ARTÍCULOS HISTÓRICOS

8 de mayo de 2012

REFLEXIONES SOBRE EL ASALTO AL HOSPITAL FRANCÉS DE MANZANARES EN 1808

Publicado el año 2003

El asalto y asesinato de enfermos del hospital fran­cés que el general Pierre Dupont estableció en Manzanares en mayo de 1808, durante su campaña de penetración hacia Cádiz, es un asunto controvertido, con numero­sos puntos oscuros, que los historiadores todavía no hemos conseguido aclarar en su totalidad.
Gracias a los dos partes enviados el día 28 de mayo por Dupont desde Manzanares a su Cuartel General de Madrid, sabemos con certeza el número de solda­dos que ingresaron en el hospital militar habilitado en el antiguo convento de Carmelitas Descalzos. En un primer comunicado, dirigido al mariscal Joachim Murat, afir­ma: He hecho esta­blecer un hospital en Manzanares, en don­de quedará un cen­tenar de hombres heridos o ligeramen­te enfermos. En el segundo informe, despachado para el general Auguste- Daniel Belliard, Jefe del Estado Mayor, ra­tifica: Ha sido preciso crear un hospital en Manzanares para una centena de enfermos. (1)

 
  General de División Pierre Dupont de L´Etang
(Chabanais, Angoumois, 1765-París, 1840)

