiones iba demoliendo sistemáticamente los edificios que presentaban resistencia. A los 15 días, los alimentos empezaron a escasear alarmantemente y los sitiados se vieron obligados a hacer expediciones nocturnas para abastecerse.  A pesar del castigo recibido los sublevados no se rendían, esperando ser liberados por una columna que presuntamente acudiría desde Galicia. La orden del coronel Antonio Pinilla, a cargo de las tropas sitiadas, era clara: "resistir hasta morir".
En un principio, los ataques se centraron sobre el cuartel de Simancas que era el mejor defendido con ametralladoras y un buen número de morteros, pero el 2 de agosto el objetivo principal cambió y los republicanos comenzaron a intensificar el fuego sobre Zapadores. El lanzamiento de cartuchos de dinamita y cañonazos fueron constantes durante los días siguientes. Los sitiados apenas podían dormir ni comer, tratando de defender su posición a toda costa. Tras dos semanas de resistencia, el 16 de febrero cayó el cuartel de Zapadores, no sin antes repeler a bayoneta un último ataque por el interior de las ruinas.



Las fuerzas leales al gobierno instaron entonces a los sitiados en Simancas a deponer las armas e intentaron convencerlos de que el alzamiento había fracasado en España. Además, se llevó a algunos familiares de los rebeldes cerca del cuartel amenazando con ejecutarles si no se rendían. A pesar de todo continuó la lucha. A partir del día 19 comenzaron las hostilidades para llevar a cabo el asalto final. Todos los cañones disponibles disparaban sobre Simancas. El día 20 la fachada no era más que un amasijo de ruinas y los aviones republicanos lanzaban bombas sin cesar. Un camión blindado se empotró contra la puerta y miles de milicianos aguardaron con ansia el asalto final.
Los sitiados, exhaustos tras un mes de lucha, habían perdido toda esperanza de ayuda, pero seguían resistiendo.  El día 21 se produjo el asalto definitivo. Desde primera hora la lluvia de proyectiles sobre el cuartel produjo derrumbamientos e incendios en lo que quedaba del edificio. La presión republicana y el fuego desatado en los pisos superiores forzaron a los defensores a ir descendiendo pisos. Tras varias horas de continuo bombardeo, con un Simancas sembrado de cadáveres, los oficiales rebeldes tomaron una decisión desesperada. Planeaban hacer una salida en masa y abrirse paso por las calles de Gijón con el propósito de llegar a Oviedo. Antes quemaron todas las armas prescindibles y formaron en el patio los 200 hombres que quedaban en condiciones de caminar. En el mismo instante en que unos organizaban la salida desesperada, los republicanos asaltaron el cuartel penetrando cientos de ellos directamente al patio. Los sitiados se defendieron como pudieron, pero murió la mayor parte, incluido el coronel Pinilla. Tras encarnizados combates las fuerzas leales a la República se hicieron finalmente con el control de Gijón.

Estado en que quedó el cuartel de Simancas
Entre los atacantes de los cuarteles de Gijón había un manzanareño. Se trataba de Raimundo Alcarazo Bustos, hijo de Raimundo Alcarazo Albandea y de Isabel Bustos Herrera. Nació el 27 de octubre de 1907. Como Guardia de Asalto de la plantilla de Gijón había arriesgado la vida tratando de sofocar la rebelión militar en la ciudad donde estaba destinado, cumpliendo puntualmente con su juramento de defender a la República.
Aunque tuvieron éxito en Gijón, las fuerzas republicanas no consiguieron reconquistar Oviedo. Tras quince meses de lucha, las armas rebeldes se impusieron con la toma de Santander, logrando aislar el norte del resto de la zona leal. Haciendo alarde de una gran superioridad armamentística, especialmente aviación, el 21 de octubre de 1937 entraban en Gijón varias divisiones navarras. Inmediatamente comenzó una implacable represión. Como muchos de sus compañeros, Raimundo Alcarazo fue detenido. En Consejo de Guerra sumarísimo, celebrado el lunes 8 de noviembre de 1937, era condenado a muerte. Para nada se consideró la atenuante de obediencia debida. Al día siguiente, 9 de noviembre, era fusilado sin más contemplaciones. Tenía 30 años recién cumplidos.

FUENTES
Grandes batallas de la Historia. www.batalladeguerra.com
LARUELO ROA, Marcelino. La libertad es un bien muy preciado. Consejos de guerra celebrados en Gijón y Camposancos por el Ejército Nacionalista al ocupar Asturias en 1937. Año 1999.
Registro Civil de Manzanares. Libros de registro de nacimientos nº 29, página 109 v.

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