Las tropas del cuerpo expedicionario galo prosiguieron inmediatamente su avance hacia el sur, logrando llegar hasta Córdoba tras breves comba­tes en el desfiladero de Despeñaperros y puente de Alcolea. El Manuscrito de la Parroquia de la Merced, nos indica que, alejados temporalmente los franceses de nuestro pueblo, comenzaron a difundirse proclamas y llamamientos patrióticos procedentes de Valencia y Murcia, excitando al paisanaje a armarse y organizar la resistencia contra el invasor. (2)
En junio de 1808, los campesinos manzanareños, así como los numerosos jornaleros que acudían habitual­mente de otros pueblos a trabajar en las faenas de siega, se encontraban en plena recolec­ción de cereales cuando el domingo 5 de junio por la tarde, un nuevo contingente de tropas francesas llegó a la villa por el Camino Real de Madrid. Se trataba de unos 500 cazadores a caballo bajo el mando del gene­ral de brigada Louis Liger-Belair, cuya misión era la de incorporarse como refuerzo a la 1a división de Dupont.
No parece probable que el número de enfermos del hospital se incrementara en forma notable con la llegada de estas tropas, y, si hubo algún ingreso, pudo compensarse sobradamente con las altas de los ya cu­rados. (3)
El regimiento de Liger-Belair salió de Manzanares a las seis de la mañana del lunes 6 de junio y se vio detenido en Valdepeñas, cuyos habitantes cortaron el paso con barricadas y cuerdas tendidas en las calles, impi­diendo que la fuerza atravesara la pobla­ción. La caballería francesa pudo flan­quear perfectamen­te la villa vecina y proseguir su camino, pero en vista de la actitud hostil y desa­fiante del vecindario decidió vencer la re­sistencia y pasar a viva fuerza, entablándose un feroz combate que ocasionó numerosos muertos y heridos en ambas partes.
Algunos valdepeñeros iletrados han venido repro­chando a los manzanareños el hecho de que no acu­dieran nuestros antepasados a apoyar su plante ante los franceses. Lo cierto es que cuando uno de sus emi­sarios logró llegar a media mañana a Manzanares pi­diendo ayuda, encontró a los segadores concentrados en la plaza a la espera de acontecimientos. Informa­dos de los combates que se libraban en Valdepeñas se conmovió todo el pueblo y las campanas tocaron a re­bato logrando concentrar unos 2.000 hombres, arma­dos cada uno con los instrumentos que pudo procu­rarse: hoces, horcas, hachas, navajas y escopetas, dis­puestos a acudir en apoyo de la villa vecina. Según los autores del manuscrito de la Merced, en el primer im­pulso y tratando de armarse con más ventaja, van to­dos al hospital militar, y no creyendo pudiese la guardia tener la osadía de resistirlos, se presentan desar­mados, se intima entreguen sus fusiles y los de los en­fermos; pero imprudente la guardia dispara sobre el paisanaje; y algunos enfermos desde las ventanas tra­tan de ofender y sostenerse: entonces faltó la toleran­cia, y rompiendo por todo estorbo, sin temor de balas ni bayonetas, unos paisanos desarmados y ofendidos atropellan cuanto encuentran, y se verificó una escena de sangre muy difícil de explicar, muriendo en la con­fusión algunos infelices que por la enfermedad esta­ban incapaces de pelear y de huir. (4) Este relato pre­senta evidentes signos de parcialidad. Los atacantes, que no iban desarmados sino mal armados, no podían esperar que los soldados que estuvieran en ese mo­mento con servicio de guardia accediesen tranquila­mente a entregar el armamento a unos civiles exalta­dos vulnerando las más elementales normas de disci­plina militar. Se alude a una supuesta actitud impru­dente de la guardia, pero en realidad los soldados cum­plieron con su deber cerrando las puertas del recinto para impedir el acceso a los asaltantes. Resulta difícil creer que los soldados franceses disparasen contra los españoles, salvo que lo hicieran al aire con intención de intimidar. En caso contrario se habrían producido necesariamente muertos; bajas que hubieran tenido que ser recogidas en los libros de defunciones del Ar­chivo Parroquial. La no existencia de víctimas entre los asaltantes es una prueba bastante concluyente de que la reducida guardia sencillamente no se atrevió a en­frentarse con aquella marea humana, instigada y ani­mada por los propios frailes Carmelitas, irritados por haber sido desalojados de su casa conventual. Los ate­rrorizados franceses, incapaces de calibrar el alcance del asalto, no imaginaron lo que se les venía encima. En caso contrario hubieran vendido sus vidas mucho más caras. Violentadas las puertas del edificio, las tur­bas no se limitaron a coger el armamento. Algunos des­almados se lanzaron a una desenfrenada orgía de san­gre matando y mutilando salvajemente a los enfermos indefensos. Aquellos terribles sucesos, tan trágicos como imprevisibles, espantaron a muchos patriotas, desvirtuaron el propósito inicial y ya nadie acudió en auxilio de los valdepeñeros.
¿Quienes cometieron los asesinatos de los enfer­mos haciendo gala de un sadismo y perversidad in­descriptibles? ¿Cuántas víctimas se produjeron entre los enfermos franceses? ¿Cuánto tiempo duró la carni­cería? Estas preguntas aun están sin aclarar.
Salvo a algunos seres analfabetos o inconscientes, a ningún nativo sensato se le escapaba la gravedad de aquellos hechos y las represalias que inevitablemente sufriría la población. Por ello es creíble la hipótesis de que las mayores atrocidades corrieron a cargo de se­gadores forasteros que, sin temor a sufrir en sus ha­ciendas o familias el rigor de la venganza, estaban dis­puestos a la masacre sin miramientos ni freno. No obs­tante, resulta evidente la participación de algunos manzanareños en los asesinatos, como lo prueba la criminal jactancia del mozo de la posada donde se alo­jó D. Antonio Alcalá Galiano y su madre. (5)
En cuanto al número de asesinados, el manuscrito de la Merced, indica que solamente murieron en la confusión algunos infelices que por la enfermedad estaban incapaces de pelear y de huir; no fue posible al pronto evitar estas desgracias, pero al segundo mo­mento, dando lugar la ira a la compasión, fueron pues­tos en seguro los demás y asistidos y curados con hu­manidad. ¿Resulta creíble esta versión o están los au­tores intentando minimizar la tragedia? Desde luego no concuerda en absoluto con la versión que le conta­ron al capitán Francois, quien escribió: Los habitantes de la ciudad, reunidos a los de los pueblos vecinos lle­garon al hospital, en donde se encontraban los enfermos, a los que degollaron y cortaron en pedazos; un español de esa ciudad me dijo que un oficial que allí se encontraba había sido conducido a la plaza Mayor, allí fue torturado, cortado en pedazos y arrojado a los cerdos; que los soldados menos enfermos habían sido lapidados, cortados en trozos y esparcidos por los ca­minos... (6)
¿Es posible que todo ese proceso sangriento, que tardaría varias horas en consumarse, tuviera lugar sin que ninguna autoridad civil o eclesiástica interviniera? Si así ocurrieron los hechos, con la complicidad por acción u omisión de los manzanareños, la villa se hu­biera hecho merecedora de un castigo ejemplar.
En la mañana del día siguiente al asalto al hospital, llegó a Manzanares el general Claude Roize con una pequeña escolta de sesenta hombres. Ante el temor por las represalias que pudie­ran sobrevenir, las autoridades manzanareñas se apresuraron a salir a su encuentro dándole todo tipo de explicaciones y justificaciones sobre los graves aconteci­mientos ocurridos. Dada la escasa fuerza con la que contaba el general y la creciente inesta­bilidad de la zona, Roize prometió que nada sucedería al pueblo si conservaba la tranquilidad. Habló con las autoridades y con los supervivientes del hospital, quie­nes le pusieron al tanto de lo sucedido, asegurándole que sin la oportuna intervención de algunos sacerdo­tes ninguno se hubiera salvado. En el informe que inmediatamente envió Roize al general Belliart, supone­mos que después de contrastar los hechos, habla de una docena de muertos y no aporta ningún dato mor­boso. (7) En el resto de los detalles coincide totalmen­te con lo manifestado en el manuscrito de la Merced.
A las siete de la tarde de ese mismo día regresaron a Manzanares las maltrechas tropas de caballería que habían combatido en Valdepeñas. El general Liger Belair, como más antiguo, tomó el mando de los 800 hombres que pudo reunir, entre caballería e infantería, los cuales permanecieron durante ocho días en la villa. En este tiempo el general en jefe debió informarse ampliamente de los acontecimientos ocurridos en el hospital militar. Aceptó como bueno el informe de Roize y curiosamente quedó tan persuadido de la escasa res­ponsabilidad de los manzanareños en los terribles su­cesos que nunca permitió represalias o venganzas con­tra la población. Por otra parte es lógico suponer que los generales franceses, de acuerdo con las autorida­des civiles, ordenaran que se diera sepultura a los res­tos de sus compatriotas, tanto por razones humanita­rias, como sanitarias, e incluso estratégicas. La presen­cia de restos humanos en descomposición bajo la ca­nícula de junio suponía un serio riesgo de infecciones y un motivo de desmoralización para los soldados que pudieran contemplar tan horrible escena.
La confusión sobre los acontecimientos ocurridos en el hospital francés de Manzanares surge en parte de las discrepancias entre escritores españoles y france­ses, pero fundamentalmente de las importantes con­tradicciones entre las memorias particulares escritas a posteriori por algunos oficiales franceses y los docu­mentos oficiales generados por sus propios mandos superiores.
Concretamente el teniente Maurice de Tascher, que llega a Manzanares con la caballería de Liger-Belair al día siguiente de los hechos, escribe en su diario: Nos hemos replegado hacia Manzanares. Allí, los furiosos de dos ciudades vecinas, junto a algunos canallas de los alrededores, se han precipitado sobre el hospital y han degollado o mutilado a todos los enfermos, y se han apoderado de 200 fusiles franceses. El oficial de infantería que mandaba el hospital ha sido descuarti­zado y echado a una caldera... (8)


General de Brigada Louis Liger-Belair

¿Quién lleva razón, los generales en sus informes oficiales, que hablan de un centenar de enfermos y una docena de asesinados, o el joven teniente que indirec­tamente supone 200 enfermos, todos masacrados?
Sintiéndose aislados y mal pertrechados, los fran­ceses decidieron evacuar Manzanares el día 14 de ju­nio, retirándose hacia Madridejos. Quedó pues el pue­blo libre de invasores hasta el 21 del mismo mes en que volvió a ser ocupado por la división del general Dominique-Honoré Vedel. Con estas tropas llegó el soldado furriel Louis­ Philipe Gille, de sólo 20 años, quien también escribió sobre el tema del hospital. Cuenta en sus memorias como las autoridades locales volvieron a salir al en­cuentro de la poderosa unidad francesa. Tratando una vez más de evitar las posibles represalias, aseguraban que los habitantes de la villa no habían participado en el crimen y atribuían la responsabilidad a los campesi­nos forasteros y a los monjes que los guiaban. Luego relata el mismo autor su visita al hospital en los siguien­tes términos: Las puertas, rotas a hachazos, no habían sido todavía reparadas; las camas, los muros estaban aun manchados de sangre de nuestros desgraciados camaradas. Bajé a los patios y al huerto: allí me sobre­cogió el espectáculo más espantoso que jamás había visto. Unos cincuenta cadáveres, que todavía no se habían podido enterrar, nos permitieron juzgar la bar­barie de estos cobardes asesinos. Unos habían muerto a golpes, otros tenían la cabeza partida a hachazos y varios de ellos, con refinada crueldad, habían sido arro­jados vivos en calderas de aceite hirviendo. (9)
¿Eran aquellos restos que supuestamente contempló Gille los de los enfermos del hospital? ¿Es posible que transcu­rridos quince días, ocho bajo dominio francés, hubiera todavía cincuenta cuerpos insepultos pudriéndose al sol? ¿Fueron tan ineptos los generales Roize y Liger­Belair que no comprobaron el verdadero número de víctimas ni ordenaron su sepultura?
Demasiados interrogantes sin respuesta que impi­den llegar por el momento a conclusiones definitivas. Habrá que esperar a futuras investigaciones, pero posiblemente nunca lleguemos a saber con exactitud la verdad de tan lamentable suceso, que sólo fue uno más de los muchos que ocurrieron a lo largo de los cinco años que duró aquella guerra cruel e inmise­ricorde.

NOTAS
1.- GARCÍA-NOBLEJAS, José Antonio. Manzanares: Guerra de la Independencia. Página 30.
D. Juan Díaz-Pintado, en su colaboración publicada en el Programa de Festejos del 2003, página 21, hace mención a cifras de enfermos entre 200 y 700. Aunque no aclara sus fuentes, parece que se trata de una estimación de las autoridades locales de la época que él mismo considera muy exageradas.
2.- Memoria para la historia de la villa de Manzanares hasta 1814. Manuscrito n° 932 conservado en la Parroquia de la Merced de Ciudad Real.
3.- Dado que la columna de Dupont aún no había entrado en combate, la mayoría de las bajas en la tropa francesa se debían a fiebres y problemas gastrointestinales derivados del consumo de aguas insalubres, así como escoceduras y ampollas provocadas por las largas caminatas en los calurosos días de mayo.
4.- Manuscrito n° 932 de la Parroquia de la Merced de Ciudad Real y las aportaciones de Pedro Antonio España publicadas en el Heraldo de Manzanares de 1897.
5.- ALCALÁ GALIANO, Antonio. Memorias. Madrid 1886.
6.- FRANCOIS (Capitaine, dit le Dromedaire d'Egypte), Journal (1792-1830) París 1904. Tomado de HARO MALPESA, Jesús. La Mancha 1808. Página 109. Ediciones Valldum.
7.- GARCÍA-NOBLEJAS, José Antonio. Manzanares: Guerra de la Independencia. Página 37.
8.- Diario de campaña de un primo de la Emperatriz (1806-1813) por Maurice de Tascher. París 1933. Tomado de HARO MALPESA, Jesús. La Mancha 1808. Página 193. Ediciones Valldum.
9.- GILLE, Louis-Francois: Memorias de un recluta de 1808.


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